Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 27 de enero de 2008 Num: 673

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Calar sin culpa
GABRIEL SANTANDER

La ceniza
SARANDOS PAVLEAS

Correspondencia
y literatura

EDMUND WILSON

La Celestina: una lección en el arte de la elección
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

El microcosmos de micrós
AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ

Entrevista con
Margaret Randall

XIMENA BUSTAMANTE

Leer

Columnas:
Señales en el camino
MARCO ANTONIO CAMPOS

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
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Luis Tovar
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Deudas (II y ÚLTIMA)

Quien ya la vio sabe que Cobrador: in god we trust (2006) es una película que rechaza la pasividad de aquel espectador sólo anhelante de ver que la pantalla le ofrece una pieza previamente digerida, lista para un consumo rápido y prontamente olvidable. Sabe también que esa anticomplacencia estructural se traduce en un discurso cinematográfico cuyas rutas no son, ni con mucho, las que suele seguir en estos tiempos la abrumadora mayoría de aquello que como espectadores suele ofrecérsenos en la cartelera comercial.

Sabe también que, a diferencia de dicha mayoría, el trazo narrativo de Cobrador tiene poco que ver con la intención simple de ir de un punto A a un punto B a la brevedad posible y con la mayor economía de recursos. Tampoco ignora que, de entrada, esa dislocación del canon –que por cierto no es nueva ni ha sido inventada por Paul Leduc– produce incomodidad, cuando no desasosiego. Al principio de la película puede experimentarse la sensación de que nada tiene sentido, que el contenido de las escenas y la manera en que han sido secuenciadas pertenecen al terreno de lo gratuito, cuando no de lo fallido. Puede sentirse con claridad que ahí, en alguno de los muchos e interrelacionados componentes fílmicos, hay un error.

Lo que sucede inmediatamente después tiene la forma de un camino que se bifurca: o bien algo dentro de nuestras cabezas se agrupa bajo la silueta del rechazo, o bien comienza a despuntar, primero con tibieza y más adelante como envuelta en llamas, la comprensión, es decir, la organización coherente de un conjunto de datos externos –en este caso la trama, la imagen, el discurso fílmico en general– que en un principio parecía carecer precisamente de coherencia. Cuando esta última hace su arribo, el golpe al intelecto es fortísimo, pues entonces queda claro que la principal búsqueda de Cobrador es confrontar a quien la ve con la paradoja inmanejable de que, en este mundo y este tiempo, la única cosa en verdad coherente y provista de lógica es la violencia.

Así abre la cinta y así cierra, con la puesta en práctica de la violencia, sin escatimar nada en cuanto a crudeza, gratuidad –aquí sí–, aparente falta de asideros causaconsecuencia, explicaciones plausibles… Un estadunidense de clase baja es atendido por un dentista de los servicios sociales del Estado y la sesión concluye con un crimen; otro estadunidense, éste de clase acomodada, se refocila asesinando mujeres de ascendencia latina; un oscuro policía brasileño pretende hallarle sentido a su vida convirtiéndose en una triste máquina de matar. Todos ellos pertenecen a este mundo, padecen las mismas taras éticas que lo aletargan y, por lo tanto, al mismo tiempo que son victimarios fungen como víctimas de una organización humana fuera de su alcance. Pez grande que se come al chico, ley de la jungla, supervivencia del más fuerte, todo eso en tiempos de la globalización, o para decirlo más correctamente, en tiempos de la hegemonía del capital y la consecuente preeminencia de sus necesidades, sus puntos de vista y sus prioridades.


Escena de Cobrador
Foto: www.cobrador.com.mx

En medio de esa masificación de la violencia, la miseria y la cancelación del futuro, los individuos ofrecen la mínima pero a la vez poderosa rebeldía de sus sueños. Por eso el estadunidense de clase baja se ve a sí mismo convertido en eso que no es ni puede ser. Entre otras cosas, un héroe para estos tiempos; uno anónimo, escudado en la necesidad de recuperar todo aquello que la organización social le ha birlado a él y a los que son como él. Por eso habla de deudas, por eso decide atacar al sistema ni más ni menos que con las armas que el propio sistema ha prohijado, haciendo caso omiso a la ley tácita según la cual dichas armas son virtuosas cuando están en manos de los poderosos, y son perniciosas cuando se hallan en poder de los demás.

Quien ha vivido en este mundo sabe que la violencia no tiene lógica, por más que se la intente justificar con razones de seguridad de Estado, étnicas, religiosas, etcétera. La lógica de la violencia, si es que tiene alguna, no podría ser sino interna o, en este caso, soterrada, vale decir oculta, no visible ni susceptible de expresarse discursivamente ni siquiera por quien la perpetra. El mayor acierto de Cobrador, además de su impecable factura y de su osadía formal, es haberle dado forma a buen número de preguntas en torno a un presente y un futuro en el que los sueños que nada tienen que ver con la violencia parecieran cancelados.