Usted está aquí: lunes 17 de diciembre de 2007 Política Destaca John Berger la “autoridad sin rastro de autoritarismo” en los zapatistas

“Esos pasamontañas, lejos de hacerlos menos humanos, los hacía más”, señala

Destaca John Berger la “autoridad sin rastro de autoritarismo” en los zapatistas

Los integrantes de la junta de buen gobierno de Oventic parecen “encarnar la justicia; no como una forma de castigo, que es el sentido que ha adquirido para los pobres, sino de esperanza”

Hermann Bellinghausen (Enviado)

Ampliar la imagen El subcomandante Marcos saluda al escritor John Berger durante el Coloquio Internacional en Memoria de Andrés Aubry, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas El subcomandante Marcos saluda al escritor John Berger durante el Coloquio Internacional en Memoria de Andrés Aubry, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas Foto: Víctor Camacho

San Cristóbal de las Casas, Chis. 16 de diciembre. Con el saludo más militante que se ha escuchado en este coloquio de la izquierda antisistémica, John Berger hechizó al auditorio de sólo transmitir sus propios hechizos, los que siempre encuentra en el mundo de abajo, pues él mira desde abajo: “camaradas presentes y ausentes”, dijo. Y admitió que él y sus acompañantes, procedentes de la Alta Saboya, a 10 mil kilómetros de distancia, saben que llegaron a un lugar donde, también, “hasta la montaña más pequeña tiene nombre”.

Juntos en su persona el crítico de la visualidad, el narrador y el camarada, Berger relató su encuentro con la junta de buen gobierno (JBG) de Oventic el pasado día 14. Adelantó que su pretensión aquí era limitada. “Todos ustedes saben mucho más de la lucha en Chiapas”. Tan sólo se refirió a esas “cosas que aparecen en el ojo del viajero”, y ofreció un retrato impecable, sobrecogedor, de los cuatro indígenas tzotziles encapuchados, dos mujeres y dos hombres, que lo recibieron en la oficina de la JBG durante una hora. Y describió cuatro cosas que capturaron su atención:

“Tenían autoridad sin ningún rastro de autoritarismo. Y créanme que el autoritarismo, una vez adquirido, esclerosa toda la vida de las personas. Esos pasamontañas, lejos de hacerlos menos humanos, los hacía más. Bien sé aquello de ‘usaron las máscaras para hacerse visibles’. Mas ¿por qué es así? Lo puedes leer en sus ojos. Y los mensajes de los ojos son la menos controlable de las expresiones faciales, y en consecuencia la más sincera”.

En segundo lugar, los indígenas “sabían que decían la verdad, porque no hay una sola verdad. Nada afecta más la calma que decir mentiras, o verdades a medias. Las mentiras producen miedo en quien las dice. En este sentido, ningún miembro de la junta tenía miedo (eran fearless). Y ser así significa que estás muy familiarizado con el dolor”.

“Fatiga que devora el alma”

Tercero, “la resistencia prolongada y el buen gobierno pueden producir fatiga, y la fatiga devora poco a poco el alma como un herrumbre, por lo que hay que admitirla y consolarla. Cuando alguno de la junta no hablaba, pues lo hacía otro de ellos, cerraba sus ojos en un pestañazo de gato, un acto de consuelo sin pretensiones, en respeto a la fatiga”.

Y cuarto: “Para nosotros, confrontándolos sobre su mesa, al exponer la visión política de su situación aquí, y en el mundo, en ese momento representaban la antítesis de todos los discursos políticos de los líderes de derecha e izquierda que vemos día y noche. Esta oposición estaba en sus cuerpos, sus voces, sus ritmos, sus mentes, sus dedos, sus almas. Parecían encarnar la justicia. No como una forma de castigo, que es el sentido que ha adquirido para los pobres en todo el mundo. No castigo, sino esperanza. También se debe considerar que la esperanza no es una promesa, sino energía para la interminable y cotidiana lucha para vivir con un cierto sentido de la dignidad”.

En este punto, anunció que contaría una historia. “¿De dónde vienen las historias?”, se preguntó. Y como mago que lleva una pequeña caja y la abre para sacar otra más pequeña, y así sucesivamente, y de cada una extrae tesoros, relatos, iluminaciones, primero entregó un mensaje desde África, un dicho: “Mientras los leones no tengan historiadores, las historias de caza glorificarán a los cazadores”. Luego, un regalo para el subcomandante Marcos, por hablar de los siete colores y los siete sentidos, recurriendo a un número por el cual muestra predilección: el poema El séptimo hombre (1917), del proletario y poeta húngaro Atila Josef, que ya antes dio a Berger el origen de una de sus obras más notables, Séptimo hombre, sobre los trabajadores migrantes en Europa:

“Cuando debas luchar para sobrevivir/haz que tu enemigo vea siete./Uno lejos del trabajo en domingo/uno empezando a trabajar el lunes/uno que enseña sin que le paguen/uno que aprendió a nadar ahogándose/uno que es la semilla del bosque/y uno a quien protege un salvaje olvido./Pero todas estas astucias no bastan./Tú mismo debes ser el séptimo”.

Una historia llevaba a otra hasta llegar al punto en que, igual que los ancestrales contadores en la tribu humana, Berger anunció finalmente, con malicia: “Okay, storytime”. Entonces leyó una “carta” de un libro inédito donde una mujer le cuenta a su marido, preso político, diversos episodios de la resistencia en un lugar que podría ser Palestina, pero también Atenco o Chiapas. En este episodio, las mujeres enfrentan una columna de tanques de un ejército invasor y descubren cómo, al estar juntas y ofrecer un blanco más grande, son más fuertes. Indestructibles.

Días atrás, durante su visita al caracol zapatista de Oventic, acompañado por Beverly, su compañera, y su amigo Lorenzo, John Berger topó con la serie de fotografías que decenas de fotorreporteros armaron en 2004 y hoy adornan permanentemente la cafetería “Comandante Che Guevara”. Ante una de ellas, donde aparece un compacto muro de mujeres zapatistas, descalzas y con el rostro cubierto, empuñando palos para impedir el paso a una columna del Ejército federal (imagen de Pedro Valtierra en el ejido Morelia), decidió cambiar de planes.

En el coloquio, este mediodía, pudo haber hablado sobre la situación del mundo, el capitalismo, los movimientos, las luchas por la tierra. A la vista de esa foto determinó que leería la carta ficcional de su personaje Aída, bajo el aserto de que “la valentía es hacer un agujero a través del tiempo impuesto sobre nosotros”. ¿Adónde van las historias?, había cuestionado al iniciar su lectura. “Sin ellas no sabríamos cuán ampliamente nuestro gozo y nuestro dolor son compartidos”.

En Oventic, Berger había mostrado un decidido interés en visitar la clínica del caracol: laboratorios, farmacia, consultorio de ginecología, dormitorios. La encontró limpia, sencilla, modestamente equipada, en servicio. “Nada es más conmovedor que esto”, alcanzó a expresar, recordando quizá el hechizo de una de sus primeras obras, la crónica periodística de un médico en las montañas, muy apropiadamernte titulada “Un hombre afortunado”.

 
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