Usted está aquí: sábado 29 de diciembre de 2007 Política 2007 en blanco y negro

Ilán Semo

2007 en blanco y negro

Antípodas.- Vista a un año y medio de distancia, lejos ya de la contienda electoral que dividió al país en campos auténticamente polares, la crisis que se inició los primeros días de julio de 2006 parecía un asunto de proporciones mayores. Como en 1988, la sociedad se enfilaba hacia una fractura de dimensiones probablemente nacionales. Sin embargo, en 2007 aparecen dos fenómenos que si bien no desactivan del todo el encono, digamos que lo transforman en opciones todavía no calculables, y que apuntan hacia paradigmas inéditos en el mundo político.

Uno es propiamente nuevo: la emergencia de una izquierda política y civil que pone un coto al maximalismo sin renunciar a su calidad de oposición, y que abarca a sectores del mundo intelectual, los medios de comunicación, las organizaciones sociales y sindicales, movimientos ciudadanos ecologistas y de género, y corrientes cada vez más visibles en el seno de los partidos, sobre todo, en el Partido de la Revolución Democrática (PRD). El otro fenómeno es una suerte de anacronismo: la alianza entre el Partido de Acción Nacional y los cacicazgos (sociales y regionales) que dominan a la política clientelar ha redundado en una predecible parálisis del Estado mismo. Ambos procesos significan al vago panorama político que hereda el año de 2007.

La parálisis.- En 2007, se acumulan las decisiones y los conflictos que ponen a prueba la escasa legitimidad con la que la administración panista asciende, a empujones, al poder. El primero de diciembre de 2006, la presidencia depende más que nunca de los votos y el consenso que le proporcionan caciques sindicales, gobernadores semifeudales (o sin el semi) y empresarios ávidos de cobrar facturas instantáneas por los apoyos concedidos durante la campaña presidencial y el trance poselectoral. Por su parte, el Poder Ejecutivo busca crear su propia identidad fincando límites y negociando acotamientos, pero el resultado es tan diverso y vago que, al final del día, se observa un poder más bien secuestrado por su propia dispersión.

Tres frentes y un drama.- Desde los primeros días de su gestión, los esfuerzos se concentran en tres frentes: el combate al narcotráfico, la desregulación económica y la reforma electoral.

–En el renglón del narcotráfico, como suelen reportar los memos burocráticos, nunca se entiende si se trata de una campaña del Estado contra el crimen organizado o del Estado contra sí mismo (por adueñarse de su poder). El resultado es que los cadáveres se apilan por miles: una guerra incivil permanente, cuyo objetivo es cada vez menos claro y cuyos efectos colaterales son inconmensurables (criminalidad en aumento, la inseguridad como norma, etc.)

–A lo largo de todo el año, la desregulación económica avanza a pasos presurosos formal e informalmente. De facto, quedan abolidas las futuras pensiones del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, la tortilla se vende a precio de mercado, se rematan zonas ecológicas a la inversión en turismo, prosigue la venta gradual de las atribuciones de Petróleos Mexicanos, etcétera. Pero nunca se afectan los precios monopólicos que enrarecen al mercado interior. Carstens desoye las sugerencias que llegan incluso del Fondo Monetario Internacional: en México, sin distribución del ingreso no hay reanimación económica. El país no alcanza ni siquiera las tazas de crecimiento medio de América Latina.

–En el papel, la reforma electoral propone una lectura bastante atinada frente a los dilemas de la elección de 2006. La pregunta es: ¿quién va a garantizar su puesta en vigor? El Instituto Federal Electoral está prácticamente desecho. Pasó de ser una autoridad en comicios a una oficina de trámites. Frente a los siguientes trances electorales, que no son improbables, ¿qué poder asumirá la función de arbitraje?

–El momento más dramático del año fue sin duda el caso de Lydia Cacho vs el góber precioso. La SCJN se jugó su legitimidad como un viable poder autónomo en él. Ya se ha dicho hasta el hartazgo. Sólo lo recuerdo: ¿por qué tenía la Suprema Corte que atraer un caso a su seno que, según sus miembros, ni siquiera contenía evidencias suficientes para ser llevado a juicio? Hoy la impresión es que cualquier cacique de esquina puede amarrar a los prelados.

El reorden de la izquierda.- En 1989, después del fraude electoral cometido por Carlos Salinas de Gortari, Cuauhtémoc Cárdenas convirtió al naciente PRD en una correa de transmisión de su liderazgo. Nacía así una suerte de neo o poscaudillismo en la izquierda que habría de dominar su lógica y su logística durante más de una década. Los saldos fueron la implosión electoral en 1991 y una recuperación lentísima. En 2007, Andrés Manuel López Obrador quiso repetir exactamente la misma operación. Sólo que ahora tuvo que enfrentar a una izquierda cada vez más inoculada contra las prácticas de sus antiguos miembros del Partido Revolucionario Institucional. (Hoy ni siquiera está claro que gane su candidato a la presidencia del partido.) Una izquierda que es esencialmente no partidista, pero que ejerce una influencia cada vez mayor en sus organismos políticos. ¿Señales de una cultura civil que busca institucionalizar sus organismos? No es improbable.

 
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