Usted está aquí: lunes 4 de febrero de 2008 Opinión 2008 no es 2001

León Bendesky
[email protected]

2008 no es 2001

Este siglo empezó con una crisis financiera en Estados Unidos, desatada en 2001 por la sobrevaluación del precio de las acciones de las empresas de tecnología, que cotizan en el mercado llamado Nasdaq.

El fenómeno se conoce con el término de “exuberancia irracional”, según la expresión utilizada por Alan Greenspan, el ex presidente de la Reserva Federal y que se ha vuelto una especie de John Wayne de la banca central.

La especulación con las acciones hizo que elevaran sus precios muy por encima del valor de las empresas que las emitían. Ese proceso, económicamente insostenible, fue activamente promovido por los grandes bancos. Al romperse la burbuja se provocó una recesión en aquel país, pues el producto registró tasas negativas de crecimiento durante tres trimestres consecutivos. En México el efecto fue una tasa negativa de crecimiento del PIB de casi menos 0.2 por ciento en ese mismo año.

En 2007 se pusieron de manifiesto las condiciones de un nuevo episodio de especulación financiera en Estados Unidos. En este caso el objeto han sido los créditos hipotecarios, que fomentaron el auge del sector de la construcción de viviendas. Ahora fueron los precios de las casas los que se elevaron por encima de su valor real, creando la ilusión entre los compradores de que su patrimonio crecía, en tanto los bancos comerciales y las hipotecarias promovían las ganancias asociadas con el mayor volumen de crédito.

Mientras crecía el crédito bajaba progresivamente la calidad, es decir, la capacidad de los deudores para pagar. Esto se acompañó de un muy creativo proceso de innovaciones financieras mediante las cuales se creaban, como en un acto de prestidigitación, nuevos instrumentos que servían para “empaquetar” deudas y venderlas una y otra vez entre distintas instituciones financieras. Esta es una diferencia significativa con respecto a la crisis de 2001, y de ahí se desprende la manera en que se ha trasmitido en los mercados globales.

La constante compra y venta de títulos que amparaban las deudas hipotecarias permitía ir trasladando los riesgos de unos a otros inversionistas pero, al mismo tiempo, acrecentándolos para el conjunto del sistema. El fenómeno de expansión del endeudamiento sustentado en este caso en los bienes raíces era una especie de pirámide o tanda gigantesca, que sólo podía sostenerse en la medida en que seguían entrando nuevos jugadores: por un lado los compradores de casas o quienes adquirían una primera o segunda hipoteca sobre sus propiedades existentes y, por otro lado, los especuladores profesionales. La base de esta especulación era una sola y la misma de siempre, o sea, el aumento de los precios.

La cuerda se extendió más allá del límite, como ocurre de modo periódico en el campo del dinero y el capital. En entorno actual se caracteriza, sin embargo, por la ocurrencia más rápida de estos fenómenos, lo que se asocia con la agilidad con las que se realizan las operaciones, la facilidad para crear instrumentos de intercambio, la laxitud de las normas de la regulación aplicada por las autoridades y la creencia de que los mercados que funcionan de manera irrestricta son siempre el mejor modo de asignar los recursos y alcanzar la eficiencia.

Las condiciones económicas y el costo del crédito hicieron que los riesgos se expresaran en la incapacidad de un gran número de deudores para pagar. Los compradores de la deuda ya no pudieron venderla otra vez, la pirámide llegó a su límite y con eso la restricción de liquidez en el sistema bancario. Las pérdidas se materializaron entre los grandes bancos, algunas empresas hipotecarias han quebrado, muchas familias han perdido sus casas y otras se encontraron con fuertes deudas.

En lo que va de este año se han ido sumando evidencias de los efectos de la situación financiera sobre la economía estadunidense: caída de los precios de los bienes raíces, menor actividad en el sector de la construcción, debilidad del gasto de consumo, intervenciones de los bancos centrales y un programa abultado de subsidios del gobierno de Bush. A fines de la semana pasada se conoció el dato del decrecimiento de la generación de empleos que se registra por primera vez desde hace cuatro años. Esa economía puede estar ya en recesión; el PIB creció sólo 0.6 por ciento en el último trimestre de 2007, frente a 4.9 por ciento del tercero.

Los efectos adversos en México no podrán evitarse. No parece suficiente que las autoridades mantengan su cada vez menos sostenible optimismo en cuestiones que económicamente no son garantía de solidez. Al respecto, se piensa en Hacienda y el Banco de México que las condiciones son sólidas debido a la dinámica del mercado interno, el amplio programa de inversión en infraestructura del gobierno federal, la entrada de remesas, otra vez, alrededor de 24 mil millones de dólares el año pasado, y el alto precio del petróleo. Todo esto lo único que despierta son enormes dudas en términos técnicos y políticos y muestra la falta de márgenes de maniobra efectivos que hay en el país.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.