Usted está aquí: martes 22 de enero de 2008 Cultura Renace el auge de escuelas y talleres de creación literaria

REPORTAJE /el oficio de escribir

Escritores se vuelven docentes e instruyen a los interesados

Renace el auge de escuelas y talleres de creación literaria

Fuerte deserción de estudiantes en la Sogem, indica su director

Los sellos independientes para publicar son escasos, dice editor

Fabiola Palapa Quijas

Ampliar la imagen Práctica de escritura con máquina mecánica Práctica de escritura con máquina mecánica Foto: Yazmín Ortega Cortés

Ampliar la imagen Papel y tinta, medios utilizados para plasmar por escrito las ideas que nos rondan Papel y tinta, medios utilizados para plasmar por escrito las ideas que nos rondan Foto: Yazmín Ortega Cortés

En los años recientes las escuelas y los talleres de creación literaria de nuevo se han multiplicado.

Al respecto, los escritores –en su papel de docentes– comparten experiencias y proveen de las herramientas básicas para que los interesados se inicien en la travesía por el mundo del quehacer literario.

Algunos autores dudan que se pueda enseñar a escribir. Sin embargo, ven a esos talleres como espacios donde los estudiantes se enfrentan a la crítica y a la disciplina, al tiempo que descubren su propia voz.

Los noveles escritores –expresan los especialistas– deben adquirir un lenguaje y una metodología críticos en el taller literario para no convertir el espacio “en un desfile de vanidades”, ni en trampolín para publicar un libro.

Respecto de si es posible perfeccionar el oficio de escritor con la experiencia de otros que tienen obra publicada, conversan con La Jornada los autores Margo Glantz, Fabienne Bradu, Sandro Cohen, Celso Santajuliana y Teodoro Villegas Barrera.

Glantz recomienda leer, leer y leer

En referencia al papel de los talleres literarios en la formación de un escritor, Margo Glantz señala que duda un poco de éstos, “porque sale mucha gente con poca crítica, pero hay excepciones como la Escuela Dinámica de Escritores, fundada por Mario Bellatín, que no pretende que las personas escriban si no saben escribir o si no tienen talento.

“De cualquier manera –prosigue la también colaboradora de La Jornada– los enfrenta a muchas posibilidades, no sólo de la escritura, sino de la cultura del arte, de la sociedad y ha tenido frutos, porque existen escritores jóvenes muy valiosos.”

Sin embargo, aclara: “Eso no quiere decir que no se hayan producido muy buenos textos en algunos talleres literarios. No pretendo decir eso.”

De sus comienzos en la literatura, la autora expresa: “Hay escritores que empiezan a escribir desde muy jóvenes, a los 20 años, como José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, José Agustín y Juan Villoro. En mi caso, fue todo lo contrario, porque empecé a escribir ensayo alrededor de los 32 años, y ficción ya cerca de los 50.

“Siempre supe que iba a escribir, pero no había encontrado una forma adecuada, una estructura, algo que me gustara. Pero con dudas, tropezones, publiqué varios libros, dos a cuenta de autor y poco a poco fui entrando a las editoriales más importantes de México.

“Nunca estuve en un taller literario, nunca me dieron una beca, excepto la Guggenheim. No estuve en el Centro Mexicano de Escritores, como la mayor parte de los grandes autores, empezando por Juan Rulfo o Juan José Arreola”, indica Glantz, quien en 1984 ganó el Premio Xavier Villaurrutia.

En opinión de la autora de Las genealogías, “lo más importante para un escritor es leer, leer, leer y si pueden traducir, extraordinario, porque al traducir se aprende mucho más sobre la estructura de un autor, el lenguaje, las formas, los diálogos que un renombrado escritor ha logrado”.

La importancia del análisis crítico

El autor y editor Sandro Cohen, por su parte, indica que los talleres son buenos respecto de la posibilidad de que el escritor pueda compartir su escritura y recibir retroalimentación.

“Eso es bueno si el maestro brinda una experiencia educativa que haga crecer a los que están en el taller, porque muchas veces no sucede así.

