Usted está aquí: martes 18 de diciembre de 2007 Economist Intelligence Unit No más alimentos baratos

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No más alimentos baratos

Altos ingresos en Asia y subsidios al etanol en EU han acabado con la era de alimentos a bajo precio

Ampliar la imagen Foto: Ilustración de Marga Peña

Ampliar la imagen A principios de septiembre pasado el precio mundial del trigo se elevó a más de 400 dólares por tonelada, el más alto alguna vez registrado A principios de septiembre pasado el precio mundial del trigo se elevó a más de 400 dólares por tonelada, el más alto alguna vez registrado Foto: Roberto García Ortiz

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Una de las características más peculiares de las pasadas elecciones en Venezuela fue la escasez de alimentos básicos. Algo similar sucedía en Rusia antes de las elecciones parlamentarias. Los gobiernos de ambos países ricos en petróleo habían decidido controlar los precios de los productos alimenticios, con las consecuencias habituales. Estos controles se han extendido de manera sorprendente, una acción refleja ante uno de los cambios más notables que se han visto en los mercados de alimentos durante años: el final de los productos baratos.

A principios de septiembre el precio mundial del trigo se elevó a más de 400 dólares por tonelada, el más alto alguna vez registrado. En mayo se ubicó en alrededor de 200 dólares. Aunque en términos reales su precio esté lejos de las alturas que escaló en 1974, todavía es el doble del promedio de los 25 años pasados. A principios de año el precio del maíz sobrepasó 175 dólares por tonelada; de nuevo, un récord mundial. Ahora ha bajado, como el trigo, aunque 150 dólares por tonelada está aún 50% por arriba del promedio de 2006.

Cuando el precio de una cosecha se dispara, los agricultores la plantan para obtener ganancias, abandonando otros usos de la tierra. De tal manera, el alza en los precios del trigo ha tenido repercusiones sobre otras cosechas. Los precios del arroz han alcanzado registros sin precedente este año, aunque su aumento haya sido lento. El índice de precios de alimentos de The Economist está ahora en su punto más alto desde sus inicios en 1845, al elevarse un tercio el año pasado.

Normalmente, la carestía de los alimentos refleja la escasez provocada por malas cosechas. Los inventarios se agotan y todos se mantienen de las reservas del año anterior. Este año, las cosechas han sido pobres en algunos lugares, en especial Australia, donde la sequía flageló las siembras de trigo por segundo año consecutivo. Los inventarios de cereales, como porcentaje de la producción, son los más bajos jamás registrados. El agotamiento se acentuó por la decisión de grandes países (EU y China) de reducir sus reservas para ahorrar recursos.

Sin embargo, lo más notable del actual ataque de agflación (de “agricultura” e “inflación”: alza en el precio de los alimentos que se produce como resultado de un aumento de la demanda de productos de consumo humano: maíz, girasol, caña de azúcar, soya, colza, canola, para su uso como combustibles alternos: biocombustibles, biodiesel) es que los precios sin precedente están llegando en un momento no de escasez, sino de abundancia.

Según el Consejo Internacional de Granos, organismo comercial con sede en Londres, la cosecha total de cereales de este año será de mil 660 millones de toneladas, la mayor registrada, y 89 millones de toneladas más que la del año pasado, también abundante. Que la producción de granos más grande de la historia no sea suficiente para evitar precios de escasez indica que algo fundamental afecta la demanda mundial de cereales.

El meollo del problema

Dos cosas, de hecho. Una es la creciente riqueza en China e India. Riqueza que nutre la demanda de carne, lo que a su vez aumenta la demanda de cereales para alimentar ganado. El uso de granos para pan, tortillas y chapatis está vinculado al crecimiento de la población del mundo. Durante décadas ha sido uniforme, reflejando la desaceleración del aumento de la población. Pero la demanda de carne se vincula al crecimiento económico (ver gráfica) y, por quinto año consecutivo, el PIB global muestra una tasa de expansión de más de 4%.

