Usted está aquí: sábado 12 de enero de 2008 Cultura Con música y canto tratan de conjurar a la muerte en el velorio de Henestrosa

Familiares y amigos siguen lo que dejó establecido en su poema La Martiniana

Con música y canto tratan de conjurar a la muerte en el velorio de Henestrosa

Los vestidos multicolores de las mujeres del istmo cedieron el paso ante el negro y gris

Siguiendo la tradición de Oaxaca, el escritor será sepultado hoy al mediodía

Arturo Jiménez y Fabiola Palapa

Ampliar la imagen Andrés Henestrosa y Blanca Charolet Andrés Henestrosa y Blanca Charolet Foto: Archivo

Ampliar la imagen Elementos de la policía capitalina escoltaron la carroza Elementos de la policía capitalina escoltaron la carroza Foto: Alfredo Domínguez

Ampliar la imagen El cuerpo de Andrés Henestrosa a su llegada a Bellas Artes El cuerpo de Andrés Henestrosa a su llegada a Bellas Artes Foto: Alfredo Domínguez

Ampliar la imagen El presidente Felipe Calderón realizó la primera guardia de honor acompañando a Cibeles, la hija del escritor El presidente Felipe Calderón realizó la primera guardia de honor acompañando a Cibeles, la hija del escritor Foto: José Antonio López

La petición de Andrés Henestrosa de no llorar en su muerte, hecha por el escritor oaxaqueño desde hace décadas, cuando compuso la letra de La Martiniana, no fue cumplida del todo durante el velorio ni en el homenaje de cuerpo presente que ayer se le rindió en el Palacio de Bellas Artes.

En cambio, la solicitud planteada en esa misma composición de que se cantaran sones alegres y sublimes, como La Sandunga, Xquenda, Dios nunca muere o Paulina, fue satisfecha a plenitud en la voz de Susana Harp, acompañada por la música de una agrupación de cuerdas y de la Banda Sinfónica de Oaxaca.

Incluso Harp también interpretó La Martiniana, uno de cuyos fragmentos dice: “Niña, cuando yo muera/ no llores sobre mi tumba,/ canta sones alegres, mamá,/ cántame La Sandunga// No me llores, no, no me llores, no,/ porque si lloras yo peno./ En cambio, si tú me cantas/ yo siempre vivo, yo nunca muero”.

Aunque las lágrimas fluyeron en los amigos, admiradores y familiares de Henestrosa, como en su hija Cibeles, sus nietas Cérida y Edemnida o varios de sus bisnietos, es seguro que su espíritu tampoco penará, pues con los cantos istmeños el poeta y narrador siempre estará vivo y nunca morirá.

El canto para que el también ensayista y periodista siga viviendo había comenzado desde la mañana del viernes, cuando un señor de edad tomó del brazo a Cibeles Henestrosa para que se levantara de la silla donde recibía las condolencias, la llevó junto al féretro y cantó los fragmentos de un son oaxaqueño.

Así, pese a que la muerte por fin dio con él, luego de 101 años de tanto escondérsele e incluso de cerrarle las puertas de su casa cuando se llevaba a un familiar o amigo, Henestrosa también seguirá entre los vivos debido a obras como Los hombres que dispersó la danza o Retrato de mi madre y por cualidades como la amistad y su energía vital.

Esa trascendencia del escritor –de la que, sin embargo, él mismo descreía porque siempre aseguraba tener como pendiente escribir “una paginita” por la que se le recordara en el futuro– fue una certeza general repetida por creadores, funcionarios culturales y gente común que, por decenas, acudieron a despedirlo desde el jueves en la noche a una agencia Gayosso de Félix Cuevas o ayer viernes, en el Palacio de Bellas Artes.

Enaguas y huipiles flotando

Andrés Henestrosa falleció en la tarde y por la noche su cuerpo fue llevado a la funeraria, adonde acudieron personajes como su gran amigo y compañero de generación, el poeta Alí Chumacero.

Tanto en la funeraria como en el Palacio de Bellas Artes, varias enaguas y huipiles parecían flotar entre la mucha gente, aunque esta vez reprimieron su estallido de colores para dar paso al negro, salpicado de blancos y grises.

Durante la noche del jueves y la mañana del viernes, antes de que su cuerpo fuera trasladado a Bellas Artes, familiares y amigos recrearon recuerdos, como el de que la letra de La Martiniana fue compuesta en honor a su querida hija Cibeles, cuando ésta era niña.

Cibeles Henestrosa, ahora de 66 años, es uno de los tres grandes amores del escritor, junto con su fallecida esposa Alfa Ríos Pineda y su madre, Martina Man, quien por cierto también murió a los 101 años.

De acuerdo con las costumbres del Istmo de Tehuantepec, el escritor será sepultado hasta el sábado al mediodía, por lo que la noche del viernes también fue velado.

Henestrosa se llevará consigo algunos objetos para el viaje que ya comenzó a emprender, como un ejemplar de la primera edición de Retrato de mi madre, una pluma, papel y enseres de uso personal que pudieran serle de utilidad en el camino.

A las 12:40 horas de ayer viernes, el féretro con los restos del escritor salió de la funeraria escoltado de aplausos. Luego cruzó parte de la ciudad y, casi una hora después, arribó al palacio blanco, donde los aplausos se multiplicaron.

El ataúd café fue instalado en el centro del vestíbulo. Al fondo, sobre un telón negro, un letrero blanco consignaba: “Andrés Henestrosa (1906-2008)”. Al pie, una decena de coronas con crisantemos. Más acá, un retrato fotográfico del escritor en blanco y negro. Y a los lados, dos grandes arreglos de alcatraces, cuya blancura contrastaba con la media luz del lugar.

Las guardias se intercalaron con los discursos y con la música y el canto de Susana Harp de fondo. En la primera guardia participó el presidente Felipe Calderón, acompañado de su esposa, Margarita Zavala. En la segunda, el gobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz. Ambos estuvieron unos minutos y se retiraron.

Los aplausos y algunos vivas resonaron de nuevo cuando, pasadas las 2:40 de la tarde, el féretro con el cuerpo de Andrés Henestrosa fue llevado de nuevo a la carroza y trasladado otra vez a la funeraria, de donde saldrá este sábado como a las 11 horas para ser sepultado al mediodía en el Panteón Francés La Piedad, junto a su esposa Alfa, fallecida en 1995.

 
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