Usted está aquí: domingo 30 de diciembre de 2007 Cultura La buena lectura

Bárbara Jacobs

La buena lectura

Supongo que conozco lo suficientemente bien el castellano, pero hay ocasiones en que leer me hace dudar. Cuando me topo con galleaba un gallardete bífido me tropiezo, y entonces me pregunto cuál es mi lengua y si me atrevo a sostener que la domino de verdad. Suelo leer rodeada de diccionarios, y es cierto que a medida que pasa el tiempo cuento con más recursos para salvar tropiezos, previsibles y aun los imprevistos, pues hago lo posible porque leer sea un acto sin tensión. Consulto libros de referencia, me acomodo bajo una buena luz, pero interrumpir cada tres líneas para entender qué estoy leyendo, o qué está pretendiendo decir el autor, o si será que la confusión se debe a un problema de traducción, termina por hacer de mi lectura un fastidio y la abandono, por lo menos mientras me pasa el mal humor. Leo sobresaltada por tanta interrupción. Y por más que averigüe lo que significa gallear, gallardete y bífido, tener que incorporar el sentido al contexto y releer la frase analizada, termina por ser agotador. Termina por cansarme tener que enfocar y que renfocar sólo para que a unos pasos del bache de galleos ya sorteados, donde el gallardete bífido galleaba, yo me vuelva a tropezar, esta vez con cenotafio. ¿Qué es un cenotafio? Es para darme de topes contra la pared, o qué hacer con mi ignorancia, con la limitación de mi vocabulario, con mi incapacidad de comprensión, de concentración, de retención. Cenotafio/epitafio, ¿tiene algo que ver un término con el otro? ¿Y el tema del cenotafio con el de bífido o con el de gallear? ¡Bífidos galleos de gallardete! ¡Ultrafio cenotafio malatafio!

Sé que precisamente la lectura aumenta, ensancha y extiende todo vocabulario, y si además y por principio mi oficio pide una lexicografía amplia, ilimitada, con mayor razón no debería lamentarme por tropiezos provocados por un léxico propio pobre, sino más bien agradecerlos y usarlos en desarrollar mi lengua necesaria y esencial. No pretendo dominar ni siquiera una sola lengua, la historia de cada una es larga, las épocas de todas son muchas, las regiones, las jergas, los modismos y los niveles, pero si estoy leyendo una novela de un autor contemporáneo mío, esperaría poder leerla sin diccionario de por medio, disfrutarla con fluidez, saber de entrada qué significa umbelas y plúmulas, qué son, y en qué sentido se relacionan con el gallardete bífido que galleaba y con el cenotafio, o para el caso con la materia gramínea que les sigue, a estas umbelas y estas plúmulas que me suenan a nombres femeninos no sé de qué reino, si del mineral o del vegetal, o si son neologismos, o si el autor está jugando y nos está poniendo a prueba, a mí y al universo. ¿Qué son las umbelas, qué son las plúmulas?

Me parece que la muselina es una tela, pero leer que la muselina es de un baldaquín me desconcierta, porque la palabra baldaquín no me suena a nada, y no me animo a asociarla a las baldosas ni a los baldosines, por más que las asemeje en mi ignorancia vasta. Leo baldaquín de muselina y me sé perdida, entre gallardetes bífidos que gallean, cenotafios y umbelas desacentuadas, entre plumulas y plúmulas con acento. Leo umbelas y pronuncio úmbelas, no sé si porque reparé en umbela por primera vez ahora, al lado de plúmula, que me suena a una palabra que acentuada canta, por más que en nada se asemeje a plúmbeo ni a plomo, o quizá porque la asocio a la palabra inglesa plum, que traducida al castellano significa ciruela y las ciruelas me gustan, o con plumb, que se acerca a plomo, casi a plomero, y que pesa y se parece al acero y se aleja del hollín. Umbela, umbélula, libélula, cerebélela.

La barcia y el tamo de la paja son golpes a mi paciencia. Leo la frase y desvío la mirada en un intento de ignorarla y de no obsesionarme en entender. Pero la barcia gallea y el tamo es bífido, y en todo caso ninguno me suelta, se prenden a mí como al cenotafio, al galleo de mi fantasía, a las umbelas parasoles, a la muselina frenética y gramínea, a la baldaquina de color terroso, al cemento, al plomo, a la desesperación, a la inflorescencia, al tallo de los pedicelos. Tic, tac. La clepsidra marca el agua con gotas de tiempo egipcio, la klepsydra griega, distinta de la panoplia de la razón, sin duda, de las piraguas de batanga, de las plúmulas, tac, de la baldaquina amuselinada, de la ciruela plúmbea, tic. La zanahoria y el perejil son umbelíferos como la cicuta y ninguno de los tres sabe a miel de oveja en el pajar.

 
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