Usted está aquí: viernes 7 de marzo de 2008 Opinión Hillary y Obama

Jorge Camil

Hillary y Obama

Al final quedaron solos, frente a frente, Hillary y Obama. La primera mujer y el primer afroestadunidense que buscaron oficialmente, con posibilidades de ganar, la presidencia de Estados Unidos. Hubo otra mujer, Geraldine Ferraro, candidata del Partido Demócrata para la vicepresidencia como compañera de fórmula de Walter Mondale en 1984. Pero Mondale, un político gris, y la atractiva Geraldine Ferraro, abogada y congresista destacada, dueña de una personalidad llena de luz, no pudieron derrotar al icono de las tinieblas ultraconservadoras, Ronald Reagan, quien buscaba relegirse en compañía de su vicepresidente, George H. W. Bush, padre del actual incompetente que ha desquiciado al mundo mientras dirige los destinos de Estados Unidos.

Hubo por supuesto otro afroestadunidense, Jesse Jackson, que persiguió, sin haberse acercado siquiera, la candidatura demócrata en 1984 y 1988. Pero nadie como Hillary. Ninguno como Obama. Los únicos que han pisado el umbral del honor, los primeros en llegar a la antesala de la historia: ¡la primera mujer!, ¡el primer afroestadunidense!

Hillary representa el pasado, la política con sabor a viejo, el business as usual. Es una candidata apoyada por la poderosa maquinaria electoral de Bill Clinton, su marido, el ex presidente más popular de los últimos tiempos, hasta que traicionó a Barack Obama en Carolina del Sur, y pretendió arrasarlo con una aplanadora partidista tradicional construida sobre una montaña de compadrazgos, cobro de favores y encubrimientos: ¡la política de siempre!

Obama representa la juventud, el futuro, la esperanza, el sueño recurrente en cada nueva generación de votantes de que la política puede y debe ser otra cosa: el ¡“sí se puede”! El histórico “I had a dream” de Martin Luther King Jr. (que Luis Donaldo Colosio tomó para insertarlo machaconamente en el discurso que algunos dicen que le costó la vida: “yo veo un México…”). Obama, sin buscarla, es casi un secreto a voces, representa la reivindicación de su raza, que con él llegaría a puerto seguro tras un azaroso viaje surgido desde las cenizas de la esclavitud hasta la Casa Blanca; pasando por Lincoln y por Lyndon Johnson, autor de la Gran sociedad (la legislación que finalmente integró a las minorías negras a los beneficios de los derechos civiles).

¿Cómo dudarlo, entonces?, el triunfo de Obama sería el cumplimiento del we shall overcome, el himno espiritual que canturreaban los negros estadunidenses para acompasar sus largas caminatas en protesta contra la discriminación racial en Alabama, Misisipi y Tenesí: el “sur profundo”, que todavía a mediados del siglo pasado se resistía (¿se resiste aún?) a aceptar la derrota de la Guerra Civil; a reconocer la igualdad total. “Venceremos algún día”, cantaban en los 60. Y en 1965 Lyndon Johnson repitió la frase como grito de victoria frente al pleno del Congreso cuando promulgó la ley de derechos civiles; cuando habló con singular elocuencia en defensa de la dignidad del hombre y el destino de la democracia. “No existe un problema negro, ni un problema sureño, ni un problema norteño. Existe solamente un problema estadunidense”, dijo Johnson con espeso acento texano, pero con firmeza en la voz. Emocionó hasta las lágrimas al reverendo Martin Luther King, Jr., que presenciaba la ceremonia.

El secreto de Obama fue presentarse como un estadunidense cualquiera que busca la presidencia sin ataduras de raza; abandonar en el camino las banderas de las cuestiones raciales que dominaron la política del siglo pasado. Ha llegado hasta hoy con una oratoria espectacular y el carisma que lo convirtió en luminaria internacional. Abarrota estadios, consigue millones en pequeñas contribuciones y enciende a la juventud, tan alejada de la política. Ha convencido a jóvenes e intelectuales que la abulia de Washington la convirtió en la ciudad donde se entierran los sueños.

Hoy, después de 20 años de los Bush (ocho de Bush padre como vicepresidente, cuatro en la presidencia y ocho de Bush hijo: ¡casi un cuarto de siglo!), el país se enfrenta a ocho más de gobierno compartido de la pareja “Billary Clinton”, como los llama el Washington Post. ¿Dieciséis años de los Clinton? ¿Y se quejan de Fidel Castro y Hugo Chávez? ¡Treinta y seis años de las dinastías Bush y Clinton en un país de 300 millones de habitantes!

“Los jóvenes idealistas jamás han llevado un candidato a la Casa Blanca”, decía el día anterior al supermartes un viejo político texano. Y para apoyar su pesimismo nombró algunas de las ilusiones rotas: Gene MacCarthy, George McGovern, Michael Dukakis. ¿Será ése el destino que le espera a Obama? ¿La juventud y la esperanza derrotadas de nuevo por las maquinarias políticas?

En la mañana después de la infame guerra sucia que lo derrotó en Texas y Ohio, Obama envió un correo electrónico a millones de sus seguidores: “esta vez, este año, la política del miedo no va a funcionar. Los retos son demasiado grandes. Los estadunidenses desean un verdadero cambio; es el grito que resuena en todo el país: desde quienes votan por primera vez hasta los cínicos de siempre…”

 
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