Usted está aquí: viernes 18 de enero de 2008 Opinión El lenguaje de los marginados

José Cueli

El lenguaje de los marginados

La mente de los marginados destila un lenguaje y unos símbolos diferentes a los del lenguaje literario de los habitantes de la ciudad. Tan es así que uno de los problemas que será cada vez más agudo consistirá en hallar la forma de traducir estos lenguajes que tienen la misma construcción, pero diferentes significados, porque su inconsciente es diferente, lo que estructurará, a su vez, un lenguaje diferente.

La política, que es fundamentalmente lenguaje (al poder por la palabra), tendrá que abocarse a su conocimiento, así como a las sensaciones y el sentimiento que la conmueven.

El lenguaje de los marginados no coincide, salvo en algunas raíces, con el que emplea la prensa, la radio, la televisión y los textos. Los marginados tienen su prensa en las fotonovelas, que básicamente son imagen y pocas palabras, como su vida.

Claro que el lenguaje de los marginales no tiene por qué ser igual al de las clases media y alta de la ciudad. El de los marginales viene del campo. con otro entorno y otras estructuras y desarrollos mentales que se expresan en un lenguaje diferente.

Por otra parte, el lenguaje del marginal no es uno e inimitable, sino diverso y múltiple, de acuerdo con las circunstancias y la variedad de los distintos campos y culturas mexicanas.

No existe un campo mexicano, y menos un campesino mexicano en las distintas entidades, sino infinidad de campos y campesinos mexicanos, con diferentes lenguajes, producto de inconscientes estructurados en diversidad de relaciones y escenarios. Su denominador común es el choque cultural con el lenguaje y símbolos de la ciudad, y una orientación en tiempo y espacio igualmente distinta.

El de los marginados, sin posibilidad de entender el lenguaje simbólico de la ciudad, se desorganiza e inicia una vida continua de pérdidas, sin entender tampoco el lenguaje de otros marginados provenientes de otras culturas. Ante este sombrío panorama, lentamente aprende el lenguaje del entorno marginal con sus símbolos más sencillos que los de la ciudad, identificándose con los otros en la pasividad, la depresión, la violencia contenida, la proclividad a expresarse sin sentido, la incertidumbre y el caos acompañados de la corte de la desnutrición, infecciones, dermatitis y mortalidad infantil, además de la mortalidad causada por la violencia entre ellos. Los escenarios diferentes retroalimentan estructuras inconscientes y con ellas las del lenguaje de unos y otros.

No es lo mismo ver llover sobre la ciudad desde la ventana de un hogar confortable y con comodidades, que contemplar la destrucción del tugurio y las pertenencias arrasadas por el agua y el lodo en medio de la zozobra, el frío, el desamparo y el miedo.

El lenguaje sencillo y natural de los marginados surge sin coyotes ni intermediarios, y va de la penca del maguey al juego de garganta. El lenguaje literario de la ciudad tiene infinidad de coyotes, líderes charros e intermediarios y sus sindicatos y capillas, así como sus avisos de ocasión y ofertas de empleo; y requiere de mucha química y modales sofisticados pero izquierdosos, para llevar una cuba al paladar, acompañado de la expresión de pensamientos que son paradojas y requiebros del lenguaje.

En cambio, el lenguaje de los marginados sólo se le conoce por fuera, pero sin sentir su fuerza, intensidad ni significados: (tons’qué, qué de qué, o qué; o cómo de qué, yaaa..., mi carnal, no entiendo ni madres, qué onda) o sea la disociación esquizofrénica de dos lenguajes que no encuentran su recíproca interdependencia, lo cual es gravísimo.

 
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