Usted está aquí: jueves 31 de enero de 2008 Opinión Antrobiótica

Antrobiótica

Alonso Ruvalcaba
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Microantología del baño público

Ampliar la imagen "Nos bañamos juntos, pero sus ojos se mantienen bajo la cintura; devora con la mirada a los muchachos", así escribe Garrett G. Fagan en Bathing in Public in the Roman World, en el capítulo en que Marcial explora los baños públicos, donde encuentra de todo, aunque él es excluido por feo. Imagen de los baños del rastro de Ferrería, tomada en 1992 “Nos bañamos juntos, pero sus ojos se mantienen bajo la cintura; devora con la mirada a los muchachos”, así escribe Garrett G. Fagan en Bathing in Public in the Roman World, en el capítulo en que Marcial explora los baños públicos, donde encuentra de todo, aunque él es excluido por feo. Imagen de los baños del rastro de Ferrería, tomada en 1992 Foto: Fabrizio León Diez

I. Marcial

Nunca he leído el libro de Garrett G. Fagan Bathing in Public in the Roman World (Ann Arbor, University of Michigan Press, 1999), pero sé por una reseña de Rudolph Masciantonio que el primer capítulo lleva un título encantador: De visita a los baños con Marcial. Y es que el jefe Marcial exploró los baños públicos con ojo limpísimo. Por ahí aparecen el poeta sobreactuado; el borracho; el ojete –Cota–, que nomás sale con quienes le gustan en el baño (Marcial está excluido por feo: “iam scio me nudum displicuisse tibi”: “Guests come from the tub/ But I’m not in your club/ Too dirty to pass?/ No, it’s my ugly ass!; quién sabe de quién es esta versión); el calenturiento: en el epigrama 96 del libro I le pide a su verso que vaya y hable con Materno, tan bajito que sólo él lo oiga. “Nos bañamos juntos”, le dice, “pero sus ojos se mantienen bajo la cintura; devora con los ojos a los muchachos y los labios se le fruncen ante la vista de una verga antojable...” (James Michie traduce ricamente: And his lips twitch at the sight of a luscious member./ Did you ask his name? How odd, I can’t remember!) Si por nada más, habría que leer a Marcial para visitar los baños públicos del imperio.

II. M. Hire

En cine, antes de la madriza que le acomodan a Viggo Mortensen en unos baños públicos, en Eastern promises, de Cronenberg, un momento erótico, frágil e hiperviolento, hay una secuencia absolutamente friqueante en una película casi 20 años mayor: Monsieur Hire, de Patrice Leconte (1989), obra maestra desconocida. Para que su contundencia sea total, hay que intentar leerla en contexto. Va:

En algún recoveco de un multifamiliar, en una noche parisina, alguien asalta y mata a una jovencita; las sospechas tienden hacia un pobre tipo, adusto, pelón y pequeño, al que llaman simplemente monsieur Hire. Es sastre; tiene por mascota a un ratón o varios (ya no recuerdo); vive en un piso alto, y por las noches, oculto en su penumbra, espía desde la ventana a su vecina, la hermosa Alice: la mira recorrer su departamento, cambiarse o encuerarse, dormirse; la mira con su novio, con un patán o sola; mientras, escucha el cuarteto de piano de Brahms, aquel que llaman alla zingarese. Alguna inclinación afectiva siente por Alice. Una de esas noches, un relámpago alumbra su ventana y ella lo descubre, aunque no se lo hace saber. Poco después se encuentran en las escaleras y ella deja caer unos jitomates rojísimos; monsieur Hire la ayuda a recogerlos con las manos temblorosas; comienzan a verse; Hire intenta, penosamente, la conquista, al tiempo que trata de quitarse de encima a un inspector casi seguro de su culpa; caminan juntos por la ciudad; la invita al boliche, único espacio donde es querido o admirado por una panda de mocosos. O la sigue, temerario. Una vez, en el camión donde ella viaja con su novio, le roza la mano; una vez la sigue a la pista de hielo, se pone los patines y cae y se rompe la nariz: la sangre, rojísima, mancha el hielo como otras cosas se manchan para siempre; otra ocasión, se coloca detrás de ella en una pelea de box, se acarician: creo que él le recarga la verga entre las nalgas, pero ya no recuerdo muy bien. Una tarde, para tratar de no pensar más, monsieur Hire contrata a una puta en un baño; no quiere coger sino contarle esta historia: “Una anciana, durante decenios, fue a un parque a alimentar palomas; las llenó de migajas de pan todos los días; alguien la fotografió y la fotografía terminó siendo una postal parisina. Entonces, la anciana muere; cuando revisan su casa alguien se da cuenta: las migas de pan siempre estuvieron envenenadas…” Cuando volvemos al baño ya sabemos: nosotros estamos tan injustificados como el pequeño, el inútil monsieur Hire.

 
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