Usted está aquí: viernes 15 de febrero de 2008 Capital Lucecita, 5 años de vivir en una carreola en Metro Cuauhtémoc

Su madre vende pepitas y dulces afuera de la estación

Lucecita, 5 años de vivir en una carreola en Metro Cuauhtémoc

Mirna Servín Vega

Ampliar la imagen Toña y su Lucecita, afuera del Metro Cuauhtémoc Toña y su Lucecita, afuera del Metro Cuauhtémoc Foto: Roberto García Ortiz

Desde que nació, el Metro ha sido un refugio para ella. Vive en Nezahualcóyotl, pero pasa las tardes y las noches en una carriola depositada en la estación Cuauhtémoc de la Línea 1 del Metro.

Los usuarios que cruzan el torniquete de salida y suben las escaleras encuentran distorsionada la escenografía habitual de estos espacios. El interior está completamente solo, excepto por la carriola. Unos miran y otros siguen sin parar.

Se llama Luz, tiene 5 años y apenas pesa 13 kilos, es decir, el equivalente a un niño de un año y algunos meses de edad. Está cubierta por cobijas, situada en la parte alta de la estación del Metro, y parece estar totalmente sola.

Pero al acercarse, a unos 10 metros de distancia afuera de la estación se descubre a su mamá, Antonia, frente a un comal de pepitas. Y entonces aparece la historia de su Lucecita, como ella la llama.

Toña la cuenta con entereza e inclusive buen ánimo. Derrocha sonrisas cuando evoca el nombre de su hija, sin dejar de revolver con sal las semillas que está asando.

Las paredes del Metro le han servido de refugio desde que Luz tenía 20 días de nacida. Toña cuenta que tenía que trabajar, aun cuando recibió regaños por hacerlo.

La madre vende dulces en el día y en la noche ayuda a vender pepitas. Por el frío coloca a Luz adentro de la estación mientras ella trabaja afuera.

La niña es muy tranquilita, dice. “No da guerra, la dejo ahí acostadita y me doy mis vueltas para ver que esté bien y para darle de cenar”. Luz tiene parálisis cerebral.

Por eso es tan pequeña y cabe en una carriola para bebé con apenas una ligera adaptación: una tabla insertada por abajo del asiento que impide que sus pies, que aún no la sostienen, cuelguen.

La presencia de Luz dentro de su pequeño vehículo-cama-casa en el Metro le ha traído problemas a su mamá desde siempre.

En una ocasión, el jefe de estación mandó a uno de sus trabajadores a pedirle a Toña que sacara a la niña porque “no se podían tener cosas ahí, además de que daba mal aspecto”.

Toña, de cuerpo pequeño y de rostro afable, se encolerizó. Gritó que no le llamaran “cosa” a su hija y que ella no estorbaba ni le hacía nada a nadie.

El resultado fue que el propio encargado subió a hablar sobre la situación: “Aquí no es guardería”, le dijo.

Esta historia se ha repetido con diferentes matices. “A veces suben a decirme que la quite porque alguien la reportó, porque, dicen, ‘se ve mal ’ o porque está sola”.

Sueños y recelos

Pero esta mujer demuestra que su hija no lo está. Es originaria de Tlaxcala y emigró al Distrito Federal “porque uno tiene sueños”.

Desde hace cuatro años lleva a su pequeña a la Asociación Pro Personas con Parálisis Cerebral (APAC).

Toña viaja en transporte público con su hija en brazos desde Neza hasta el centro de la ciudad. La lleva a rehabilitación durante dos horas y media, gasta el poco dinero que tiene en medicamentos para controlar sus convulsiones y se las ha arreglado para estar con ella desde las afueras de la estación del Metro, donde trabaja hasta las 10 u 11 de la noche.

La mujer se acerca a la carriola, abraza a su pequeña y la muestra orgullosa, aunque un pequeño recelo la invade cuando se le solicita dar a conocer la historia.

Se inquieta, se siente vulnerable y expuesta. No quiere perder el único espacio que le sirve para trabajar, ni las cuatro paredes que arropan a su hija.

Termina la plática, se siente nerviosa y, aunque se despide con una de sus sonrisas, con precaución saca a la niña a la calle, con algo de zozobra y temor.

 
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