Usted está aquí: sábado 1 de marzo de 2008 Opinión Sauce ciego, mujer dormida

Haruki Murakami

Sauce ciego, mujer dormida

El nuevo libro, titulado Sauce ciego, mujer dormida, del japonés Haruki Murakami (Kioto, 1949), quien se ha convertido en poco tiempo en un autor de culto, empezará a circular la próxima semana. Con autorización de Tusquets Editores ofrecemos a los lectores de La Jornada una probadita del pulso de su prosa: el arranque del primero de los 24 relatos que componen el volumen. En ellos introduce elementos fantásticos, oníricos, jazz, personajes inolvidables, detalles en apariencia nimios: las constantes de su obra

Al cerrar los ojos percibí el olor del viento. Un airecillo de mayo con turgencias afrutadas. Ahí estaba la piel, y la pulpa, blanda y jugosa, y las semillas. La fruta reventó en el aire y las semillas, convertidas en una nube de blandos perdigones, dieron contra mi brazo desnudo. Atrás, sólo dejaron un dolor tenue.

–¿Qué hora es? –me preguntó mi primo. Como yo le llevaba casi veinte centímetros de estatura, me hablaba con el rostro alzado hacia mí.

Eché una ojeada al reloj de pulsera.

–Las diez y veinte.

–¿Va bien ese reloj? –me preguntó mi primo.

–Yo diría que sí.

Mi primo me tiró de la muñeca y observó el reloj. Sus dedos eran finos y suaves, más fuertes de lo que cabía esperar.

–Oye, ¿es caro?

–No, qué va. Es una baratija –contesté echándole otro vistazo a la esfera.

No hubo respuesta.

Al mirar a mi primo descubrí que me observaba con una expresión de desconcierto. Aquellos dientes blancos que le asomaban entre los labios parecían huesos atrofiados.

Es una baratija –repetí articulando bien cada sílaba y mirándolo a la cara–. Es una baratija, pero funciona muy bien.

Él asintió en silencio.

Mi primo es sordo de la oreja derecha. Justo al empezar primaria, una pelota de beisbol le dio en la oreja y su oído se resintió. Pero esto apenas supone un impedimento a la hora de llevar a cabo sus quehaceres diarios. Va a una escuela normal, su vida se desarrolla con normalidad. En clase, a fin de poder orientar hacia el profesor la oreja izquierda, se sienta siempre en el extremo derecho de la primera fila. No saca malas notas. Por lo que respecta a los ruidos ambientales, hay épocas en que los oye bastante bien y otras en las que no. Alternativamente, como el flujo y el reflujo de la marea. Y, muy de vez en cuando, a razón de una vez cada seis meses aproximadamente, pierde casi por completo la audición de ambos oídos. Como si el silencio de la oreja derecha se hiciera más profundo y acabara sofocando los sonidos de la oreja izquierda. Cuando esto sucede, como es lógico, deja de poder llevar una vida normal e incluso tiene que faltar durante un tiempo a clase. Por qué le ocurre semejante cosa no lo saben ni los médicos. Es un caso sin precedentes. Sin tratamiento posible.

–Qué un reloj sea caro no quiere decir que sea bueno –dijo mi primo como si intentara convencerse a sí mismo–. El que yo tenía antes era bastante caro, pero funcionaba fatal. Me lo compraron al empezar secundaria, pero al año lo perdí y desde entonces no llevo. Como no han vuelto a comprarme otro...

–Pues debe ser complicado apañárselas sin reloj, ¿no?

–¿Qué? –repuso mi primo.

–¿No es complicado eso de no llevar reloj? –repetí mirándolo a la cara.

–No tanto –contestó moviendo la cabeza en un ademán negativo–. Yo no vivo solo en medio de la montaña. La hora se la puedo preguntar a cualquiera.

–Sí, claro –dije.

Y volvimos a enmudecer durante unos instantes.

 
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