Usted está aquí: jueves 24 de enero de 2008 Cultura Regresar al milagro

Margo Glantz

Regresar al milagro

Releí Las mil y una noches, el mejor libro de viajes jamás escrito. Schahrazad, la joven y sabia esposa del sultán ha decidido salvarse y a todas las mujeres del reino. Cada noche cuenta una historia que maravilla al sultán Schahriar, su marido, un cuento digno de ser contado e inscrito “con una aguja en el fondo de la pupila para dar materia de meditación al que medita”, como el khol con que las mujeres musulmanas embellecen sus ojos, esas doncellas descabezadas al día siguiente de haberse desposado con el sultán, furioso, porque una de ellas lo ha traicionado y, es más, ¡con un negro!

Y el miedo de perder el cuerpo desata la lengua y las historias prodigiosas inician su camino hacia la eternidad: sirven de antídoto contra la muerte: la primera historia que cuenta Schahrazad es la de un comerciante que mata por accidente al hijo de un genio y éste lo condena a morir. El comerciante pide un año de gracia, se le concede, regresa a su ciudad, ordena sus negocios, divide su fortuna equitativamente y, luego, llora; se despide de su mujer y de sus hijos y al cumplirse el plazo emprende de nuevo el camino, a pie y con su sudario bajo el brazo. Al llegar al paraje de la mala suerte espera con paciencia la llegada del genio, sentado bajo un árbol. Al rato llegan, uno tras otro, tres jeques conduciendo cada uno diversos animales. El mercader relata lo acaecido y los jeques le piden al genio una merced, la de permitirles intercambiar un tercio de la sangre del mercader por cada una de sus historias, todas dignas de grabarse en una piedra o de eternizarse en la escritura, ¿no nos recuerda a Shakespeare o a Cervantes o Calderón de la Barca?

Esta recopilación de cuentos árabes tuvo quizá un núcleo anterior en un libro persa, Los mil mitos. Se supone que el compilador y traductor fue un personaje nacido en el siglo IX y se piensa que la historia marco, es decir, la de Schahrazad, fue agregada en el siglo XIV. En este libro infinito se concentran tradiciones de relatos transmitidos por vía oral desde tiempo inmemorial, provienen de la India, China, Persia, Siria, Egipto. Su difusión en Occidente es más reciente, el siglo XVIII, época en que se expandieron algunos de los más célebres colonialismos, y también la curiosidad y el interés por las investigaciones geográficas y las culturas consideradas “exóticas”, lo que Edward Said calificara como la moda del “Orientalismo”.

Y son justamente algunos personajes europeos quienes lo tradujeron a sus lenguas: el primero fue Antoine Galland, quien en 1704 lo tradujo al francés, purificándolo de sus licencias. La moda oriental, ya presente en las Cartas persas de Montesquieu, se extiende a muchos autores del Siglo de las Luces, por ejemplo Las alhajas indiscretas, de Diderot. En Inglaterra, fue a finales del siglo XIX que se produjeron varias traducciones, entre ellas, la más notable fue la de Francis Richard Burton, cuya versión es definida por Borges como “antropológica y obscena”. No menos licenciosa que la de Burton fue la de Mardrus, francés residente en Egipto, realizada también por esa época. En español es Cansinos Assens, quien lo hace de manera excelente, a mediados del siglo XX.

El relato es el único antídoto contra la muerte, lo reitero: el cuerpo humano salvado por el cuerpo textual. La muerte carece de poder mientras los personajes hablen, o mientras Schahrazad desgrane sus historias nocturnas, mismas que a su vez desencadenarán otras sin cesar, siempre y cuando la historia marco permanezca vigente y ayude a disparar los demás relatos. Estructura que habrá de encontrarse también en muchos otros de los grandes textos producidos en el mundo antiguo: El Decamerón, de Bocaccio; Los cuentos de Canterbury, de Chaucer, y Las maravillas y desengaños, de María de Zayas, para citar unos cuantos.

Pero aunque las historias estén insertas en un marco, aunque dé la impresión de que se repiten al infinito, cada una de ellas es semejante pero nunca idéntica a las demás. Y, en efecto, sólo en el orden cuantitativo se rehacen: personajes cuyas señas de identidad se superponen: tres tuertos del ojo izquierdo, con las barbas rapadas y vestidos de derviches, y sin embargo son tres historias completamente distintas, cuya complejidad aumenta a medida que avanza el relato, en calidad. Y es que, como vuelve a decir Borges: “Virtualmente, este libro es infinito: los árabes dicen que nadie puede leerlo hasta el fin. No por razones de tedio: ... allí estará siempre esa especie de eternidad”.

 
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