Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 20 de enero de 2008 Num: 672

Portada

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Los textos de los infelices
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Emociones peligrosas
SUSANA CORCUERA

Escritores en el exterior
LUIS FAYAD

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Columnas:
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ANGÉLICA ABELLEYRA

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Ana García Bergua

Anatomía de un escritor melancólico

Ediciones Sin Nombre y Conaculta acaban de editar, de Federico Campbell, Post scriptum triste, un libro mestizo que se podría definir, de manera sencilla, como una recopilación de textos, algunos más largos, como pequeños ensayos, y otros muy pequeños, aforismos, que se van hilvanando a la manera de un diario literario. Se trata de textos guardados durante los muchos años en que Federico se dedicó al periodismo –en su famosa columna Máscara negra, publicada en otra época de esta misma Jornada Semanal –, actividad que, según cuenta en el libro, le impedía abordar otros géneros con la concentración necesaria. Así, en el centro de Post scriptum triste se encuentra de manera invariable, recurrente, la escritura: proyectos, amigos, escritores, historias, fascinaciones, pensamientos, temas que desde siempre lo han obsesionado, los autores en quienes más se ha interesado, como Leonardo Sciascia o Jules Renard, entre muchos otros.

Me parece muy interesante cómo este libro comienza, en una especie de conjuro, con un tema que para cualquier escritor es doloroso: se trata de la depresión ligada a la imposibilidad de escribir o a la voluntad de dejar de hacerlo. El caso paradigmático en la literatura mexicana sería el de Juan Rulfo, que Federico aborda junto con anécdotas que sobre el tema el mismo Rulfo comparte con otros escritores mexicanos, como Carlos Valdés, Elizondo o Jorge Aguilar Mora. El abandono de la escritura se liga directamente a la depresión en la imposibilidad de concentrarse, en esa “fuerza centrífuga hacia la nada” que aleja al deprimido de cualquier objeto digno de atención. Esa depresión que siempre ha sido parte de la condición humana, desde la Anatomía de la melancolía, de Robert Burton, hasta los textos que William Styron ha escrito al respecto en los últimos años: la depresión que impide crear, que paraliza.

Existe un conflicto a lo largo del libro que plantea cómo la crónica periodística distrae al autor, dispara la atención hacia multitud de lugares y le impide ceñirse a un tono narrativo, condición sine qua non para escribir novelas. Narrador y periodista, Federico cita repetidamente, de una manera que podría llamarse atormentada, una frase de Jules Renard de la que reproduzco una parte: “El talento no es escribir una página: es escribir trescientas. No hay una novela que una inteligencia ordinaria no pueda concebir, ni una frase, por bella que sea, que un principiante no pueda construir. Queda el levantar la pluma, la acción de ordenar el papel, de llenarlo pacientemente. Los fuertes no dudan. Se sientan a la mesa. Sudarán. Irán hasta el final.”

Sin embargo, en Post scriptum triste habitan infinidad de temas que son los que constituirán muchos libros que sabemos escritos y realizados por Federico Campbell después de haber escrito estos textos: Todo sobre las focas , Transpeninsular, entre los que más aborda. Es, de manera muy interesante, un libro cíclico y atemporal, que habla de los libros realizados cuando fueron libros por realizarse, impedidos por culpa de los estados de melancolía, o del llamado imperativo de los temas periodísticos. De ahí el título Post scriptum, que se emparenta con el Post coitum omne animal triste, la máxima latina que es el epígrafe del libro: es este un post sriptum melancólico, sin embargo, contagiado de la libertad de la crónica: tiene un ánimo paseante, que no forzosamente se da en los géneros fragmentarios.

A lo largo de muchas entradas, Federico Cambell aborda, con un equilibrio envidiable, temas como el de las suplantaciones y los cambios de identidad, que ilustra con los casos de Johnny Weissmuller, aquel actor que representaba a Tarzán y terminó creyéndose tal, el del Santo y aquel, apasionante, del hombre que asegura ser Pedro Infante. O cómo Elizondo abandonó la pintura tras conocer los cuadros de Paolo Cuello, y cómo Arnaldo Cohen recogió los pinceles tirados por Elizondo. Otros asuntos que lo absorben son el de las relaciones del escritor con el poder o el de las identidades fronterizas, tanto en un sentido geográfico como escritural o incluso psicológico, entre muchísimos otros.

No es fácil definir este libro: es ameno y profundo, es atormentado y melancólico, centrado en el estudio de las percepciones, bergsoniano, un mecanismo que en algún momento revela su naturaleza: “Diario falso. Diario falsificado. Diario sin fechas. No diario íntimo. Diario premeditado.” Pero sea cual sea su curiosa naturaleza, yo pienso que Post scriptum triste es uno de los mejores libros de Federico Campbell.