Usted está aquí: viernes 1 de febrero de 2008 Opinión La fuerza de las minorías en la elección de EU

Jaime Martínez Veloz

La fuerza de las minorías en la elección de EU

Estamos asistiendo a uno de los fenómenos más trascendentes en la historia política de Estados Unidos. Por primera vez en su historia, una mujer puede llegar a la Presidencia. Pero no sólo eso, también como un hecho sin precedente un político de origen afroamericano puede convertirse en presidente de ese poderoso país.

Las elecciones primarias nos han ofrecido no pocas sorpresas: la delantera de dos candidatos demócratas, Hillary Clinton y Barack Obama, por sobre sus contrincantes, esto por el lado demócrata. Por el republicano la competencia se encuentra más pareja, y en preferencias los políticos demócratas están a la cabeza.

¿Cómo habrán de participar las minorías estadunidenses en las próximas elecciones? Me atrevo a plantear algunas hipótesis:

La presencia de los inmigrantes latinos, desde febrero de 2006, con las movilizaciones en las principales ciudades de Estados Unidos, nos indica que existe una convicción que mínimamente exige un cambio en la política interna, y sobre todo un repudio a la guerra de Irak y otras acciones que la presidencia de Bush ha sostenido desde su atribulada llegada a la Casa Blanca.

Este cambio habrá de manifestarlo en las presiones hacia los votantes, consejeros y representantes que tendrán la responsabilidad de ir a las urnas. En otras palabras, sea Obama o Clinton por el Partido Demócrata, tendrán que contemplar en sus plataformas electorales las exigencias de este amplísimo sector social. Grupo poblacional que no está tan callado como siempre. Participan en marchas multitudinarias y ante los medios de comunicación, y su influencia en la comunidad anglosajona es creciente. La exigencia de una vuelta de tuerca estará presente al elegir al próximo presidente del país.

Las minorías hispanoparlantes y los grupos étnicos, en su mayoría marginados y hacinados en los cinturones de pobreza, tendrán voz para definir las próximas elecciones.

Existen condiciones nuevas para pensar que esta hipótesis es acertada: no solamente es el repudio a la vocación belicista de la administración de Bush, no es únicamente el temor a una etapa de recesión que ya se anuncia y que habrá de multiplicar los problemas de desempleo y falta de ingresos en las grandes mayorías de estadunidenses, sino también a los amagues de intervenir en otras naciones del mundo árabe, como es Irán. A nadie le gusta recibir los cadáveres, los mutilados. Ya no son los héroes que el cine ha promocionado, sino la realidad de perder a seres queridos en tierras extrañas.

El asunto del terrorismo, desde septiembre 11, está pasando como motivo de coraje y venganza. Los enemigos encapuchados asustan menos que el regreso de los muertos. Además de la suspicacia acerca de las verdades que Bush propagandizó para justificar la invasión a Irak y la condena a Irán.

Pero si a estos elementos recientes les agregamos los rezagos sociales, creo que el comportamiento electoral en noviembre próximo puede ofrecernos grandes sorpresas. Rezagos sociales que la nación más rica del orbe no ha podido resolver. Esto ha permito en los últimos años algunas respuestas palpables.

La respuesta a la discriminación se da ahora por conducto de las organizaciones o asociaciones civiles de las minorías, que van desde la defensa ante juzgados judiciales por abusos de policías y jueces, hasta la organización para llevar a cabo movilizaciones en contra de leyes que afectan sus derechos.

Nada más por citar algunos datos cercanos a Tijuana: en Los Ángeles la organización de los inmigrantes latinos es más avanzada que las de otras minorías, sobre todo en el aspecto político. Hay organizaciones como Lulac (Liga Unida de Ciudadanos Latinoamericanos), de las más antiguas en Estados Unidos, o NCLR (National Council of La Raza), el Consejo Nacional de La Raza, que es también de las asociaciones más amplias del país.

Centros del paisanaje que van más allá que la mera movilización política, las organizaciones promueven una mayor identificación latinoamericana, desde una perspectiva política y cultural. Naturalmente la cúspide de la unión latina se da ante los embates de iniciativas en contra de los derechos más elementales, como sucedió el año pasado ante la iniciativa que trascendió como la Sensenbrenner.

Movilizaciones de abril y mayo que estremecieron a Estados Unidos, tanto por la cantidad de personas que salieron a las calles como por el anunciado boicot de consumo. En estos días está a discusión otra iniciativa, tanto en la Cámara de Representantes como en la de Senadores. Ante esta iniciativa hay varias posiciones. La primera es que serán regularizados 12 millones de indocumentados, y bueno, ya es un punto de partida, dicen. La segunda es que este proceso de regularización no es tan simple, porque se llevará a cabo mediante puntos: si tienes trabajo son puntos a favor, si dejas de trabajar 30 días se interrumpe el proceso, que durará 15 años. Si tienes educación especializada son puntos, y así sucesivamente, por lo que los 12 millones se van reduciendo, y quien no entra en el proceso de regularización, pues “patrás”. Y todos sabemos que los inmigrantes latinos provienenen, en su mayoría, de comunidades sin posibilidades de estudio o educación superior; si por eso estamos allá, compadre.

He mencionado únicamente algunos aspectos sobresalientes sobre la vinculación entre las minorías que tienen expresión política y la búsqueda de formas organizativas de un sector muy importante de la población estadunidense para hacer respetar sus derechos. Y uno de los mecanismos e instrumentos más importantes es acudir a las urnas.

 
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