Usted está aquí: domingo 2 de marzo de 2008 Opinión Los sindicatos y el gobierno

Arnaldo Córdova

Los sindicatos y el gobierno

Hasta antes de que Miguel de la Madrid llegara al poder puede decirse que los sindicatos mantuvieron su poder de negociación con el gobierno. Desde los años cuarenta, los salarios reales estuvieron subiendo año con año, aunque de modo variable. Los líderes sindicales buscaron estar siempre de acuerdo con sus jefes en el gobierno, colaborar con ellos en la solución de los problemas y, así, fortalecer sus propias posiciones en la política nacional. Eran verdaderos socios en el ejercicio del poder e iguales a los demás grupos en sus relaciones con su superior, el presidente de la República. Luego, todo eso se acabó.

Creo que el momento clave se dio cuando el líder omnipotente, el sabio de la política, Fidel Velázquez, mientras en el centro de la ciudad se estaba proclamando como candidato priísta a De la Madrid, hizo el ridículo en los jardines de Los Pinos, al afirmar que todavía no se sabía quién sería el futuro presidente. Con la crisis financiera del 82, empezaron los tiempos de amargura para el movimiento obrero oficial y su decadencia como grupo de poder. El gobierno, cada vez más y más, les fue perdiendo el respeto a los líderes sindicales; jugaba con ellos, los contraponía entre sí o les asignaba tareas que antes jamás habrían aceptado. A fines de los ochenta, el antiguo poderoso movimiento obrero había perdido su fuerza y estaba irremediablemente a merced del gobierno.

Lo más lastimero fue la pérdida de jerarquía, prestigio y poder de la CTM. Don Fidel se murió y la organización casi desapareció del escenario político nacional. La política laboral del gobierno fue haciendo cada vez más ausentes a los dirigentes sindicales de los asuntos públicos y, cuando los panistas llegaron al gobierno, pareció que hubo un instante en el que un nuevo trato podría establecerse. Todos pudimos observar cómo los dirigentes sindicales buscaron, más bien, encontrar un nuevo coto de supervivencia. Los panistas lo supieron y lo aprovecharon. El ejemplo revelador lo dio el dirigente ferrocarrilero, Víctor Flores, cuando se puso a las órdenes de Fox. El antiguo movimiento sindical priísta estaba listo para reconvertirse en movimiento al servicio del nuevo gobierno panista.

No sé qué habrán sentido los priístas orgullosos de su pasado, si es que todavía los hay, cuando Gamboa Pascoe recibió en su reciente asamblea a Calderón como antaño se recibía a los presidentes priístas, como los jefes y protectores del movimiento, y supieron de las porras de los nuevos cetemistas (“Felipe, amigo, la CTM está contigo”). Cuando comenzaba el gobierno foxista, seguí con cuidado la atención que los panistas le daban al antiguo corporativismo sindical priísta. Realmente, no sabían qué hacer. Pero el porro dueño del sindicato ferrocarrilero les enseñó que los antiguos sindicalistas del PRI estaban dispuestos a venderse a sus nuevo amos por lo que fuera su voluntad.

Luego vino la maestra Gordillo. Creo que ella, en sus pugnas dentro del PRI, sabía muy bien que no estaba sola. Los panistas supieron, de nuevo, que los sindicalistas del PRI estaban a su disposición. Cuando las cosas se pusieron difíciles para la maestra en su partido, no tuvo ningún empacho en dividirlo, fundando el Panal, ni en aliarse con los nuevos dueños del poder en todo y para todo. Los priístas estaban dormidos. Ni siquiera se dieron cuenta de que el poderosísimo SNTE ya estaba con sus enemigos históricos y de que muchos de los suyos, además, militaban en contubernio con la maestra. Incluso, algunos de sus gobernadores lo eran porque ella lo había decidido y negociado.

No se vio, ni siquiera, que se hayan dado por aludidos. Cuando a algunos se les pregunta sobre estas cosas, cómo ven todo eso, sorprendentemente, dicen que no tiene importancia y ha habido quien aún considera como miembro de su partido a la Gordillo. Si no fuera por el poder que los gobernadores han concentrado (cada uno tiene su PRI), se antojaría muy fácil la hipótesis de que el PRI es un partido en franca disolución. Aún tengo la esperanza de que eso no sea así. Los panistas, en siete años de gobierno, están lejos de demostrar que saben gobernar. ¡Ah, pero cómo han aprendido a usar del poder para sus fines!

La reforma laboral, sobre la que De Buen y Alcalde Justiniani nos han ilustrado, está en marcha. Y los dirigentes sindicales muestran estar de plácemes. Los llevan al matadero y ellos aplauden, como lo hicieron en la reciente asamblea cetemista. Si se lee con toda atención el discurso de Calderón en esa reunión y se le compara con los discursos de los presidentes priístas, se podrá ver similitudes de verdad asombrosas. Eso es auténtico gattopardismo. Todo ha cambiado, para que todo siga igual. Los panistas han aprendido la lección y los priístas los acompañan alegremente en todas sus aventuras reaccionarias, tal vez, porque se sienten en buena compañía. Lo raro, repito, es que ni siquiera parecen darse cuenta.

Los priístas, en primera fila sus dirigentes sindicales, marchan al son que les toca el gobierno panista. Han aprendido que sus enemigos son los enemigos de ellos. Les hacen el favor, incluso, de encabezar las reformas retardatarias que los panistas desean. Desde ese punto de vista, en realidad, el PRI forma ya parte del pasado. Sólo subsiste como una miriada de grupos de poder que, en lugar de entenderse entre ellos para formar una gran fuerza nacional, cada uno se entiende mejor con los gobernantes panistas. A mi querida y admirada amiga Beatriz Paredes quisiera preguntarle: ¿no se da cuenta de lo que le está pasando a su partido o no le interesa o no puede ya hacer nada? ¡Patético!

Como también nos han enseñado De Buen y Alcalde, la reforma laboral va a acabar de sepultar al sindicalismo. Con la contratación a través de los ahora llamados outsorcers, los proveedores de empleados, los enganchadores, el sueño de los gobernantes panistas y sus amos empresarios, los sindicatos van a dejar de tener sentido y van a dejar también de existir. Eso no tiene remedio. ¿Para qué diablos podrían servir en los nuevos tiempos? Además, son un estorbo innecesario. Lo irónico del asunto es que ellos van felices conducidos ahora por sus amos panistas en el gobierno.

PS. A mis críticos quiero decirles que, cuando me planteen un debate de altura, tendré mucho gusto en atenderlos. ¿Qué podría contestarle ahora a González de Alba, cuando sostiene que sólo digo bobadas y luego me suelta la idiotez de que pedir perfección a la izquierda es ser de izquierda y pedirlo a la derecha es considerarla izquierda (algún cable malenchufado debe traer), o a Sánchez Susarrey, que repite como loro la idea fija de Octavio Paz de que la izquierda carece de ideas y estima que soy un retrógrado (como López Obrador)? Sólo lamento que mis artículos les provoquen agruras (con lo que les puede dar gastritis, que es mortal, según Calderón y Soberanes), porque, aunque no lo crean, me preocupa su salud (sobre todo mental).

 
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