Usted está aquí: lunes 4 de febrero de 2008 Cultura Tengo la intención de donar todos mis libros a Princenton y Stanford

Bibliotecas personales

Mi acervo es aleatorio, impulsivo, y está centrado en la literatura: Elena Poniatowska

Tengo la intención de donar todos mis libros a Princenton y Stanford

“Algunos amigos iban a la biblioteca Vasconcelos y se robaban algún título para hacerse de un incunable”

Tengo ejemplares incluso en el baño; poner orden es una tarea imposible

Ángel Vargas

Ampliar la imagen Elena Poniatowska en su casa de Chimalistac Elena Poniatowska en su casa de Chimalistac Foto: Roberto García Ortiz

Ampliar la imagen El baño, invadido de libros y de los reconocimientos que ha recibido la escritora El baño, invadido de libros y de los reconocimientos que ha recibido la escritora Foto: Roberto García Ortiz

Tratar de llevar un orden en su biblioteca es una empresa que Elena Poniatowska asume como imposible. “La verdad, es un desmadre”, confiesa con ese aire de niña traviesa que la caracteriza.

Definición que parece muy estricta cuando uno recorre la serie de largos y altos libreros que llenan su casa y observa que prácticamente todos están bien ordenados y sólo algunos se desbordan.

Entre ellos, el de una iluminada y cómoda sala que tiene a un costado de su recámara, en la cual se encuentran todos los títulos que ella ha realizado en su larga carrera como periodista y escritora, varios de ellos traducidos a diversos idiomas.

Frente a ese librero puede verse otro con decenas de gruesos tomos empastados con sus artículos periodísticos y también varias cajas de plástico transparente, en cuyo interior hay centenas de recortes de periódicos y revistas.

Contrario a lo que podría imaginarse, su estudio es muy austero en cuanto a libreros. Sólo hay dos pequeños y en ellos se hallan diversos diccionarios y, curiosamente, varios títulos con el ferrocarril como tema en común.

“Tengo libros en todas partes, incluso en el baño”, dice Elena divertida, al tiempo que invita a comprobar sus palabras, y así es, no hay parte de su casa en la que no haya uno de esos apreciables objetos.

Ubicado en Chimalistac, al sur de la ciudad, el suyo es un hogar lleno de libros y revistas, y eso que ella comenta que ahí sólo se encuentra la cuarta parte de lo que debería tener. Le falta espacio, cuando menos esa es la sensación que tiene.

Grandes, pequeños, gruesos, delgados, viejos y recientes, coloridos y de tonos sobrios, de presentación elegante o modesta, de literatura y científicos o técnicos, toda clase de libros puede verse en la biblioteca personal de la escritora, quien ha tratado de ordenarla, “pero la verdad es imposible”.

La tumba sin sosiego, de Cyril Conelly, es el libro que la ha acompañado toda su vida. Incluso lo ha perdido y vuelto a comprar varias veces; ahora tiene dos ejemplares de él, cuenta en entrevista.

“Otro es un libro medio triste, que no encuentro, y se llama Como curar la angustia, está en francés; lo tengo que buscar. Y siempre me acompaña otro sobre Marguerite Youcernar, Los ojos abiertos, una entrevista con ella”.

–¿Cuáles son los títulos más antiguos que conserva?

–En general son libros franceses, de nudos scout, porque fui niña scout. He conservado también los misales de rezar, porque estudié en un convento de monjas; eso a los 16 años.

“De niña tenía mi librero y forraba mis libros con tela color salmón, los cuidaba muchísimo. Era, en parte, iniciativa propia, pero también inculcada, porque en la escuela, en Francia, había mucho respeto por los libros y entonces los forraba todos. Recuerdo que tuve mucha devoción por los libros de Heidi, la niña que vivía en los Pirineos con su abuelo.”

–¿Cuáles son los libros que ha decidido atesorar?

–En general todos los dedicados, los que me gustan, los de escritores amigos; tengo muchos dedicados por Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, por Cortázar, y hago cosas muy tontas, como pegar dentro de ellos las cartas que me escriben. Tengo también así cartas de Fernando Benítez y Octavio Paz.

–¿Qué destino tiene pensando para su biblioteca?

–Mi biblioteca es muy dispareja, no está organizada. Mis hijos no tienen esta cantidad de espacio de mi casa, ni creo que quieran cubrir todos los muros de las suyas con libreros.

“Tengo entonces la intención de donar todo; esto es una especie de constante en mi vida. No sé aún del todo qué voy a hacer,  lo que veo es que en las casas se pierde mucho, entonces es mejor donar, que todo se quede en un lugar seguro.

“Me han ofrecido llevársela a colecciones de Princeton y Stanford, porque ahí los cuidan mucho, cosa que no ocurre aquí en México.