Ingresos más altos en India y China han propiciado que millones de personas sean lo bastante ricas para adquirir carne y otros productos alimenticios. En 1985, el consumidor chino promedio consumió 20 kilos de carne; ahora consume más de 50. El apetito cárnico de China podría estar rondando la saciedad, pero otros países siguen su ejemplo: en conjunto, los países en vías de desarrollo han tenido un consumo uniforme de cereales desde 1980, pero la demanda de carne se ha duplicado.

No hay por qué sorprenderse, también los agricultores cambian: para alimentar su ganado ahora utilizan alrededor de 200 o 250 millones más de toneladas de granos que hace 20 años. Ese aumento representa, por sí solo, una proporción significativa de la cosecha total de cereales del mundo. Calorías para producir calorías: una persona necesita más granos si los come transformados en carne que si los ingiere como pan; se requieren tres kiloos de cereales para producir un kilo de carne de cerdo, ocho para un kilo de ternera. Así que un cambio dietético se multiplica varias veces en los mercados de grano.

Desde finales de los años 80, un inexorable incremento anual de 1-2% en la demanda de granos para ganado ha provocado un aumento de la demanda total de cereales y ha presionado los precios a la alza.

Puesto que este cambio dietético ha sido lento y paulatino, no puede explicar las dramáticas variaciones de precios del año pasado. Un segundo cambio puede hacerlo: la demanda desenfrenada de etanol como combustible para coches estadunidenses. En 2000, alrededor de 15 millones de toneladas de maíz estadunidense se transformaron en etanol; este año, la cantidad probablemente será de alrededor de 85 millones de toneladas. Estados Unidos es, con facilidad, el mayor exportador de maíz del mundo, y en la actualidad utiliza más de su cosecha del grano para etanol que para venderla al exterior.

El etanol es la principal razón del aumento de los precios de granos en este año. Explica el alza del precio del maíz ya que, en la práctica, el gobierno estadunidense ha intervenido el mercado para sustraer aproximadamente un tercio de la cosecha del grano local. La enorme expansión del programa de etanol en 2005 explica por qué los precios de maíz comenzaron a subir.

El etanol explica también una porción del alza en los precios de otras cosechas y productos alimenticios. Por una parte, el maíz se utiliza para alimentar ganado, el cual es ahora más caro de criar. Por la otra, este año los agricultores de Estados Unidos, deseosos de aprovechar la bonanza de biocombustibles, se lanzaron a producir maíz, sembrándolo sobre tierras antes dedicadas al trigo y soya. Este año la cosecha de maíz de Estados Unidos será de 335 millones de toneladas, una cifra para quedarse con la boca abierta, superando la del año pasado por más de una cuarta parte. Un aumento obtenido, en parte, a expensas de otras cosechas.

Este año la disminución total de las reservas de todos los cereales será de casi 53 millones de toneladas: claro indicio de la proporción en la que la demanda excede a la oferta. El aumento en la cantidad de maíz estadunidense que se destina con exclusividad al etanol es de más de 30 millones de toneladas. En otras palabras, sólo la demanda del programa de etanol de Estados Unidos representa más de la mitad de la insatisfecha demanda de cereales del mundo. Sin ese programa, los precios de los productos alimenticios no crecerían tan rápido como lo han hecho. De acuerdo con el Banco Mundial, el grano necesario para llenar una SUV (acrónimo en inglés de “vehículo deportivo utilitario”) alimentaría a una persona durante un año.

El programa de etanol de EU es producto de subsidios gubernamentales. Hay más de 200 clases diferentes, así como un impuesto de unos 13 centavos de dólar por litro de etanol importado. Esto impide el paso del etanol brasileño, más verde, elaborado con azúcar en vez de maíz. Los subsidios federales significan 7 mil millones de dólares al año (equivalentes a poco menos de 50 centavos de dólar por litro).

En teoría, lo que los gobiernos disponen también lo pueden descartar. Pero eso parece poco probable con el petróleo a un precio que los motiva a promover combustibles alternativos. Las subvenciones podrían ajustarse, desde luego, reduciendo la demanda de vez en cuando; esto ya sucede un poco. Y tarde o temprano, nuevas tecnologías para convertir la biomasa en combustible líquido sustituirán al etanol; pero eso requerirá más tiempo. Por el momento, el apoyo al programa de etanol parece seguro.