“La mitad de la experiencia del taller es enseñar a los asistentes a realizar crítica literaria, no sólo que a uno le digan cómo podría ser mejor el texto, sino también aprender a analizarlo y tener la capacidad de transmitir de manera inteligente y respetuosa ese análisis.

“Todo taller de creación literaria también debe serlo de crítica, donde los escritores adquieran un lenguaje y una metodología críticos, para que no sea un desfile de vanidades, pues muchas veces los talleres de creación literaria se convierten en eso.”

Sandro Cohen –quien estudió letras, al igual que la mayoría de sus compañeros de generación– imparte un taller de creación literaria en el Instituto La Realidad, donde cada uno de los participantes desarrolla un proyecto concreto, el cual puede consistir en escribir poesía, narrativa (novela, cuento, autobiografía) o ensayo. También se aprenden aspectos fundamentales sobre la crítica literaria.

Al respecto, explica que su taller no es el trampolín para la publicación de un libro; inclusive hay alumnos que no piensan en publicar libros, sólo quieren mejorar su escritura y no tienen en mente ser famosos.

“Si alguien llega a mi taller porque quiere aprender a escribir, le abro la puerta. He visto en varias ocasiones cómo llegan estos diamantes en bruto, que con un poco de orientación y ejercicios se va cayendo toda esa basura y cursilería. Varios de los alumnos tienen libros publicados y son escritores reconocidos, pero cuando llegaron no sabían prácticamente nada.”

El traductor y crítico literario rememoró los años en que inició su trayectoria como escritor: “Cuando empecé a publicar había dos grupos grandes: el de (Octavio) Paz y el de (Carlos) Monsiváis. Si no estábamos en ninguno éramos bastante libres, pero para publicar en revistas y entrar a las editoriales capitaneadas por cualquiera de los dos grupos, era más difícil. Eso, ahora, no existe. Tampoco existen las muchísimas editoriales independientes que había en los años 70 y 80, la situación ha cambiado radicalmente”.

Recordó que su primer libro de poesía lo publicó gracias a Raúl Renán y su Máquina Eléctrica. “Era una de las editoriales independientes que descubrieron a los que ahora son famosos, aunque sólo imprimiera 500 ejemplares.

“En ese sello se dieron a conocer Francisco Cervantes, Alberto Blanco, Federico Campbell, Verónica Volkow, y puedo seguir con todos los que ahora son de mi generación.”

Espejo para aspirantes a escritores

La escritora y critica literaria Fabianne Bradu, asimismo, considera que en un taller no se puede aprender a escribir.

“Los talleres son como una especie de espejo para los jóvenes y los adultos que desean escribir, porque cuentan con interlocutores, que uno no los tiene o no siempre nos atrevemos a tenerlos. Un taller brinda disciplina, porque en esta práctica periódica de reuniones se puede forjar un orden para escribir, pero en cuanto a la estricta enseñanza de escribir, no; tengo muchas dudas al respecto.

“Por eso mi única participación en la Escuela Dinámica de Escritores, fundada por (Mario) Bellatín, fue con un modelo de no taller, es decir, no se trataba de enseñar a escribir, sino de proporcionar los alimentos necesarios para que un joven puede ser un escritor, como lecturas, informaciones, contacto con otros escritores que puedan contagiar las ganas de escribir.

“Uno aprende a escribir leyendo, y no estoy diciendo ninguna fórmula nueva, pero considero que es la más válida. Francamente es risible que existan carreras de dos años en Estados Unidos para ser escritor o pintor; uno puede, efectivamente, aprender ciertas técnicas, herramientas, pero pensar que se es artista porque se tiene un título en el bolsillo es mucha ingenuidad.”

La escritora e investigadora titular del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) estudió letras en la Soborna, en París.

En México cursó la maestría y el doctorado, hasta que entró al mundo de la crítica literaria junto con Adolfo Castañón, Guillermo Sheridan, Francisco Hinojosa y Jaime Moreno Villarreal.

“Me inicié con ellos en el oficio de la crítica, fue mi primer paso al mundo de la literatura. El nacimiento de un proyecto de escritura, en mi caso, fue poco a poco, un lento despertar, porque escuchaba comentarios de que mis textos estaban muy cerca de la narrativa, sobre todo en las biografías que escribí, así que intenté escribir ficción y, por eso, tardíamente, publiqué El amante japonés (Planeta, 2002) y El esmalte del mundo (Joaquín Mortiz, 2006).”

