Usted está aquí: domingo 9 de marzo de 2008 Opinión El fin de una era

Alfredo Jalife-Rahme

El fin de una era

El analista geopolítico Alfredo Jalife-Rahme, colaborador de La Jornada, publica su nuevo libro El fin de una era. Turbulencias en la globalización, editado por el sello Libros del Zorzal, y del cual ofrecemos un adelanto a nuestros lectores. En este volumen, el autor advierte acerca del fin de la globalización tal como la conocemos

De la alquimia financiera a la química petrolera

Nuestro mundo evidencia desde algunos años una serie de cambios estructurales cuyo alcance habrá de sentirse por generaciones. Podríamos decir que asistimos al fin de una era. No obstante, su modelo omnipotente de globalización financiera ya venía averiado desde años atrás: para los técnicos, desde la quiebra de la correduría LTCM en 1998; para los leguleyos, desde 2000, con el desplome bursátil del índice tecnológico Nasdaq.

Tal como vine señalando en diversos artículos publicados en el periódico La Jornada –en muchos de los cuales me he inspirado para la redacción del presente libro–, la alquimia financiera, manejada estupendamente por la dupla anglosajona –Estados Unidos y Gran Bretaña– que controla los mercados de la globalización desregulada, sólo podía pervivir gracias a la eventural transmutación del “oro negro” en “papel-chatarra”, concretamente el dólar. Un virtual triunfo militar de Estados Unidos en Irak –con el consiguiente control petrolero– hubiera prolongado la alquimia financiera otra década más. No sucedió así.

La derrota de Estados Unidos en su aventura militar en Irak, que no pocos analistas lúcidos de su establishment catalogan de “catástrofe”, enterró el proyecto fantasioso de la unipolaridad con su política de “guerra preventiva” que pretendía cambiar los regímenes sentenciados de “enemigos” bajo el mote teológico de “Eje del mal”.

En 2003, después de haber literalmente pulverizado a la antigua Mesopotamia desde los cielos, el ejército más poderoso del planeta, con sus 150 mil efectivos no pudo derrotar a 20 mil insurgentes sunnitas ni controlar sus pletóricos yacimientos petroleros. Fue justamente el año siguiente, cuando emergió lo que podríamos denominar “la ecuación del siglo XXI”: declive del dólar y auge de dos binomios tangibles, el petróleo/gas y el oro/plata.

Las consecuencias geoestratégicas de la derrota militar de Estados Unidos en Irak son infinitamente superiores a su descalabro en Vietnam, crisis de la que la URSS no supo sacar provecho: la dupla Nixon-Kissinger reaccionó rápido y requilibró sus posiciones mediante tres movimientos exitosos en el tablero de ajedrez mundial: 1) el viaje a China (seducida como nueva aliada frente a la URSS); 2) el golpe de Estado pinochetista contra Allende en Chile (ese otro “11 de septiembre”, de 1973), y 3) un mes más tarde, la victoria de Israel en su guerra contra los países árabes limítrofes.

Hoy, a más de tres décadas de esos acontecimientos, el cuadro es bien diferente. La derrota de Estados Unidos en Irak exhibe cinco consecuencias mayúsculas: 1) se derrumba la “contención de China” –estrategia delineada en 1992 por la Guía de Política de Planificación del Pentágono bajo la firma de Paul Dundes Wolfowitz, subsecretario de Dick Cheney–; al revés de lo planeado, Beijing se asienta actualmente como una nueva potencia de primer orden; 2) se sacude la globalización financiera, abriendo paso al proceso de “desglobalización”; 3) el dólar pierde su hegemonía y desnuda la vulnerable realidad geofinanciera y geoeconómica de Estados Unidos, el único imperio deudor en la historia de la humanidad; 4) la multipolaridad, que a nuestro juicio se expresa en un “nuevo orden hexapolar”, y 5) emerge la teocracia de los Ayatolás de Irán como la nueva potencia regional en el Golfo Pérsico: un efecto totalmente indeseable para el trío conformado por Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel, derrotado por la “guerra asimétrica” desde la frontera china con Afganistán, pasando por los países ribereños del Golfo Pérsico, hasta la costa oriental del mar Mediterráneo.

Actualmente es más diáfano el trayecto del nuevo orden multipolar: la globalización financiera, de corte trasnacional privado, se encuentra en proceso de desintegración (o de “desglobalización”), mientras crece la influencia de la globalización petrolera, de corte estatal y geopolítico. ¿Se trata de una revancha de la química petrolera contra la alquimia financiera?

 
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