Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 2 de marzo de 2008 Num: 678

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

A ver qué pasa
ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

Lo pasado
MINÁS DIMÁKIS

Tlayacapan: ruinas
de utopía

CLAUDIO FAVIER ORENDAIN

Tlayacapan
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Guajana y la pasión
sin pausas

LUIS RAFAEL SÁNCHEZ

Robert Capa trabajando
MERRY MACMASTERS

Origen y sentido del Carnaval en Brasil
ANDRÉS ORDÓÑEZ

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGUELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Tlayacapan

Hugo Gutiérrez Vega

A Claudio y sus compañeros de una nueva utopía

 La Tonantzin, fuego petrificado,
presenció la llegada de los primeros padres.
Pequeños, laboriosos, amasaron el lodo,
colocaron los techos, se dieron a la vida
y plantaron sus flores
–para los xochimilcas la vida es una flor que da perfume
y al llegar el crepúsculo se cierra y se convierte en polvo
para hacer otra flor.
Los aztecas llegaron con sus dioses a cuestas,
su señor de la guerra,
la generosa madre rodeada de serpientes y la mujer florida.
Ensoñaban, en la nariz del mundo,
otra ciudad perfecta para dioses y hombres,
pues para los aztecas la vida es una guerra
y las flores se cortan para que salga el sol.
Agua, tierra, sol y aire dieron su crecimiento a la semilla
y en la ciudad naciente se escucharon las voces productivas
en el duro trajín de la mañana,
y en la noche el Teocalli contemplaba
las oscuras fatigas de unos hombres hechos para llorar.
La luna llena daba el buen camino
y el pequeño labriego regresaba
para esperar, con el color del alba, el signo del final.
Los dioses –risa y llanto, más compasión que odio–
desde los cuatro puntos cardinales y en el centro de todo
dividían la jornada
y dictaban el ritmo sol y estrella polar.
Al poniente, el Tlatoani y Cihuapapalotzin, la mujer mariposa,
cercaban la ciudad.
La Cihuapapalotzin agitaba sus alas y, encerrada en sí misma,
todos los días mataba al sempiterno sol.
Sobre esta tierra y sobre calaveras y estatuas derrumbadas,
dioses que huían, mitologías hundiéndose en la sombra,
España construyó otra ciudad.
Manos indígenas levantaron las casas, la morada
de novísimos dioses protectores:
Santiago en el oriente, galopando los caballos del sol,
San Martín al poniente y la luna saliendo de sus manos,
al centro, Magdalena, la mujer siempre virgen al final.
Se alzaron las capillas, los conventos predicaron sus nuevas,
la ciudad vivió, durmió sus noches
y el tiempo la fue hiriendo,
ennegreció sus piedras,
lanzó sus batallones vegetales
a ocupar las cornisas,
a ocultar los murales,
a romper las agudas espadañas,
a devorar almenas,
a colocar raíces entre los muros rotos.
Muchos años después la ciudad duerme
en la intranquila noche
y, por momentos, el sol la redescubre.
Ciudad de dioses mudos, de voraces caciques
y de hombres y mujeres
que tienen miedo de su propia sombra,
este cuento nos dice lo que fuiste
y nos anuncia el retorno del sol.
Para los xochimilcas la vida es una flor que da perfume
y al llegar el crepúsculo se cierra y se convierte en
polvo para hacer otra flor.