Por el rescate de la gramática

Desde hace 20 años, la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) imparte un diplomado de creación literaria, de donde han surgido autores de primera línea con varios reconocimientos por sus trabajos en cuento, poesía, novela y teatro.

De acuerdo con Teodoro Villegas Barrera, director de la Escuela de Escritores, el auge de los talleres literarios y centros de escritura renace porque “las personas siempre tienen la necesidad de expresarse y buscan alguna manera de hacerlo.

“Además, en la primaria a los niños les quitaron la ilusión de leer como un disfrute, la gramática se convirtió en una materia cerrada y por eso la odian todos, pero hay que rescatarla porque es la herramienta del uso del español.”

Al referirse a los requisitos para entrar a esa escuela, Villegas señala que el talento y la disciplina son indispensables en los aspirantes.

“No hay requisitos académicos ni de edad, sólo pedimos que lleven un escrito de máximo tres cuartillas, en algún género literario. Quien expresa sus ideas mediante la escritura es una persona que tiene opciones, hay que darle herramientas y los elementos necesarios para ser escritor.”

La deserción –prosigue– es fuerte, por eso se entrevista a los aspirantes para conocer el interés que tienen de expresarse por escrito. Si entran 50, se van 15 en el primer mes y medio, ya que profesionalizar su escritura implica muchas horas sentado escribiendo, muchas hojas echadas a perder y mucho borrar y corregir, ahora en la computadora y, sobre todo, es fundamental la lectura.

Teodoro Villegas expresó que la escuela viene a romper con la idea de los talleres, “esto no quiere decir que no se realice algo similar porque, reconoció, no todos los escritores saben compartir experiencias e impartir clases.

“Hay que tener ojo y platicar con los maestros cuando van a colaborar en la escuela, conocer cuáles son sus manejos teóricos y lo que han aprendido en este quehacer de la vida, porque la escuela reduce los tiempos de maduración del proceso creativo.”

A decir de Villegas, el problema de los cursos literarios por Internet es que “cualquiera opina, y si uno no tiene formación respecto de las cosas, no puede hacer caso a alguien que sabe menos. Generalmente las personas se expresan mediante su propio gusto y no por ser un lector real de literatura.

“Yo voy a juzgar si es cuento, si la historia está bien contada, si cumple con las expectativas, pero el tema me puede gustar o no y la gente no sabe eso. Las personas en la web tampoco se dan cuenta que es un juego de prioridades, que se trata de una relación con otro.”

La historia como vehículo de la emoción

Los escritores Celso Santajuliana y Ricardo Chávez Castañeda crearon el Laboratorio de Novela, en 2003, diseñado para trabajar con cualquier tipo de público interesado en el proceso creativo de este género. En el diplomado literario se trabaja con un método teórico-práctico que tiene como objetivo realizar, en el transcurso de un año, una novela de entre 80 y 120 páginas.

Santajuliana explica la pertinencia del proyecto, porque sólo había talleres enfocados a narraciones cortas, que duraban tres meses y además eran repetitivos. “Nosotros creímos que trabajar con novela requería una lógica diferente a la de los talleristas de los años 70, que consistía en leer un texto y opinar, y no había nada para construir”.

Empezamos –agrega Santajuliana– a crear un método relacionado con personajes y con texto, pero sobre todo a entender que en la novela no se cuenta una historia, sino que se transmite una emoción y la historia es el vehículo de ésta. Nos centramos en un trabajo de construcción emocional.

Señala que en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la gente está preparada gramaticalmente como lector, pero no como creador, debido a que los programas no están enfocados a la creación sino a la crítica. “En el laboratorio partimos de lo opuesto, de lo estrictamente creativo, y el proceso creativo tiene mucho de lúdico. Escribir es un juego, en el que hay que entrenar”.

La novena generación del diplomado del Laboratorio de Novela comenzará el próximo febrero en el Centro Cultural Juan Pablos, ubicado en Coyoacán, y en la Universidad Iberoamericana, en Santa Fe.

 
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