Usted está aquí: miércoles 5 de marzo de 2008 Cultura Del Partenón a la megabiblioteca

Javier Aranda Luna

Del Partenón a la megabiblioteca

No es improbable que existan varias diferencias entre el clásico Partenón de El Negro Durazo y la megabiblioteca Vasconcelos, pero en esencia son hijas del mismo espíritu que confunde lo grandioso con lo grotesco y lo artístico con lo pomposo.

Una diferencia, naturalmente, es el tamaño. Otra, que el Partenón fue imaginado para ser habitado y la megabiblioteca para, ¿para qué? Ah, claro, para convertirse en el pivote de las bibliotecas digitales del país, aunque originalmente se pretendía que fuera LA (así con altas, negras y cursivas) Biblioteca Nacional, sin importar que ya contáramos con una, y después se la vislumbró como centro cultural de primer mundo y que ahora, pese a tantos buenos propósitos, simplemente el tiempo la carcome sin haber servido para una cosa ni para otra.

Lo único real de la megabiblioteca ha sido su costo y probablemente lo seguirá siendo, porque ese inmueble tan grande, como la megalomanía del ex presidente Fox, se ha convertido en el Fobaproa de la cultura: en el rescate bibliográfico virtual que seguiremos pagando, al parecer, hasta el fin de nuestros días.

Gracias a la prensa sabemos que ya están siendo investigados gerentes, subgerentes, subdirectores y contratistas que tuvieron que ver en la construcción de ese símbolo del panismo posmoderno en que se convirtió la megabiblioteca. También sabemos que ya se ha sancionado a una docena de ellos por las irregularidades que cometieron durante su construcción y que están en el banquillo de los indiciados otros 16. ¿Pero de veras los malosos son sólo un puñado de funcionarios corruptos de nivel medio? ¿Se entendieron como en una moderna torre de Babel para hacer negocios propios con recursos públicos casi al unísono, o una línea invisible como la mano de Adam Smith guió sus pasos?

Sería deseable que las investigaciones continuaran con absoluta transparencia sin obviar ningún detalle: sí, que se investiguen los grandes contratos de construcción pero también el video hecho para “hermosear” la biblioteca o el acervo adquirido, porque sabemos que Dios y el diablo se encuentran muchas veces en los detalles.

Desgraciadamente, según la prensa de los días recientes, los espíritus faraónicos siguen causando estragos similares a los del sexenio pasado en las instituciones de cultura. Yo no lo creo por una cuestión meramente aritmética: no es lo mismo un año que seis.

Cuando hoy comparezca el presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Sergio Vela, ante la Cámara de Diputados, tendrá una oportunidad de oro para aclarar las presuntas anomalías que se le atribuyen a su administración y, sobre todo, deslindarse de la administración anterior haciendo un corte de caja. ¿Por qué pagar los costos del mausoleo Fox?

¿Lo hará? Ojalá, por el bien de la cultura y de la transparencia democrática. Estoy seguro que la opinión pública lo apoyaría.

Es claro que la cultura no es el fuerte de los políticos panistas. Mientras la sigan considerando adorno, pieza de oropel, partida presupuestal para el solaz de unos cuantos, carta de naturalización de la frivolidad –sinónimo de la cultura ligth o buena onda–, pompa y circunstancia del presupuesto, chamba de señoras chic y no tanto o relumbrón para el estatus, seguirán derrochándose recursos en su nombre y reafirmando que los bienes artísticos y culturales más que esenciales son accesorios.

 
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