Usted está aquí: jueves 14 de febrero de 2008 Opinión Los cineastas deben expiar sus pecados

Robert Fisk

Los cineastas deben expiar sus pecados

Ampliar la imagen Keira Knightley, durante su actuación en la cinta Atonement, donde interpreta a Cecilia Keira Knightley, durante su actuación en la cinta Atonement, donde interpreta a Cecilia

La censura cultural es como una enfermedad: circula entre nosotros sin ser vista. Déjenme mostrarles cómo funciona. La película Elizabeth, de Shekhar Kapur, dio a Kate Blanchett un momento único para recrear a la reina virgen en su filme de 1998. Pero en la secuela, Elizabeth: La edad de oro, la escena vital, cuando la reina demuestra a sus soldados que está con ellos como una guerrera soberana y les dirige una arenga en Tilbury, antes de que llegue la armada española, en 1588, su famosa declaración, que todo escolar británico está obligado a aprenderse, ha sido despiadadamente recortada.

Mi papá me citaba la declaración y me llevó a Tilbury para hablarme de la fortaleza que demostró Isabel cuando dijo a sus soldados: “Podré tener el cuerpo de una mujer débil y frágil, pero tengo el corazón y el estómago de un rey”.

Ay, pero esto era demasiado para Kapur. En la era del feminismo un pronunciamiento así es prohibido, inaceptable, inapropiado y provocativo. ¿De qué otra forma se explica la escena en que Blanchett, paseándose sobre un tonto caballo blanco (frente a lo que más parece un pelotón que un ejército), simplemente no pronuncia esas palabras famosas e históricas?

Millones de espectadores deben haber esperado esa frase, pero se la robaron. Isabel tenía que ser una reina feminista, aunque virgen, y tenía que representar un tiempo actual en que las mujeres no son “débiles y frágiles”, y no ser la dama que estaba en posición única para guiar a su reino hacia una era de dominación masculina. Al decir que su corazón era de hombre, no estaba, desde luego, sometiéndose al dominio masculino: en la Inglaterra de los Tudor, Isabel decía que era igual a un hombre.

Pero las películas son capaces de manipular de formas más oscuras. En el premiado filme El paciente inglés, de 1996, por ejemplo, tropas fascistas le amputan los pulgares al espía David Caravaggio, pero es una mujer la que tiene la orden de ejecutar esta tortura. La vemos con el rostro cubierto por el velo musulmán y cuchillo en mano, y alguien explica que los “musulmanes” entienden de estas cosas.

No podía entender por qué, cuando vi esta escena horrible y sangrienta, el Islam era traído a colación en ese contexto histórico particular. Por qué el guión de Anthony Minghella quería asociar a los musulmanes con la brutalidad.

Me compré, impaciente, la novela de Michael Ondaatje en la que se basó la película, sólo para descubrir que cuando Caravaggio narra la amputación dice: “Encontraron a una mujer para hacerlo, pues les parecía que sería más humillante. Trajeron a una de sus enfermeras. Era inocente, no sabía nada de mí, ni mi nombre ni mi nacionalidad”. Tal como sospeché, no había referencia a nada “musulmán”. De hecho, esa escena profundamente racista no tiene nada que ver con el texto de Ondaatje. ¿Para qué ponerla ahí?

Pero el alivio llegó al ver la devastadora cinta de Joe Wright Atonement (estrenada en México con el título Expiación, deseo y pecado/ N de la T.) un drama de traición, mentira y amor en la clase rica de la Inglaterra de los años 30, que empieza con una trama casi doméstica de bajo presupuesto y se transforma en una película épica sobre la batalla de Dunquerque.

Para quienes no han visto la película, el planteamiento inicial es sumamente prosaico. Briony acusa falsamente a Robbie, el novio de su hermana Cecilia, de haber violado a su prima Lola después de una insufrible cena en la casa de campo de la familia. Robbie es arrestado, pero Cecilia cree en su inocencia. Es culpado y encarcelado por violación, pero la guerra estalla en 1939 y se le da la oportunidad de salir de prisión si se enlista.

Durante la segunda mitad de esta oscura película, Robbie oculta una herida en el pecho a sus compañeros de armas, mientras guía a su fuerza expedicionaria por los puertos del canal, en 1940, hacia la costa del norte de Francia. Existe una rara semejanza entre estas escenas y la película (Dunquerque), en la que John Mills guía a un pelotón perdido hacia la salvación. Pero cuando Robbie sigue el canal y dice a sus hombres que puede “oler el mar”, trepa una duna y de pronto vemos que hay 20 mil o 30 mil soldados británicos en la playa.

Esta secuencia dura sólo cinco minutos, pero penetra en el cerebro. Soldados franceses matan a sus caballos; soldados ingleses yacen borrachos, maldiciendo, tirados en el suelo. Sin censura.

El personaje de Robbie va más allá. En la novela de Ian McEwan existe una mera referencia al “débil sonido de un himno cantado al unísono que después se desvanece”. Pero en la película el cabo llega hasta una desvencijada banda de guerra, y ahí soldados heridos y ensangrentados cantan el maravilloso himno For All the Saints Who From Their Labours Rest. Es un magnético símbolo de valor durante la guerra, que da a este filme una dignidad que no hubiera podido obtener de otra manera.

Luego se nos hace creer que Robbie regresa a Inglaterra en barco para reunirse con Cecilia. Briony aparece después en el pobre departamento que ambos comparten, para disculparse y ofrece comparecer ante la corte para admitir que mintió.

Se descubre que el actual marido de Lola fue el violador. Sólo hasta el final vemos a Briony como una anciana escritora cerca de la muerte (interpretada por Vanessa Redgrave), quien admite que la historia de Robbie y Cecilia no ocurrió en realidad. Ella deseaba que terminaran juntos, pero Robbie murió de septicemia en Bray Dunes, Dunquerque, el primero de junio de 1940, y Cecilia falleció cuatro meses después, en el bombardeo a la estación de Balham.

“La era de las respuestas claras había terminado”, dice sobre sí misma la anciana Briony, en el libro. “Lo mismo ocurrió con la era de los personajes y las historias. Las historias semejaban demasiado a maquinaria oxidada, cuyas ruedas han dejado de girar. Eran pensamientos, percepciones, sensaciones lo que le interesaba; la mente consciente fluyendo como un río por el tiempo.”

Éste es precisamente el concepto que hace de Atonement una obra honesta en el deshonesto mundo del cine, que aún no es capaz de retratar la mentira, la guerra y el amor sin censura y sin racismo.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

 
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