Usted está aquí: viernes 28 de diciembre de 2007 Opinión Benazir Bhutto (1953-2007)

José María Pérez Gay

Benazir Bhutto (1953-2007)

Ampliar la imagen Benazir Bhutto, fotografiada en noviembre de 1976 en la Universidad de Oxford Benazir Bhutto, fotografiada en noviembre de 1976 en la Universidad de Oxford Foto: Ap

En todo linaje político, el deterioro ejerce su dominio. Benazir Bhutto, única mujer que ha llegado a ser jefa de Estado en una nación musulmana, fue asesinada ayer, jueves 27 de diciembre, por un suicida que le disparó en el cuello y en el pecho y, segundos después, se voló matando a 15 personas durante uno de los actos de la campaña electoral de Bhutto, en la ciudad de Rawalpindi, en el norte de Pakistán.

Benazir nació en Pakistán el 21 de junio de 1953, creció a la sombra de su padre, Zulfikar Ali Bhutto, presidente y primer ministro de Pakistán (1971–1977), uno de los políticos civiles accesibles a las supersticiones del mando militar, enemigo encarnizado de la India y mano dura en el gobierno local. Zulfikar Ali Bhutto envió a Benazir, su hija mayor, a estudiar administración pública y ciencias políticas a las universidades de Harvard y Oxford. Una mujer de vertiginosa riqueza mental –decían sus más próximos colaboradores–, hábil en el manejo de los intereses políticos más contradictorios, Benazir nunca pudo escapar al cerco que le heredó su padre. A mediados de 1977, un golpe de Estado derrocó a Zufilkar y, unos meses después, el general golpista Zia ul–Hak lo condenó a la horca.

A principios de 1988, el general Zia ul–Hak murió en un accidente aéreo, Benazir Bhutto tuvo su primer hijo y barrió en las elecciones con su Partido Popular Pakistaní, obtuvo casi la mayoría absoluta. Sin embargo, muy pronto comenzaron las disputas con el Estado Mayor del Ejército; 18 meses más tarde la derrocaron bajo acusaciones de corrupción y tráfico de influencias. El Tribunal Supremo la encontró culpable, Benazir se defendió hasta lograr un fallo favorable.

Por increíble que parezca, Benazir volvió a triunfar en las elecciones de 1993; pero el destino se ensañó otra vez con ella. Su hermano Murtaza murió asesinado en un tiroteo con la policía. Su hermano menor, Shahnawaz, había muerto en circunstancias violentas en la riviera francesa. Por ese entonces, Benazir acusó a Faruk Leghari, presidente de Pakistán, de la muerte de su hermano. ¿Por qué regresó Benazir Bhutto a su patria? El atentado del 17 de octubre en el cual por poco pierde la vida le reveló que no había otra salida que la muerte, una política tan avezada como Benazir lo sabía de memoria.

Desde principios de 2007, Pakistán se había hundido en una lucha por el poder de la que resultaba imposible salir con vida. Una manifestación de extremistas islámicos violentos –que exigía la puesta en práctica de la sharia o ley islámica en Pakistán– escapó del control de las autoridades y, en un abrir y cerrar de ojos, dio comienzo una batalla con ametralladoras calibre 50 y misiles tierra-aire contra las fuerzas de seguridad paquistaníes cerca de Lal–Masjid, la mezquita roja. La policía federal sostuvo desde un principio que los violentos pertenecían al movimiento Harktul-Jihad-e-Islami –prohibido en Pakistán– señalado como un eslabón más de la cadena internacional Al Qaeda. Los clérigos y sus estudiantes islamistas radicales se atrincheraron en la mezquita en la que se encontraban más de mil 800 personas, incluso mujeres y niños; tomaron a muchos fieles como rehenes y los usaron después como escudos humanos. Ningún medio informativo supo bien a bien que exigían; la madrasa Jamia Hafsa (escuela coránica femenina) se encuentra a un lado, un edificio más en las construcciones de la mezquita y era –hasta dónde se sabe– un nido de mujaidines (militantes de la guerra santa).

Los ataques recientes revelan cada vez más que los mujaidines que lanzan bombas, o se vuelan en los aires con una carga de dinamita en el pecho, son cada vez menos los militantes de Al Qaeda; en cambio son cada vez más los shahid (mártires) que han pasado unos meses –y de modo fugaz– con los grupos islámicos radicales antes de convertirse en informantes y terroristas. En La nueva red Al Qaeda (Hamburg, 2006), Yassin Musharbash, un experto en materia de informática y operaciones de seguridad, afirma que éste es el caso de los cuatro mujaidines (voluntarios internacionales) que llevaron a cabo los atentados en Londres; sólo dos de ellos habían vivido tres o cuatro meses en la Madrasa de Pakistán, los otros dos eran médicos de profesión establecidos en Londres.

El asesinato de Benazir Bhutto ha revelado que un político tan represor y diestro como Pervez Musharraf no puede contener, ni mucho menos derrotar a la furia destructora del Islam extremista. Los atentados suicidas se multiplican en la frontera con Afganistán. La forma más pura del terror islámico es el atentado suicida. Ejerce un poder de atracción irresistible sobre el perdedor radical, escribe Hans Magnus Enzensberger, pues le permite dar rienda suelta a sus delirios de grandeza. Nadie puede decir que es un cobarde. El valor que lo caracteriza es el valor de la desesperación. Su triunfo consiste en que no se le puede castigar, pues el mismo se encarga de castigarse con la muerte. El video reivindicativo de Al Qaeda tras los atentados de Madrid de marzo de 2004 lo revela con toda claridad: “Vosotros amais la vida, nosotros amamos la muerte, y por eso venceremos”.

Nadie podrá contestar a la pregunta: ¿por qué razón regresó Benazir Bhutto a Pakistán? Nadie puede saltar sobre su propia sombra.

 
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