Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 23 de diciembre de 2007 Num: 668

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

De Cervantes a Gelman
RODOLFO ALONSO

El peligro de la noche
KOSTAS STERIÓPOULOS

Noticias de Mittelamérica
CLAUDIO MAGRIS

Horacio Quiroga: a setenta años de su muerte
ALEJANDRO MICHELENA

Las Malvinas y la pretensión polar
GABRIEL COCIMANO

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Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
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Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

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ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

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Germaine Gómez Haro

Tamayo: una nueva lectura (I DE II)

A lo largo de este año que termina tuvimos la oportunidad de disfrutar las magníficas exposiciones de tres de nuestros artistas más emblemáticos: Frida Kahlo, Diego Rivera y Rufino Tamayo. De este último se presenta hasta el 20 de enero en el museo que lleva su nombre la soberbia muestra Tamayo reinterpretado, una retrospectiva organizada por esta institución en conjunto con el Santa Barbara Museum of Art, de California. A través de una selección de alrededor de noventa pinturas, el recorrido propone una nueva lectura de las diferentes etapas creativas del prolífico creador oaxaqueño.

A pesar de no ser una exhibición exhaustiva, el acertado guión museográfico ofrece al visitante una visión panorámica del quehacer de Tamayo a lo largo de siete décadas. Su última gran retrospectiva fue en 1986, cuando se mostraron cerca de seiscientas piezas en el Museo del Palacio de Bellas Artes y en el propio Museo Tamayo, todavía en vida del artista. La primera etapa creativa abarca los trabajos realizados de 1921 a la primera mitad de los años treinta, cuando consolida un lenguaje plenamente personal y de fuerte raigambre mexicanista. A lo largo de esta década, Tamayo conoció, exploró y asimiló las experiencias de las primeras vanguardias europeas –el postimpresionismo, el fauvismo, el surrealismo, la pintura metafísica, el cubismo y el futurismo– y las incorporó, de una u otra manera, a su creación. En reiteradas ocasiones el pintor insistió en que: “Para el artista, aún más importante que ser mexicano, paraguayo o francés, es ser universal. Para llegar a algo realmente original, nuevo, se ha de conocer, previamente, lo que otros han hecho antes y lo que otros están haciendo en cualquier rincón del mundo.” Esto se ve reflejado especialmente en las obras de este período que da inicio con los paisajes de 1921 – El calvario de Oaxaca, Paisaje – realizados durante las excursiones organizadas por Roberto Montenegro para los alumnos de la ENBA. Estas obras seminales revelan ecos del postimpresionismo, en especial recuerdan a Paul Signac y algunas obras tardías de Cézanne.

Ese mismo año, José Vasconcelos fue nombrado secretario de Educación Pública y, bajo su égida, surgió la llamada Escuela Mexicana de Pintura y el movimiento muralista capitaneado por los Tres Grandes, Rivera, Orozco y Siqueiros, quienes vituperaban contra el arte apolítico, considerándolo “burgués” y “decorativo”. Tamayo, calladito y reservado como era, se mantuvo siempre al margen del discurso nacionalista, pero no por ello dejó de defender su postura y argumentar sus intereses estéticos: “Me puse en contacto con el arte prehispánico y con las artes populares. De inmediato descubrí que ahí estaba la fuente para mi trabajo: nuestra tradición. Traté entonces de olvidar lo aprendido en la Escuela de Bellas Artes, incluso me endurecí la mano para comenzar de nuevo. Comencé a deformar las cosas, pensando siempre en el arte prehispánico […] Me fijé también en los colores que usaban nuestros antepasados.” Es así como desarrolló un léxico enteramente personal en el que fusiona su asimilación de las vanguardias y su pasión por representar temas de intrínseca esencia mexicana. Sus naturalezas muertas tempranas son un claro ejemplo: en ellas se vislumbran influencias de Braque y Picasso en la descomposición de las formas y la perspectiva alterada, y de Giorgio de Chirico en la elección de objetos inconexos e inesperados como fragmentos del cuerpo humano, o paisajes desolados y atmósferas desconcertantes. Sin embargo, en todas estas piezas se respira un aire mexicano que, por su frescura y espontaneidad, resulta más auténtico que la retórica nacionalista. De estos años destacan sus figuras femeninas sólidas y exuberantes, de piel color barro y acusados rasgos indígenas, las cuales, por un lado, remiten a la estatuaria precolombina, y por el otro, revelan su conocimiento de la época neoclásica de Picasso. Algunos de estos personajes presentan un rostro que asemeja una máscara, elaborado con líneas geométricas y diferentes planos de color, como se aprecia en Luna de miel; es imposible no pensar de nuevo en Picasso y las máscaras africanas –los dos personajes en Las señoritas de Avignon – aunque tal vez Tamayo haya tomado como referencia las máscaras etnográficas rituales de los pueblos indígenas. La primera etapa creativa de Tamayo está marcada por su larga estancia en Nueva York, entre 1936 y 1948, cuando consolida su quehacer e ingresa en el mercado del arte estadunidense. La segunda fase de su trayectoria se inicia en 1948, en París, como se verá en la siguiente entrega.

(Continuará)