Usted está aquí: jueves 7 de febrero de 2008 Opinión Desaceleración y recesión

Orlando Delgado Selley
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Desaceleración y recesión

Los reflectores siguen puestos en Estados Unidos. El súper martes prelectoral y las condiciones de la economía han mantenido al mundo atento. En el primer caso sabemos ya que la decisión en ambos partidos sigue pendiente, en el segundo la nueva información económica y las acciones de la Fed permiten una apreciación más certera de lo que está por venir. La economía estadunidense apenas creció 0.6 por ciento en el último trimestre de 2007, alcanzando una tasa anual de 2.2. El impulso negativo básico provino del sector de la construcción de vivienda, que se contrajo 26 por ciento, junto con la reducción en el gasto de los consumidores. La situación al cierre de enero de este año confirma que los temores de la inminencia de una situación recesiva están plenamente justificados.

Las expectativas sobre la economía mundial, naturalmente se han modificado. El FMI hizo públicas sus nuevas previsiones para 2008: habrá un crecimiento de la economía global de 4.1 por ciento, 0.7 puntos porcentuales menos respecto a su estimación de hace cuatro meses. Las economías avanzadas sólo crecerán 1.5 por ciento, perdiendo casi medio punto. Las llamadas economías emergentes crecerán 6.9, y no 7.1 como se esperaba, en tanto los países en desarrollo de Asia no verán afectado su crecimiento, que se estima en 8.6. China mantendrá el crecimiento esperado de 10 por ciento. Los países en desarrollo de América Latina reducirán su tasa de crecimiento promedio de los últimos cinco años de 4.8 a 4.3.

Así las cosas, lo que se espera es una desaceleración significativa, pero manteniendo un proceso expansivo que con 2008 ya duraría seis años, lo que no se había visto desde la posguerra. La situación en México es contrastante: luego de balandronadas absurdas, el gobierno federal y los autónomos del Banco de México reconocieron que la expectativa de crecimiento nacional es de 2.7-2.8 por ciento para este año, casi un punto porcentual menos que la estimación presentada en el presupuesto aprobado por el Congreso. Insistieron en la necesidad de “prender los motores del crecimiento interno” y de aplicar medidas contracíclicas inmediatas.

En realidad, sigue siendo simple demagogia: las medidas reales contra un ciclo recesivo son el incremento al gasto público y la reducción de la tasa de interés. De eso no habla ni el secretario de Hacienda, que maneja el gasto, ni el gobernador del Banco de México, que actúa sobre las tasas de interés. De modo que frente a una inminente recesión en Estados Unidos, las autoridades mexicanas siguen diciendo cosas sin sentido económico. Por eso, sus nuevas previsiones difícilmente se cumplirán. Más bien, lo que parece posible es que la economía se deteriore rápidamente, ya que los aumentos en precios clave, el nuevo impuesto, la negativa a replantear el capítulo agrario del TLCAN y la posible reducción de las remesas recibidas, apretarán sensiblemente el mercado interno.

La economía se detendrá, no con un frenazo, sino suavemente. Ello significará que los pocos empleos que se esperaba crear no se lograrán, conduciendo a millones a la informalidad y/o a la migración. No será sino la continuidad del fracaso de un modelo, pero más grave aún, es la constatación de la incapacidad política, la cerrazón económica y la torpeza del grupo en el poder y de sus aliados. Unos de esos aliados se sienten con la solvencia moral de proponer la “democratización” del capital de Pemex, otros siguen lucrando con el bajo nivel educativo del país, otros más vociferan contra las medidas que atentan contra la libertad de expresión. Pero nadie se atreve a exigir la reducción de las tasas de interés, como lo ha hecho la Fed, ni a obligarlos a incrementar el gasto público.

Lo cierto es que son ellos los que deciden. La responsabilidad, sin embargo, es de quienes conducen la maquinaria estatal. Del grupo que aunque tiene el control del gobierno, en realidad gobierna poco. Parecen poco relevantes, pero tienen asignada una tarea fundamental para el proyecto neoliberal: lograr las reformas estructurales detenidas desde hace 14 años. La tarea no es sencilla: demanda concertar el apoyo explícito de los poderes fácticos, cerrar filas con los priístas, sin importar el costo político que eso implique y, además, tener la disposición a pasar a la historia como los que entregaron el último bastión del patrimonio nacional. Hace falta, también, pensar que no va a pasar nada. Hace falta, en consecuencia, desconocer la historia y las posibilidades de que esa sea la gota que derrame el vaso.

 
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