Usted está aquí: jueves 13 de marzo de 2008 Mundo La elección demócrata, en manos de la cúpula del partido, y no del voto popular

■ Los superdelegados, grupo poco conocido del partido, ahora obligados a decidir a la luz pública

La elección demócrata, en manos de la cúpula del partido, y no del voto popular

■ Ya es casi imposible que Clinton u Obama alcancen los 2 mil 25 delegados requeridos

David Brooks (Corresponsal)

Ampliar la imagen El aspirante demócrata Barack Obama durante un discurso de campaña ayer en Chicago El aspirante demócrata Barack Obama durante un discurso de campaña ayer en Chicago Foto: Reuters

Ampliar la imagen Hillary Clinton habló ante la Asociación Nacional de Editores de Periódicos en Washington Hillary Clinton habló ante la Asociación Nacional de Editores de Periódicos en Washington Foto: Reuters

Nueva York, 12 de marzo. Después de una participación popular sin precedente en las elecciones internas del Partido Demócrata, el eventual nominado a la candidatura presidencial podría ya no depender del voto de sus bases, sino de la cúpula partidista, lo cual podría provocar una crisis política y poner en riesgo un triunfo de ese partido en las elecciones generales.

La intensa competencia entre Barack Obama y Hillary Clinton por la nominación, y también por hacer historia como el primer afroestadunidense o la primera mujer en ser candidato presidencial de uno de los dos principales partidos nacionales, no ha definido a un favorito después de las elecciones primarias en la mayoría de los estados.

De hecho, ya es casi imposible que uno de los dos alcance la meta de 2 mil 25 delegados requeridos para la nominación antes de la convención nacional del partido a finales de agosto. Por ahora, Obama mantiene su muy cerrado margen de ventaja por unos 140 delegados con unos mil 390, por mil 248 para Clinton, y a la vez goza de una ventaja de aproximadamente medio millón en el voto popular.

Sólo faltan 10 primarias antes de concluir este ciclo de elecciones internas, y los cálculos son que ninguno de los dos llegará a la convención con la mayoría simple de delegados que requieren. De hecho, si eso ocurre será la primera vez en unas dos décadas que el partido tendrá que elegir a su candidato en la convención nacional.

Por todo esto, la determinación de quién será el nominado podría estar en manos de los llamados superdelegados, lo cual daría una percepción de que el eventual triunfador no fue electo por su partido, sino por la cúpula de éste.

Los superdelegados son 796 integrantes de la cúpula del partido e incluyen a todos los legisladores federales y los gobernadores demócratas, los ex presidentes (como Bill Clinton), y altos funcionarios del aparato del partido, entre otros. Esta agrupación fue establecida por el partido en 1984 para otorgar mayor control a la cúpula sobre el partido y el proceso de seleccionar candidatos nacionales; o sea, es para limitar el ejercicio democrático si ese amenaza el poder de la cúpula, como lo explicó un observador a La Jornada.

Tad Devine, un estratega político del partido que ayudó a redactar las reglas para establecer a los superdelegados, declaró al Wall Street Journal recientemente que “la idea era promover que los políticos electos del partido asistieran a la convención y ofrecer un muro cortafuego en caso de que alguien poco elegible –digamos un populista tipo Huey Long o un socialista estilo Norman Thomas– arrasara en las primarias”.

Nadie esperaba que llegara a esto, y por lo tanto, que se revelara tan públicamente el papel de los superdelegados, que durante años era una entidad antidemocrática dentro del partido poco conocida por el público en general. Ambos candidatos han cortejado intensamente a estos políticos durante meses en busca de su apoyo. Por ahora hay un margen de unos 35 o 40 superdelegados entre ambos, casi la mitad aún no externa su preferencia.

Al principio el equipo de Clinton consideraba a los superdelegados como arma secreta si todo –como ha sido el caso– llegaba a esto, confiando en que contarían con el apoyo de la abrumadora mayoría de superdelegados, ya que Bill Clinton era el máximo líder del partido y casi todos le debían algún tipo de favor. Sin embargo, esto se ha complicado porque ahora el asunto está a la luz del día, y no en maniobras detrás del escenario.

El problema ahora para los superdelegados es que podrían enfrentar una decisión poco atractiva para cualquier político electo: el escenario de pesadilla para muchos es si todo este proceso culmina en la convención con los mismos márgenes de diferencia actuales tendrán que optar –públicamente– entre Obama con el mayor apoyo popular, y Clinton a quien le deben, o más bien a su esposo, favores o lealtad.

Eso ha llevado a que algunos superdelegados, como Donna Brazile, la ex jefa de campaña presidencial de Al Gore y estratega política, adviertan que si los superdelegados se atreven a sufragar en contra del voto popular, renunciará al partido.

Un intento de Clinton para tratar de evitar esto es buscar la forma en que reingresen al juego los combinados 367 delegados que quedaron descalificados en los estados de Florida y Michigan, ya que el partido nacional castigó a ambos por adelantar sin autorización sus elecciones primarias. Ahora hay una intensa negociación para buscar alguna fórmula en la cual esos delegados sean admitidos en la convención mediante un tipo de elección primaria de último momento en ambos estados, tal vez en un voto por correo o algo parecido. Por el momento, eso no ha sido resuelto, aunque la apuesta de Clinton es que ganaría en esas entidades.

Pero todo indica que este proceso se alargará –si no hay sorpresas o escándalos– por semanas, incluso meses, hasta llegar a la convención donde se pondrá a prueba si en verdad hay democracia dentro del Partido Demócrata.

 
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