Usted está aquí: lunes 7 de enero de 2008 Opinión El embrujo de Morante

TOROS

José Cueli

El embrujo de Morante

El sol doraba con sus brillos el mujerío que acudió a la Plaza México, en tarde apacible. En medio del vocerío desbordante y el bullente maremagnum de la fiesta pagana. Fue hasta el tercer toro que apareció el toreo de Morante de la Puebla de dentro de la sangre. El silencio lo abría por el ardor que lo consumía y se resbalaba en esas verónicas cargando la suerte por el lado derecho. En un dolor desatado que le salía del fondo del alma y se continuaba con unos doblones bien rematados que voltearon la plaza al revés. El embrujo de su quehacer torero le llegaba a los cabales que sentían en fusión con él, un estremecimiento en que la piel se estiraba y salían voces de adentro en olés intensos y en el aire llantos de conmoción. El asombro era un clamor en la tarde invernal que se volvía canto. El canto de un capotillo que iba y venía sosegado con fácil primor.

¿Digan los duendes quien tocaba ese capote y esa muleta de milagrería? Sería la gracia rapajolera del torero sevillano que, destrenzaba lo que era poesía infranqueable en segundos y volvía a su lugar. Ese espacio inasible que aromaba el coso torero. Desbordaba majestad Morante en redondos eternos con el signo de la casa deletreando los pases, rematados con el auténtico pase de pecho enroscándose el toro por el corbatín, merced al giro quebrado de lo inesperado, surgido de su mágica muleta.

Viendo torear a Morante y a El Pana, uno piensa que el toreo no está en capotes y muletas. Si no más allá y como no hay más allá, ¿dónde está? Esa pereza al lancear que en el aire quiere moverse y nadie la moverá. Chispazos que en el coso se quedaron y dejaron huella y son propio de los temples muralístico. Díganlo esos pares de Calafia de El Pana que cimbraron el coso y levantaron a los cabales de sus asientos, aplaudidos en vuelta al ruedo antes de iniciar su faena en la que un mal fario gitano se ensañó con él.

Todo esto en tarde que los toros de los Ébanos, salvo el primero de Morante, fueron bravos con los caballos ocasionando tumbos y dejándose torear el resto. No eran los toros bobalicones de entra y sal y la emoción de sentía en el coso. El Pana visiblemente mermado de facultades dejó huella de su carisma y torería, y presionado por el público y el triunfo de Morante, sacó la casta y acabó en la enfermería con una cornada grande. Mientras los aficionados sacaron a hombros a Morante y se lo llevaron a pasear por Insurgentes, en tarde de brujería.

 
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