“Hace tiempo fui a donar una gran cantidad de libros, periódicos y revistas a la delegación Coyoacán, regresé un día y me encontré que todo estaba como una pirámide recargada contra el muro, cubierto de polvo, sucio y deshilachado, y eso me dio mucha tristeza, más aún porque pensé que sería diferente por la forma tan efusiva de agradecerme cuando entregué el material.”

–¿Cuáles considera que son las joyas de su biblioteca?

–Pues todos los trabajos de mi esposo, (el astrónomo) Guillermo Haro, pero mi hijo ya donó muchas cosas de libros de ciencia. Él dirigió una colección, con Eli de Gortari, sobre la ciencia. En ese rubro incluyo varias colecciones de libros en general.

–¿Y cuenta con libros únicos, rarezas, acaso hasta incunables?

–No tengo incunables, pero sí me acuerdo que amigos me decían que se iban a la biblioteca José Vasconcelos y se robaban los libros para hacerse de un incunable. Esto tiene más de 30 años, pero yo nunca lo he hecho.

“En cuanto a libros únicos o rarezas pues tengo las memorias de mi abuelo, escritas en francés, que llevan por títulos De un siglo al otro y De una idea a la otra, y luego libros de mi primo hermano Michael Poniatowsky. Tenía también libros dedicados por Juan Rulfo, a uno de ellos le puso ‘A Elena Poniatowska unos días antes de mi muerte’; pero lo regalé, y lo hice porque regalo todo.”

–¿También regala o circula los libros que le gustan mucho?

–Sí, por lo general los presto y luego los pierdo, porque ya no me los regresan. Cualquier persona me dice si tengo un libro y, si lo tengo, le digo: sí, llévatelo. Esa de ‘llévatelo’ es una palabra que debería cortar de mi vocabulario. También me regalan muchos libros, a veces las editoriales o en ocasiones los autores.

–¿Como se fue haciendo de su biblioteca?

Recuerdo que en los años 50 iba a la Librería Francesa con Octavio Paz y compré varios libros, entre ellos uno de André Breton, que desde entonces tengo, y también Caballería roja, de Isaac Babel. Octavio Paz me llevaba y compraba libros desde muy joven. Y así, con el tiempo he ido comprando algunos y me han regalado otros.

–¿Entonces, sí es una biblioteca conformada bajo cierta recomendación y dirección?

–Más bien ha sido aleatoria, impulsiva, y está centrada sobre todo en la literatura. Nada tiene de dirigida, de saber a dónde voy, porque tampoco en la vida sé a dónde voy. Entonces, si no sé a dónde voy con mi vida mucho menos podré imprimirle a los libros alguna dirección; es según el momento. Mi biblioteca está configurada totalmente de manera aleatoria, a trompa talega, a lo loco.

“Además de libros en español, tengo ejemplares en inglés y francés. Entre los primeros, varios de Thomas Mann, y de los segundos, de Marcel Proust.”

–¿Va frecuentemente a librerías?

–Vivo en el corazón de las librerías. A unos pasos de casa tengo a la Gandhi y una del Fondo de Cultura Económica (la Octavio Paz), también otra de viejo, y cuando salgo a caminar es inevitable detenerme en alguna, aunque a veces salgo con las manos vacías.

–¿Y cuando compra un libro lo lee de inmediato?

–Esa es la intención, aunque no siempre lo hago. Tampoco termino siempre los libros que comienzo, sobre todo cuando sé en qué van a terminar. Eso no significa que no sea disciplinada ni constante.

–¿Cómo concibe usted una biblioteca?

–Pienso que una biblioteca debe tener los mejores libros en cada tema, cosa que no tengo. No soy una mujer culta. Ahora que lo pienso, nunca he reflexionado en cómo concibo una biblioteca.

“Muchos de los libros que leo tienen que ver con temas sobre los que escribo. Por ejemplo, para El tren pasa primero traté de leer todo lo que pudiera encontrar sobre ferrocarriles, y para La piel del cielo leí mucho sobre ciencia. Sí, leo mucho, pero si uso la cuarta parte de eso, es demasiado.”

–¿Entonces usted lee pensando en escribir?

–Leo porque sé que me va a servir para lo que pienso. Y para el goce egoísta, eso de por puro gusto personal, leo también las cosas que me dicen que tengo que leer; pero a veces leo libros que me hacen sufrir mucho, por ejemplo el de Lydia Cacho.

“Leo sin orden. De unos años a la fecha me interesa mucho la sociología, aunque no descuido los libros de literatura. Tengo libros de poesía, me gusta muchísimo, pero no tengo tantos libros de poesía. ¿Enciclopedias? Tengo en mi cuarto de trabajo una enciclopedia, el Larousse, el Larousse ilustrado, la de Humberto Mussachio. Alguna vez tuve una Británica, era de mi esposo.”

Para concluir la plática, Elena Poniatowska admite: “¡claro que sí me duele perder un libro así en la calle o que se lo lleven! Bueno, menos una vez que se llevaron unos de mi coche. Dije: ¡qué bueno, porque nadie roba libros! Pero fuera de eso, sí me duele”.

 
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