Hillary Clinton y John McCain solían estar contra los subsidios al etanol, pero han cambiado de parecer.

Rusia y Venezuela no son los únicos países a los que les gusta interferir en los mercados de alimentos por motivos políticos.

Así, es probable que la demanda de granos permanezca alta por un tiempo. La demanda, sin embargo, es sólo una parte de la ecuación. La oferta es la otra. Si hay una racha de cosechas abundantes, los precios perderán terreno; si no, permanecerán a la alza.

Las cosechas pueden elevarse sólo si nuevas tierras se incorporan al cultivo o si la producción aumenta. Esto puede suceder bastante rápido. Los agricultores de cereales del mundo respondieron con entusiasmo a las señales de los precios, sembrando cultivos de alto valor. Y tan deteriorados están la mayor parte de los sistemas agrícolas del mundo rico que a los agricultores del Oeste a menudo se le ha pagado por no sembrar; algo que puede invertirse fácilmente, como sucedió este año cuando la Unión Europea suspendió el “retiro de tierras” de su Política Agrícola Común. De todos modos, el aumento del volumen de las cosechas a corto plazo tiene un límite.

En general, de acuerdo con un reciente informe del Instituto Internacional de Investigación y Políticas de Alimentación (IFPRI, por sus siglas en inglés), financiado por gobiernos y bancos de desarrollo, la respuesta tiende a ser polémica: un alza de 10% en el precio de las cosechas produce un incremento de 1-2% en la oferta.

A largo plazo, podrían cultivarse muchas nuevas tierras de labranza y podrían obtenerse varios adelantos tecnológicos. Pero la mayor parte de las nuevas tierras está en lugares remotos de Brasil, Rusia, Kazajstán, Congo y Sudán, y podrían requerirse grandes inversiones en caminos e infraestructura, lo cual tomaría décadas y, a menudo, provocaría la deforestación de valiosos bosques. Se obtendrían grandes beneficios si se produjeran alimenticios genéticamente modificados (GM) o si se plantaran nuevas variedades de semillas en África. Pero de nuevo, eso requerirá tiempo.

Además, los alimentos GM no estarán a la altura de su promesa a no ser que se deshagan de la sospecha que los persigue, sobre todo en Europa. Y algunas de las nuevas tierras –áreas secas, marginales de África, Brasil y Kazajstán– podrían ser vulnerables al calentamiento global. En cierta medida, el calentamiento global podría reducir la producción agrícola mundial en casi una sexta parte en 2020. De manera no menos preocupante, los altos precios del petróleo desalentarían el uso de fertilizantes a base de petróleo, que han estado detrás de la mayor parte del aumento de la producción agrícola durante el medio siglo pasado.

Es aventurado predecir tendencias duraderas en la agricultura –la tecnología, en particular, tiene éxito de improviso– pero la mayor parte de los analistas concluyen, a partir de estas corrientes contradictorias, que los precios permanecerán altos por lo menos una década. Y ya que la oferta no igualará el aumento de la demanda, según supone el IFPRI, los precios de los cereales se elevarán entre 10% y 20% para 2015. El pronóstico de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación para el periodo 2016-17 es ligeramente más alto. Con independencia de la cantidad exacta, parece poco probable que la agflación de este año sea, como han sido los aumentos anteriores, sólo el punto más alto de una gráfica.

Si los precios no pierden terreno, esto marcará un rompimiento con el pasado. Durante décadas, los precios de cereales y otros productos alimenticios han estado disminuyendo, tanto en las tiendas como en los mercados mundiales. En 2005, el Índice de Alimentos del Fondo Monetario Internacional (FMI) era ligeramente inferior que en 1974, lo que significa, en términos reales, que los precios de los alimentos se redujeron durante esos 30 años tres cuartas partes (ver gráfica 2). En los años 60 los alimentos representaban una cuarta parte de los gastos del estadunidense promedio; para 2005 la parte era menor a una séptima.

