Usted está aquí: jueves 6 de marzo de 2008 Opinión Campañas

Orlando Delgado Selley
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Campañas

La propuesta de reforma energética impulsada por el gobierno panista está naufragando incluso antes de presentarse. Tras una serie de filtraciones y acomodos, que incluyeron la remoción del secretario de Gobernación y la incorporación de un negociador del mayor nivel gubernamental posible, los diferentes jugadores empezaron a tomar las posiciones que eran esperables. Del lado gubernamental, los panistas recibieron explicaciones e instrucciones directas del negociador en jefe, Juan Camilo Mouriño. Del lado opositor, el Frente Amplio Progresista, y particularmente el PRD, lograron acuerdos que les han permitido actuar unificadamente para enfrentar la llamada reforma energética.

En el PRD, al mismo tiempo, se vive un intenso proceso de renovación de las dirigencias nacional y estatales. En cualquier partido se trataría de una contienda en la que los candidatos representarían las distintas concepciones políticas que existen en su interior, propondrían diferentes estrategias para alcanzar las metas programáticas propuestas en sus documentos fundamentales y, por supuesto, significarían la posibilidad de que grupos políticos también distintos condujesen el partido. En el PRD, a estos factores se agrega un ingrediente fundamental: su dificultad para realizar elecciones limpias y creíbles.

La campaña gubernamental calentó el ambiente repitiendo los argumentos utilizados siempre por los privatistas. Señalaron que los requerimientos de inversión indispensables para seguir explorando en aguas profundas no podían ser sufragados por un Estado ocupado centralmente en una política social que combatiera la desigualdad. Se recalcó el alto nivel de endeudamiento de la paraestatal, su ineficiencia, sus altísimos costos operativos que hacen económicamente irracional producir las gasolinas que requerimos. Situaciones que, evidentemente, son resultado de una gestión del más alto nivel gubernamental absolutamente ineficiente.

Por su parte, en las campañas perredistas dan cuenta del conflicto entre las dos corrientes de mayor tamaño. Expresan la confrontación abierta de dos visiones de país, de dos maneras de asimilar la experiencia electoral de 2006, de dos estrategias para posicionar al PRD en las contiendas electorales estatales próximas y en el proceso electoral federal de julio de 2009; de dos grupos de interés con prácticas políticas extrañas a cualquier proyecto democrático de construcción nacional. En fin, de la confrontación de dos proyectos políticos que se desarrollaron y consolidaron en la misma organización partidaria.

La resistencia a la reforma energética encontró un filón prometedor en lo que ya constituye un comportamiento típico de la nueva clase política que nos gobierna: su proclividad a aprovechar su posición administrativa para fortalecer los negocios familiares. Desde el sexenio de la desesperanza foxista los negocios de los familiares de los panistas de primer nivel crecieron como en la época del alemanismo y del hankismo. Los negocios privados del negociador en jefe de la reforma lo han colocado en el banquillo de los acusados y con ello los priístas, acostumbrados a cobrar caro sus apoyos a las iniciativas presidenciales, se han alejado de la propuesta gubernamental.

En las elecciones próximas el PRD se juega su futuro: tiene que demostrar al electorado de izquierdas del país que, pese a la profundidad de las discrepancias y a sus prácticas políticas, es capaz de procesarlas democráticamente eligiendo al que muestre el mayor respaldo de su militancia. Una segunda manera de jugarse el futuro tiene que ver con quienes respaldan la política de López Obrador y piensan que es traición diferir de los planteos obradoristas, lo que implica que en las elecciones internas no pueden perder..

En estas campañas se juega, en consecuencia, la posibilidad de que las izquierdas electorales recuperen un protagonismo importante en la definición de la manera en que debe reconstruirse la democracia. Los dilemas planteados no están separados. Por el contrario, de que resulte bien la elección perredista depende que la privatización de Pemex sea detenida.

 
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