Usted está aquí: viernes 18 de enero de 2008 Opinión Las palabras son piedras

Gabriela Rodríguez
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Las palabras son piedras

La reacción de la ciudadanía y la desbordante expresión de resistencia cayó como avalancha de nieve contra la censura, contra el cierre del espacio de libertad informativa que había construido Carmen Aristegui. Esta reacción termina de deslegitimar a los medios y desnudar a sus protagonistas. ¿Con qué cara posan frente a las cámaras los comentaristas de Televisa? ¿Con qué mano firman reporteros y colaboradores del periódico El País? Hoy queda en evidencia que se someten al “nuevo modelo de organización” que rechazó Aristegui: el de Televisa y Prisa, que sirven a un interés político y que su silencio tiene un precio. Porque los medios ya no son el cuarto, sino el segundo de los poderes, después del económico y antes que el político; el poder mediático es centro de gravedad para producir el consenso, aunque también el disenso.

Las empresas se han apoderado de las comunicaciones en un mercado-mundo que ya no es trasnacional, sino global; que no sólo reproduce jerarquías de norte contra sur, sino formas más complejas que apuntan en todas direcciones según la geoeconomía, una nueva fase de expansión de firmas empresariales y de magnates con vocación mundial van más allá de su cuartel general: construyen redes planetarias de comercialización con distribuidores y proveedores locales.

Además de España, Portugal, Estados Unidos y Francia, Prisa tiene sólida presencia en México, Colombia, Argentina, Venezuela, Costa Rica y Panamá. Y no es que el Estado-nación tienda a desaparecer, sino que ha cedido al interés privado el diseño de las reglas para mantener su poder. Neocolonización al estilo siglo XXI, capitalistas integrados y mediadores en el juego de los poderes –dijera Mattelart– promueven empresas modernistas-participativas como forma de reconocimiento social y medio para sostener la permanente tensión entre directivos, técnicos en comunicación y audiencias libres; entre empresarios, intelectuales funcionales al sistema y ciudadanos consumidores.

El modelo se eclipsó en el noticiario Hoy por Hoy porque las audiencias no son sólo libres consumidores, también son ciudadanos que pueden gestar el desorden creador. Porque esa frecuencia radial era también un espacio para los excluidos del poder, para los líderes del movimiento de resistencia contra el fraude electoral de 2006, para las víctimas de curas, maestros, empresarios pedófilos, obispos y gobernadores encubridores; un programa donde se oían las voces de líderes de la clase trabajadora, campesinos sin tierra, mujeres indígenas, activistas de derechos humanos víctimas del abuso militar, de defensores del pueblo, de minorías sexuales, de feministas y periodistas insumisas.

La conductora del noticiero matutino no actuó con ingenuidad, sino como intelectual de los medios, integró un espacio independiente y abierto al debate. Además de participar con la empresa en el diseño editorial, su participación ha contribuido de manera crucial a fortalecer la libertad de expresión, la gobernabilidad y la vida democrática de México. Como comunicadora social y conocedora de las tensiones mediáticas, supo sostener por cinco años el programa, pese a las contradicciones que hoy prevalecen en la comunicación-mundo. Algo que ni remotamente logró –y tal vez nunca intentó– el ex secretario de Gobernación en un año de gestión.

Sin duda ese espacio radiofónico fortaleció las redes de la antidisciplina y puede acrecentar la movilización social, empoderar a quienes se asumen sujetos de derecho y actores de su propia historia, los que no aparecen en la tele, pero que se expresan en las movilizaciones, en las calles, en el arte y los grafitis, en periódicos y espacios alternativos de la Internet. Masas críticas que como avalanchas pueden mover montañas, llegar muy lejos y resultar contraproducentes para los poderes fácticos que tanto las desprecian.

La fuerza de Carmen Aristegui ha sido también darle su tiempo a la cultura oral, a la narración sin prisa, darle valor al amplio rango de verdades de la gente y permitir mostrar sus emociones en el tono. Ojalá que muy pronto volvamos a encontrarla en alguna radiodifusora, pública o privada, pero independiente. Que puedan fluir nuevamente en la radio los testimonios y las palabras, esos símbolos que pesan, porque, como dice Umberto Eco: las palabras son piedras.

 
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