Usted está aquí: lunes 14 de enero de 2008 Opinión El retorno del conquistador

Hermann Bellinghausen

El retorno del conquistador

Quién nos hubiera dicho a los hijos del siglo XX que veríamos el retorno del imperio español a nuestras tierras. De tamaño más reducido al que alcanzó hace cinco siglos, el embate de la así llamada España sobre los negocios y las riquezas de nuestra nación es algo serio; además de ser un chiste, claro.

El verdadero imperio, el que verdaderamente ha avanzado sobre nuestros territorios, culturas, economía y seguridad nacional es Estados Unidos. Ese es nuestro “conquistador” ahora, no la España neoborbónica. Pero aún en ese contexto, y amparado en la “libertad de mercado” (de ellos) que esclaviza a productores y obreros (nuestros), se ha incrustado en México un nuevo expansionismo español: económico, comercial e ideológico (si “ideas” pueden ser llamadas las doctrinas franquistas que recicla).

Hundida en el oscurantismo de la dictadura de Francisco Franco, y tras la muerte del caudillo, el hoy llamado Estado español “retornó” a Europa dejando atrás la conseja gálica: “África comienza en los Pirineos”. La Unión Europea se consolidó al “rescatar” con inyecciones millonarias a las naciones meridionales (Portugal, Grecia, Francia) del atraso tercermundista y pintoresco en que se encontraban.

La transición española trajo en su morral un montón de pendientes históricos graves, como la demanda de las autonomía interiores de los pueblos ocupados por la corona, antes de serlo América misma: negados, prohibidos, “asimilados” (Cataluña, Euskadi, Galicia) de pronto estaban allí, vivos, y recuperando sus lenguas que el franquismo prohibiera. Obligaron al Estado a reconocerlos, y hubieron de alcanzar un acuerdo nacional, que con el País Vasco al menos ha sido irresoluble para Madrid.

Pero, pragmático, el españolismo expansivo se unifica hacia fuera y sus adalides abrevan en la fuente falangista que uno creyó muerta con el vejete de Ferrol. El franquismo volvió a gobernar allá, con el Partido Popular, y los nuevos socialistas ya se corrieron explícita y programáticamente al “centro”, aunque llevaban décadas al servicio del capitalismo.

Ahora tenemos acá un gobierno federal polko por convicción, criollista y empresarial, encantado con la influenza española. Como que el régimen calderonista se estrenó con el príncipe de Asturias y su corte de hoteleros y banqueros frotándose las manos en cadena nacional. Ya poseían de tiempo atrás una buena tajada de nuestro sistema financiero, y otra no menos grande en la industria turística de lujo que ha avanzado como una viruela por las costas nacionales. Ahora progresan sobre otras industrias, el agua, la energía, la construcción, los servicios, los medios de comunicación.

El reciente desfiguro del rey Juan Carlos fuera de sus palacios de zarzuela y su séquito de domesticados paparazzi, al pronunciar su inmortal “¿y por qué no te callas?”, no eximió de la genuflexión a tantos, como Carlos Fuentes, a quienes el sainete lo pescó con el nuestro-rey en la boca. El incidente en Santiago de Chile con el mandatario venezolano Hugo Chávez es leído con libertad antimonárquica por Fermín Acerbal en la revista madrileña Página Abierta (número 187, diciembre de 2007):

“El feo incidente ha sacado a la luz un malestar que se venía fraguando por la rapacidad de las multinacionales españolas y una suma de torpezas políticas donde sobreviven inercias del pasado. América Latina está cambiando (...) La retórica del caudillo bolivariano cala en los sectores humildes de la población, y el petróleo venezolano conquista voluntades. Los abrazos del rey en cambio ya no encandilan y empiezan a ser percibidos como trozos de espejo que sirvan a la metrópoli para hacer negocio.”

Esto, salvo algunos países, con México a la cabeza, gobernados por fuerzas que se cuelgan de la sotana del Papa y la macana de la tira. Ultraderecha católica pues. Y así, el imperialismo español ha engendrado en Los Pinos una figura inverosímil: el jefe de oficina (al que muchos motejan de “vicepresidente”) es un empresario-político al servicio de los negocios de su gallega familia (primero) y de los inversionistas ibéricos (inmediatamente después). Insospechado pupilo del profesor Hank, Juan Camilo Mouriño inició su exitosa y doble carrera en Campeche, donde se hizo diputado del PAN y desarrolló con su padre una cadena de gasolineras (Pemex, you know).

Hoy se expanden los Mouriño en gran turismo, energía eólica, bienes raíces y a saber qué más. Con uno de los suyos en el control room del poder político, con acceso a la información privilegiada que cualquier inversionista quisiera tener en el más guajiro de sus sueños. No todos los Halliburton pueden invadir Irak.

Encandilados por un rey de hojalata que sólo los españoles aguantan, y eso porque quieren, los gobernantes mexicanos van constitucionalmente a misa y montan suculentos negocios para el mini imperio peninsular, felices de copelal con la madre patria.

 
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