Usted está aquí: sábado 5 de enero de 2008 Política Elecciones y migrantes en Estados Unidos

Miguel Concha

Elecciones y migrantes en Estados Unidos

El pasado miércoles arrancó formalmente el proceso electoral en Estados Unidos. Como informó el corresponsal de La Jornada, David Brooks, al día siguiente tres fueron los temas más candentes que hasta entonces ocuparon la atención de los 15 precandidatos (ocho demócratas y siete republicanos): la guerra en Irak, la economía y la migración. Por lo que se refiere a este último, varios analistas coinciden en que no ha sido un asunto tratado de manera realista, integral y con altura política. Menos aún con referencias a la política exterior con México y el resto de América Latina. Sino simplemente ha sido abordado –sobre todo por los candidatos republicanos– como un asunto local y doméstico, centrado en la persecución policiaca de los migrantes e indocumentados.

El diagnóstico coincide con lo que el pasado 12 de diciembre el arzobispo católico de Los Ángeles escribió en una carta a todos los candidatos a la presidencia, hecha pública hace unos días. En ella el cardenal Mahoney expresa en primer lugar su extrañeza por el tono de las campañas en relación con un tema de importancia ya no únicamente local, sino desde hace varios años nacional, y muestra su profunda preocupación porque el debate en torno a él ha estado caracterizado por exabruptos verbales, que han tenido el efecto de inflamar en todo el país un sentimiento antinmigrante y de rechazar de plano la migración, incluso la de los inmigrantes legales y los ciudadanos recientemente naturalizados.

Tomando en cuenta la herencia de un país integrado culturalmente por migraciones sucesivas, el arzobispo apela entonces a la responsabilidad política de los candidatos para educar con seriedad a la ciudadanía sobre los problemas que enfrenta la nación a comienzos del siglo XXI, incluyendo desde luego las realidades de la inmigración. Para el cardenal Mahoney, como para muchos observadores, incluidos muchos otros líderes cristianos y religiosos de Estados Unidos, el sistema migratorio del vecino país está superado y requiere de forma urgente una reforma profunda, pues se otorga un número insuficiente de visas a los inmigrantes, quienes sin embargo son indispensables para trabajar en industrias importantes para la economía de ese país. Ello no obstante, los que ya trabajan allí pagan sus impuestos, pero viven con miedo y no son capaces de emerger desde las sombras. Por último, la inmigración ilegal continúa, a pesar de todos los esfuerzos emprendidos para reforzar la frontera, y, lo que es más trágico, los indocumentados siguen muriendo en el desierto de Estados Unidos.

“Es fácil expresar apoyo a la inmigración legal, y que los ‘ilegales’, como frecuentemente son etiquetados de manera negativa, se atengan a las reglas”, dice Mahoney en su carta. “Es más difícil explicar que el sistema actual no fomenta la inmigración legal de los trabajadores menos calificados, y por qué –añade– requiere un cambio por el bien superior de la nación. Lo primero –remata– refleja una postura política; lo segundo exige liderazgo”. El arzobispo pide entonces que las campañas presidenciales terminen con la retórica polarizadora y deshumanizante contra los migrantes, y más bien apelen al sentido común de los ciudadanos y los convoquen a un plan razonable de reformas, pues su responsabilidad no se limita simplemente a responder a sus puntos de vista y necesidades, sino también a proponer una visión de futuro para el país.

Entre otros, con este mismo diagnóstico y propuestas también coincide el obispo de Tulsa, quien el 25 de noviembre escribió una carta pastoral contra la ley estatal HB 1804, promulgada hace poco en Oklahoma. Para el obispo de esa diócesis católica del noreste de ese estado, Edward J. Slattery, el sistema migratorio actual de Estados Unidos es contradictorio, injusto, duro y promueve deliberadamente la división de las familias; con leyes como la HB 1804 se pone en riesgo a los hijos de los migrantes y se castiga a los no culpables, incluidos aquellos que ya nacieron en Estados Unidos o fueron llevados allí por sus padres siendo muy pequeños.

“Se estima que 500 mil inmigrantes entran a esta nación sin un estatus legal cada año. Algunos cruzan la frontera, otros se quedan luego del vencimiento de sus visas”, dice en su carta, que lleva el significativo título de Los rostros sufrientes de los pobres son el rostro sufriente de Cristo. “Aproximadamente 90 por ciento de estas personas pueden obtener trabajo durante los primeros seis meses, y su labor es evidente en todos los sectores de nuestro estado. Ello no obstante, nuestro sistema concede apenas 10 mil visas cada año para trabajadores poco calificados, y confía sólo en hacer cumplir las leyes contra la inmigración ilegal”, aunque alienta la de personal calificado, que se requiere en sus países de origen. “En pocas palabras –añade– nuestra política migratoria es esquizofrénica, pues colocamos un letrero en la frontera de ‘no cruzar’, y gastamos 30 mil millones de dólares (desde 1993) para detener a todos aquellos que la cruzan, pero después salimos con anuncios en las entradas de las fábricas y aceptamos felizmente los beneficios del trabajo de estos ‘ilegales’”.

 
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