Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de enero de 2008 Num: 670

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Vinicius de Moraes:
un Buda musical

ALEJANDRO MICHELENA

Alejandra 2
NIKOS KARIDIS

Industrias culturales. México en el contexto latinoamericano
VIANKA R. SANTANA

El vino del amor y la experiencia
HERMANN BELLINGHAUSEN

Méndez Arceo y el '68
CARLOS FAZIO

Chomsky y Foucault:
la razón y la navaja

RAFAEL TORIZ

José Ramón Arana: escritura, silencio y exilio
YOLANDA RINALDI

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José Ramón Arana: escritura, silencio y exilio

Yolanda Rinaldi

Cuando en el firmamento de España, en 1936, apareció el lento eclipse de la Guerra civil, se oscureció el panorama de la historia literaria española que se agudizó después con el silencio y el vacío del exilio de 1939, pero hacia 1972 llegó a la Península un escritor casi inédito, José Ramón Arana, que a lo largo de su vida fue un maestro de la renuncia y la sublimación.

José Ramón Arana, injustamente desconocido, volvió al terruño con su memoria subjetiva y brindó su primer libro de recuerdos, una biografía cumplida que buscaba reconquistar el territorio perdido que la espiral de violencia le había arrebatado, esa Guerra civil que dio un sentido trágico a la vida de una nación entera.

Fue descubierto en su propio país, un año antes de su muerte, ocurrida en 1973, a través de su último libro Can Girona. Por el desván de los recuerdos. Más tarde, en un acto de justicia literaria, se le rescató del inmerecido olvido, con la reimpresión, en 1979, de su primera novela, El cura de Almuniaced (1950, México, Aquelarre) y su libro póstumo ¡Viva Cristo, ray! Y todos los cuentos (1980) que sumó, en 2005, la inesperada reedición de El cura de Almuniaced, debido a la iniciativa del investigador español Luis Antonio Esteve, que lo puso en el escaparate editorial.

Arana había llegado a México en 1941 como refugiado político, pero vivió consagrado a la inquietud por considerar el porvenir de España bajo una luz nueva, intentando, como tantos otros exiliados, superar su posición de descentrado. Aunado a sus principios políticos e ideológicos, ocupó distintos frentes con una rica expresión literaria en poesía, novela, cuento, ensayo, artículo, crónica, reseña, todo con su nombre o seudónimos (Abenámar, Pedro Abarca, Juan de Monegros, Medea y Celtiberión). Como político, nada lo detuvo, y con su postura se atrajo animadversión, especialmente del ala comunista republicana, de sus antiguos compañeros Juan Vicens y José Renau. Sin embargo, fue adecuando, con sencillez y naturalidad, pensamiento y lenguaje, aventajando a los supuestos “prestigiosos y verdaderos intelectuales” de la emigración que “paralizados” observaban su España “perdida”.

Arana creó memoria en su postura hacia la vida, revelándose como un escritor comprometido. Había nacido un 13 de marzo de 1905 en Garrapinillos, Zaragoza, y al salir a causa de la derrota de la Segunda República, montó, a su pesar, una vida necesariamente incompleta con el nombre de José Ramón Arana. Según testimonio de su esposa, Elvira Godás, el antiguo dirigente sindical bancario de la ugt (Unión General de Trabajadores) vivió en el exilio escindido, explorándose a sí mismo. Viviendo ese lado lunar, secreto y oscuro que lo empujó tantas veces a la soledad y al silencio. El también prominente miembro del Consejo de Aragón, que le valió la condena a muerte por el gobierno de Franco, buscaba la soledad, soledad que ocultaba sus sentimientos, sus miedos, instantes en los que fugazmente conseguía huir de su personalidad inventada y era capaz de sentirse bien consigo mismo. Supo con Can Girona. Por el desván de los recuerdos (1973) elevar a un plano más amplio y universal una realidad que afecta al individuo, con pensamientos y conocimientos vistos desde dentro, de la lucha por la justicia, convencido de que la historia humana no tiene punto final y quiso, por medio del lenguaje, darle dimensión poética a los horrores de la vida. Confirmando que la escritura es memoria y que el arte es la salvación humana frente a un realismo insoportable. En Arana se perciben esos rasgos emblemáticos de la escritura exiliada, encarnando al mítico Lot, con la mirada atada al pasado. Para este escritor de origen aragonés, su sensibilidad y su sentido social, debido en parte a su doble profesión de periodista y narrador, lo mantuvieron en contacto con la gente, convirtiéndose en el exilio en un testimonio fiel de la evolución de la vida española que había dejado al otro lado del Atlántico. Junto con Manuel Andújar fundó la revista Las Españas y es claro que mantenía un profundo interés por la tierra que había abandonado; quizá esa realidad temporal lo llevó a vislumbrar una España donde: “Sólo a vista de pájaro parece que existe dualidad. Hay numerosas Españitas , como pudo verse en nuestra guerra, pero el adentro es uno, es decir, una”, escribió en su libro Cartas a las nuevas generaciones españolas.

Su memoria se distraía y volvía al barco Ipanema que un día lo trajo a América –el estudioso de su obra, también aragonés, Luis Antonio Esteve, dice que se llamaba La Salle . Por eso, a primera vista, la escasa producción literaria y la casi nula difusión de la misma es culpa del propio Arana por su proclividad periodística enfocada a España (entre 1943 y 1945 escribió la sección La hora de España, en el diario El Popular) o su pasión de editor creando revistas (Aragón, Diálogo de las Españas, Crisol) o colecciones de libros (en las editoriales Aquelarre y Monegros) que otros escribían –el gran Ramón J. Sender, se vio beneficiado– todas estas tareas le restaban tiempo para entregarse a la ficción, no obstante, que en lo que escribe se presiente al buen narrador. Es posible suponer que viviendo en un México en el que las posibilidades eran escasas, donde el que ganaba un sitio prominente lo vislumbraba todo y tenía el campo abierto, mientras quien vivía de espaldas a la buena fortuna seguía con el campo cerrado, llevó a Arana a ejercer el pluriempleo, dando origen al protagonista de La librería de Arana, del escritor vasco, Simón Otaola: un vendedor de libros que ambulaba por las calles de México con su esperanza a cuestas. El libro fue reeditado en 1999 gracias al escritor José de la Colina. Arana murió en Zaragoza el 23 de julio de 1973, con aquel nombre que se inventó: José Ramón Arana Alcrudo, pero enfrentado a una realidad, su verdadero nombre, grabado en una lápida que recuerda al yaciente: José Ruiz Borau.