Usted está aquí: domingo 17 de febrero de 2008 Opinión Los veneros del diablo

Rolando Cordera Campos

Los veneros del diablo

La reacción inmediata es ¿por qué? ¿Por qué se ha incurrido en tanta irracionalidad en el uso del petróleo, de su renta, y de la entidad estatal responsable de su explotación, industrialización, comercio y expansión? ¿Por qué la dilapidación salvaje de los fastuosos ingresos y excedentes petroleros de los últimos años? ¿Por qué, tantas veces y sobre tantos asuntos vitales para Mexico?

Registro esta serie casi interminable de porqués luego de asistir a una estimulante reunión convocada por institutos de la UNAM e Ingenieros Pemex Constitución 1917. Los datos, cifras y tendencias presentados parecen contundentes, aunque sabemos que en esta veleidosa materia, la del petróleo y la energía, nada hay firme, todo es gaseoso y, en nuestro caso, institucionalmente opaco.

Nada es seguro, en efecto, porque el crudo se escabulle y engaña; sin embargo, las series estadísticas y las gráficas, junto con los relatos de la propia experiencia profesional vertidos esa mañana, apuntan en un solo sentido: por las razones que se quiera, de las antropológicas y cercanas al racismo corriente, a las glamorosas de la “elección pública o racional”, hasta las más pedestres de un historicismo huero pero no menos intencionado, México cayó en una suerte de enfermedad holandesa que lo llevó a echarse a la vera del camino del desarrollo, y se dedicó a merendarse la renta petrolera en un grotesco homenaje al diablo y las escrituras de nuestro gran López Velarde.

El panorama resultante es, sin duda, de dureza extrema: penuria energética absoluta, y con ella una hacienda pública harapienta y desgarrada por la disputa brutal por sus migajas, aunque todo ello bajo el oropel de la democracia impoluta que no admite falacias y el triunfo federal, comandado por los nuevos señores de la guerra.

Hay que empezar por algún lado, aunque el nudo parezca impenetrable. ¿Por qué dejamos de explorar en aguas someras y en las zonas del territorio definidas como promisorias? Porque, decía la razón al modo, Cantarel lo era todo y guay de aquel que advirtiera sobre su inevitable finitud. ¿Por qué se insiste hoy en que no hay otro horizonte que las aguas profundas, sin abordar siquiera la pregunta anterior? Porque, dice el presidente Calderón, todos lo hacen ya, porque Fidel firmó contratos de riesgo con el que se dejó, porque Brasil va muy adelante o, dicen los ingenieros… porque las multinacionales observan el declive inevitable de las explotaciones profundas en Europa, Mar del Norte, etcétera, y se abocan a un furioso lobby en México para que sus fierros, tecnologías, plataformas, etcétera, encuentren pronto acomodo y no se queden ociosos.

¿Por qué dilapidamos gozosos los excedentes provenientes del alza de precios del crudo en un gasto corriente que se desparramó a estados y municipios? Porque así es la vida en los trópicos, dirá el cínico o, dicen los economistas políticos… porque así le convino al vicepresidente Gil y porque ese fue el precio de la pax foxiana. ¿Por qué no construimos refinerías a tiempo, y modificamos su diseño para hacerlas compatibles con las necesidades y la economía de la generación de electricidad? Porque con los “precios de transferencia” que se establecieron para Pemex la refinación “resultó” no rentable y, así, se actuó racionalmente conforme a los dictados de un mercado… que, en realidad, dicen los que saben, fue inventado, como juego de Nintendo para economistas modernos.

La realidad sin historia que cultiva el discurso oficial: declive acelerado y fatal de las reservas probadas, salvo que se explore en mares profundos, donde, Calderón dixit, “tenemos un tesoro enterrado”; endeudamiento oneroso de Pemex; hiperadicción petrolera de las finanzas públicas. Y de aquí, linchamiento mediático contra todo lo que huela a defensa de Pemex y que no admita como mandamiento un fuerte componente de privatización o apertura. Como se hizo más de una vez en estos tiempos de globalización desbocada: la carreta por delante del caballo y el flautista de Hammelin como metáfora tecnocrática del desbarrancamiento mental y moral de la República.

El gobierno, luego de haber alborotado la gallera con unos planes nunca expuestos, parecía haber recapacitado al admitir que se necesitaba un diagnóstico. Pero hoy, viernes, nos amanecemos con las declaraciones de la inefable señora Kessel (La Jornada, p.5) y con las jugarretas verbales de Calderón al decir good bye, que nos ponen ante un juego absurdo que, sin embargo, es siniestro precisamente por lo que se juega. El campo para el debate, que la convocatoria al diagnóstico parecía abrir, se cierra, por otra pueril maniobra de distracción y dilación que abre la puerta para una refriega en la que habrá algo más que gritos y sombrerazos.

Sagazmente, en sus dicharachos en Los Ángeles, el licenciado Calderón dijo que de darse, respetaría la decisión de “quedarnos como estamos”, pero advirtió sobre el agotamiento inminente de las reservas. “La segunda opción que planteó es que pueda optarse por destinar más recursos a Pemex… hay que ver de dónde sacamos más recursos, podría ser de gasto social” (Reforma, 15/02/08, p.1) Aparte de todo, habrá que admitir que al Presidente lo engañaron en el ITAM y en Harvard…

Con este extraño fin del tour americano, el gobierno decreta el fin del tiempo del ingenio menor de la teocracia neoliberal. Llegó la hora para el poder constituido, en el Ejecutivo y en el Congreso, de responder preguntas como las aquí esbozadas, porque la paz social y política del país se ha puesto en riesgo, por tanta avidez y tan poca responsabilidad pública, hoy como ayer.

 
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