En otras palabras, si los precios de los productos alimenticios se mantuvieran más o menos donde están hoy, esto sería una novedad radical con un pasado en el cual los compradores y los agricultores se acostumbraron a una ligera disminución de precios, un año sí, otro no. Y daría fin a la era de alimentos baratos. Sus efectos se sentirían por todas partes, pero sobre todo en los países donde la comida importa más: los pobres.

Bendición y maldición

Si se escucha lo que dicen los gobiernos, se concluiría que los alimentos caros han sido, sin lugar a dudas, algo malo. Casi una decena de países han impuesto controles de algún tipo a los productos alimenticios. Argentina, Marruecos, Egipto, México y China han restringido los precios locales. Una docena de países, incluyendo India, Vietnam, Serbia y Ucrania, ha colocado impuestos a la exportación o ha limitado las exportaciones. Argentina y Rusia han hecho ambas cosas. En todos estos países, los gobiernos procuran proteger a su población de las alzas a través de controles de precios. Pero alimentos más caros no son una maldición pura: producen tanto ganadores como perdedores.

Obviamente, los agricultores se benefician si los gobiernos les permiten mantener sus ganancias. En Estados Unidos, el mayor exportador agrícola tendrá este año un ingreso neto de 87 mil millones de dólares, 50% más que el promedio de los 10 años anteriores. Los agricultores de la pradera de los estados centrales de ese país esperan con impaciencia sus cruceros por el Caribe.

Otros beneficiarios están en los países pobres. Exportadores de alimentos como India, Sudáfrica y Swazilandia obtendrán beneficios de mayores ingresos por exportaciones. Países como Malawi y Zimbabue, que solían exportar alimentos y no pueden hacerlo más, también están listos para sacar provecho si pueden aumentar sus cosechas. Tomando en cuenta que los precios de las materias primas han estado cayendo en términos reales, sería un enorme alivio para los países que han sufrido una disminución implacable en términos de comercio

Durante los años recientes, se ha abierto una brecha de ingresos entre las ciudades y el campo en los mercados emergentes. A medida que esos países se han diversificado de la agricultura a la industria y servicios, los salarios urbanos han sobrepasado a los rurales. La desigualdad de ingresos se mide de manera convencional usando el denominado coeficiente Gini que va de cero a uno. Un índice de 0.5 es señal de una sociedad sumamente desigual.

El Banco de Desarrollo asiático considera que el coeficiente Gini de China se elevó de 0.41 en 1993 a 0.47 en 2004. Si los ingresos agrícolas de los países pobres son empujados a la alza por los altos precios de los alimentos, se podría reducir la creciente brecha entre la ciudad y el campo. ¿Pero lo hará realmente?

Adivine quién pierde

Según el Banco Mundial, 3 mil millones de personas viven en áreas rurales en países en vías de desarrollo; de ellos, 2 mil 500 millones están involucrados en la agricultura. Estos 3 mil millones incluyen a las tres cuartas partes de los más pobres del mundo. Así que, en principio, los pobres en general deberían beneficiarse de ingresos agrícolas más altos. En la práctica, muchos no lo harán. Hay gran número de personas que pierden más por facturas más altas de alimentos de lo que ganan por ingresos agrícolas más altos. Exactamente cuántos, varía mucho de lugar a lugar.

Entre quienes perderían por precios más altos de alimentos están los grandes importadores. Japón, México y Arabia Saudita tendrán que gastar más para comprar su comida. Quizás ellos pueden permitírselo. De forma preocupante, algunos de los países más pobres de Asia (Bangladesh y Nepal) y África (Benín y Nigeria) afrontan también cuentas más altas de alimentos. En total, los países en vías de desarrollo gastarán más de 50 mil millones de dólares en la importación de cereales este año, 10% más que el anterior.

Los altos precios dañarán también a los más vulnerables.

En cada país, los consumidores menos ricos son los más afectados cuando los precios de los productos alimenticios se elevan. Esto es verdad lo mismo en países ricos y pobres pero, en estos últimos, la dimensión es por completo diferente.

Fuente: EIU

Traducción de texto: Jorge Anaya

 
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