Usted está aquí: jueves 3 de enero de 2008 Opinión De flexibilidad y rigidez

Octavio Rodríguez Araujo

De flexibilidad y rigidez

Cada quien tiene su manera de matar pulgas. En México, con el síndrome del subdesarrollo y de que el país es periférico y tiene que copiar a Estados Unidos su paradigma ideológico y de formas de vida, los diputados tanto federales como del Distrito Federal resultaron –obvio– más papistas que el Papa. Me refiero a la ley antitabaco, mal llamada de protección a los no fumadores.

Leo una nota en La Jornada (2/01/08): muchas naciones europeas se resisten a poner límites legales al consumo de tabaco en lugares de ocio. En Grecia se puede fumar en los bares y, en la práctica, la ley se ha vuelto letra muerta al circunscribirse la prohibición al transporte público. No en balde la cuna de nuestra civilización está en Grecia, aunque para muchos mexicanos parece haberse trasladado al imperio estadunidense.

En otros países las leyes antitabaco no parecen ser aceptadas en bares y restaurantes. En España, otra de las cunas de nuestra civilización, de la que heredamos muchas cosas incluidos el municipio y la religión de la que se muestra orgullosa la mayoría de los mexicanos (sin tomar en cuenta que también fue impuesta), han resuelto que en los establecimiento de menos de 100 metros cuadrados se podrá fumar o no según resuelvan sus dueños, y que la gente escoja la opción que más le interese. En Dinamarca la ley establece que en locales mayores a los 40 metros cuadrados tendrán que estar libres de tabaco o divididos físicamente en su interior. Resultado: los 40 metros cuadrados se convirtieron en 39.99 o menos, y así la ley no tiene aplicación. Muy inteligentes. Los alemanes, en la patria de grandes músicos, filósofos y escritores, sólo han prohibido el consumo del tabaco en transportes y edificios públicos (Hitler era austriaco, por lo que no cuenta y, dicho sea de paso, estaba tan mal de la cabeza que prohibía fumar en su presencia y, como no bebía alcohol, reprobaba a quienes tomaran bebidas embriagantes, en uno de los países donde más cerveza se consume. Quizá por eso se volvió fascista, no se sabe, pero el tema está en estudio).

En México, en varios estados de la República hay resistencias fundadas a prohibir el consumo de tabaco en bares, restaurantes y otros centros de diversión. A diferencia de la gente del Distrito Federal, que vive permanentemente en estrés y con una de las mayores contaminaciones del aire en el mundo, en la provincia las personas son más tolerantes, menos histéricas, menos maniáticas y nadie se queja del humo del cigarrillo en los restaurantes (la mayoría) donde no hay zonas de fumadores y no fumadores. Es notable la diferencia, que espero hayan visto y sentido los vacacionistas chilangos en sus viajes a Cuernavaca, Acapulco, etcétera, estos días festivos. En la provincia se respira un aire de libertad, además de menos contaminado, y la gente vive muy feliz si al menos tiene techo y qué comer, que para millones de compatriotas sí son preocupaciones y no si se permite o no fumar.

Todavía es tiempo de que los legisladores de México rectifiquen las leyes que aprobaron y dejen de copiar al país del norte y de hacerle caso a los merolicos que repiten los datos de la Organización Mundial de la Salud (dominada, como toda la ONU, por Estados Unidos), sin cuestionarlos y sin hacer sus propias investigaciones o sin leer las que se publican en revistas científicas sobre el tema.

¿Qué han hecho nuestros diputados para frenar el alza de precios en productos básicos, y no sólo en gasolinas, gas y electricidad? Éstos son los temas importantes, los que afectan a todo mundo, fume o no, y no si en su organismo se alojan microgramos de alquitranes o de monóxido de carbono. ¿Se han puesto a pensar los legisladores si podrían vivir con el salario mínimo que la comisión respectiva ha impuesto a los mexicanos? Ni qué decir de las reformas que aprobaron en materia de atribuciones policiacas. Dan pena.

 
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