Usted está aquí: viernes 1 de febrero de 2008 Opinión La herencia de Marcial Maciel

Bernardo Barranco V.

La herencia de Marcial Maciel

Marcial Maciel muere a los 87 años y ni en su lecho ha encontrado la paz. El anuncio de su deceso ha levantado controversias: unos, en medio del dolor, piden silencio; otros claman justicia. El fundador de los Legionarios de Cristo ya no será canonizado, como era su deseo fervoroso; su nombre en cambio estará estigmatizado por el abuso sexual a menores y por la impunidad. Mientras el rector de la Universidad Europea de Roma y cercano colaborador de Maciel, el padre Paolo Scarafoni, pide que en un momento de luto como este no es oportuno centrar la atención en las acusaciones que pesan sobre el padre fundador, en cambio otros, como José Barba, ex legionario presuntamente violado por Maciel, claman a la legión encontrar la verdad, poner fin a la ambigüedad y al encubrimiento, porque ahí, dice: “Hay un nido (de abusadores). Ellos tienen que purificarse”.

Los últimos meses de Marcial Maciel debieron ser muy dolorosos. No sólo por sus enfermedades sino por la amenazante intervención de Roma en la vida interna de los legionarios. En efecto, en diciembre de 2007, la Congregación para la Vida Consagrada, del Vaticano, anunció por disposiciones papales la derogación de dos de sus votos privados, como una de varias medidas que parecen formar parte de un plan global del Papa para reorientar la vida interna de la congregación. Si sumamos la restricción impuesta por Benedicto XVI a su ministerio público en 2006 y la constante referencia crítica en los medios de comunicación, sin duda en sus últimos dos años Maciel vio cómo se derrumbaban parte de los privilegios que él había construido y conquistado. Y es que bajo el pontificado de Juan Pablo II (1978-2005), Maciel alcanzó el clímax para los legionarios, es decir, se convirtió en un referente obligado y en un consultor de todas las confianzas del pontífice polaco en temas relacionados con vocaciones, clero y diferentes frentes en América Latina, en especial el combate a la teología de la liberación. En los años 80, aún vivo el sentimiento anticomunista, los legionarios apoyan al Papa en el reforzamiento de la centralidad de la Iglesia en Roma, la defensa de la ortodoxia eclesiástica y el reposicionamiento de las estructuras de la Iglesia en los diferentes contextos nacionales. En suma, los legionarios y Maciel se convirtieron en un interlocutor de poder en Roma, haciendo alianzas y apuestas que a la larga tuvieron que pagar. Por su parte, no hay que olvidar que el actual Papa conoce como pocos, por su anterior cargo en la curia romana, el caso y el grueso expediente de Maciel, y pese a que no contrajo ningún tipo de compromisos protegió a la legión al no aplicar un proceso o juicio canónico en su contra, argumentado razones de edad y de salud.

Marcial Maciel convivió con las grandes fortunas y los principales personajes de poder del siglo XX. En México, junto con Girolamo Prigione manejaron a la Iglesia para buscar privilegios y prerrogativas ambiciosas. Pastoralmente de manera pragmática, Maciel ofreció la vía y la oportunidad de las elites para conciliar los tradicionales valores cristianos con la ausencia ética de construcción de fortunas, poder y prestigio. Algunos antropólogos han tomado a préstamo el concepto aplicable a experiencias protestantes de la “teología de la prosperidad” para aplicarlo al caso de los legionarios. Mientras que por un lado se enarbolan los valores de la familia como “iglesia doméstica”, se oponen al divorcio, la eutanasia, el aborto, a la ordenación de mujeres sacerdotes, al fin del celibato, etcétera, utilizando paradójicamente todos los medios tecnológicos y publicitarios modernos como la televisión; por otro, son laxos con otro tipo de conductas, como la conducción de las empresas, explotación e impactos ambientales. Se acude a la tradición como fuente de legitimación de los valores pero se aceptan fatalmente comportamientos tácitos a los mismos. Por ello, analistas sostienen que la ambigüedad y el doble discurso forman parte de un planteamiento pastoral que requiere ser revisado y analizado sociológicamente y hasta teológicamente con mayor profundidad.

Con la muerte de Maciel se cierra un ciclo para la legión. En cierta forma él mismo se había convertido en un pesado estigma que había lesionado tanto la imagen como la plausibilidad que tanto éxito había alcanzado entre las clases altas de México y de muchos otros países. Con su muerte se abren diferentes oportunidades de replanteamientos, correcciones y nuevos enrutamientos de una congregación que ha crecido de manera sostenida y exitosa. En el análisis comparativo de la historia de las diferentes congregaciones, indica que mientras el fundador de una orden religiosa vive, el crecimiento de la misma es exponencial y vigoroso. Al morir, decae la velocidad de crecimiento y sus principales discípulos disputan la pureza del mensaje del fundador, las estrategias adecuadas y la identidad de la comunidad en tiempos de orfandad. Pueden ser lapsos de rivalidades y de disputas internas, aunque no necesariamente se presenten cismas. Se abre un lapso en que los enemigos ya no sólo están afuera, y que cohesionan al grupo, sino que ahora se abre al interior un abanico complejo de posiciones y de nuevas disputas. El hecho es que los legionarios tiene la oportunidad de fortalecerse si son capaces de mirar críticamente sus errores, reorientar acciones y opciones, así como poder sacudirse las pesadas sombras de sospecha que en torno a ellos existen. Seguir cerrados a la crítica es condenarse a la decadencia y a la debacle.

Marcial Maciel no podrá escapar a la justicia divina. Mientras nuestras leyes prescribieron e impidieron juzgar sus supuestos delitos y la propia Iglesia fue benévola con el legionario mayor, ahora el Dios cristiano al que decía adherirse y su justicia divina encararán los secretos que se ha llevado celosamente a su tumba. ¿Cuál será el veredicto y qué tipo de condena pagará?

 
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