Usted está aquí: viernes 7 de marzo de 2008 Opinión Todo comienza y termina en Kosovo

Matteo Dean

Todo comienza y termina en Kosovo

Según la cosmovisión balcánica, Kosovo es el origen de todo, o casi. La épica, la religión, la historia serbia aquí comenzó. Y aquí parece estarse acabando. La declaración de independencia anunciada el pasado 17 de febrero por el presidente del parlamento de Kosovo tras ser votada por unanimidad por los 109 diputados local es la enésima frustración, la enésima derrota de un pueblo acostumbrado a sufrir y que, lo ha demostrado ampliamente, sabe reaccionar, a veces muy violentamente.

Suceda lo que tenga que suceder, lo cierto es que hoy la situación en Kosovo dibuja un cuadro absolutamente difícil de interpretar que cada día parece perder nitidez. El embrollo en que se está transformando la situación es fruto de la actitud mantenida por la comunidad internacional en estos últimos nueve años.

Desde el 10 de junio de 1999, cuando con la resolución 1244 la ONU adquiría el control de la región, la comunidad internacional y en particular el llamado grupo de contacto, constituido por Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea, se han desinteresado por completo de la situación de Kosovo, dejando que las negociaciones de estos años entre las dos partes, el gobierno serbio, por un lado, y la delegación kosovara por el otro, se redujeran a un intercambio de acusaciones sinfín. O bien, con un único objetivo: evitar el acuerdo político y permitir, una vez más, acrecentar las tensiones en la región y la posibilidad de seguir interviniendo militar, política y económicamente en dicho territorio.

El dato quizás más significativo es que a partir del 16 de febrero –no casualmente un día antes de la histórica declaración– la UE desplegó 2 mil hombres en Kosovo en la Misión Eulex, aprobada por la Unión el 16 de diciembre pasado. A pesar de no contar con el aval de la ONU, por la vía de los hechos remplaza a la Misión de Administración Provisional de Naciones Unidas en Kosovo (UNMIK, por sus siglas en inglés) que durante los pasados nueve años administró la región serbia en medio de la mayoría albanesa kosovar.

En este contexto hay que ubicar las aparentemente valientes palabras del recién nacido gobierno kosovaro y comprender que la independencia de Kosovo es, como sostienen los serbios, un acto unilateral y violatorio del derecho internacional, pero también una declaración coordinada con los representantes europeos y estadunidenses. La independencia kosovara entonces ya no es asunto de los albaneses de Serbia, sino más bien una acción política de los mal llamados países occidentales. Un acto deliberado que busca otra vez mantener el control sobre un territorio de extrema importancia geopolítica.

La hipocresía europea se confronta hoy con la evidencia de la experiencia de nueve años de la administración de la ONU en Kosovo. Mediáticamente gestionada siempre y nada más por el aspecto político y militar –Naciones Unidas controlaba 16 mil militares de la OTAN en la región–, la administración internacional ha sido también, y sobre todo, un flujo interminable de inversiones económicas. No obstante, a nueve años de distancia es difícil entrever las consecuencias benéficas de todo este dinero. Kosovo hoy no cuenta con una economía propia en que sustentarse, ya que no tiene industrias ni actividad agrícola importante. La realidad en Kosovo es que tampoco ha llegado la democracia que se había prometido que llegaría, esa vez también, después de militarizar al país.

La clase política que hoy pretende gobernar la región es la directa heredera de la comandancia del entonces Ejército de Liberación de Kosovo (UCK), que ha demostrado en estos años de limbo administrativo y político saberse relacionar bien con las numerosas organizaciones criminales presentes en la región.

Al mismo tiempo, la revancha en contra de la población serbia ha continuado instaurando en la parte de Kosovo, al norte de Mitrovica, un auténtico régimen discriminatorio que ya nadie tiene miedo en definir como apartheid. Todo esto bajo la mirada (¿distraída?) de los funcionarios de la ONU, entre ellos de los europeos que hoy impulsan la Misión Eulex.

Quizás la realidad sea distinta a la que aparenta ser. El reconocimiento repentino de la independencia de Kosovo por importantes países europeos deja mucho lugar a dudas acerca de su sinceridad y deja asentado que nueve años de palabras no resolvieron lo que en un par de meses –desde el 10 de diciembre pasado en la sede de Naciones Unidas hasta el 17 de febrero– se organizó en detrimento de Serbia, país soberano y miembro de la ONU. Esto porque la independencia kosovara no significa, ni significará, la afirmación de soberanía por parte de un Estado independiente kosovaro, ya que la misma independencia es y será supervisada por la UE y sus tropas encuadradas en la misión Eulex durante los próximos 24 meses.

La supervisión europea permitirá sin duda imponer, una vez más, la lógica económica, militare e institucional de la UE. En estas horas a pocos les interesa el destino de Kosovo, ya que la atención más bien se concentra en el juego de fuerzas internacionales.

Kosovo se ha vuelto una muy buena oportunidad para una prueba de fuerza más entre la administración rusa de Putin y el gobierno de Estados Unidos, al tiempo que está obligando a ciertos países de la UE a reflexionar acerca de sus propios movimientos independentistas, mientras se deja pagar las consecuencias de toda la situación a las víctimas de siempre: la población de esta maltratada tierra.

 
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