Usted está aquí: jueves 13 de marzo de 2008 Opinión El episodio de Santo Domingo

Gustavo Iruegas

El episodio de Santo Domingo

La crisis diplomática ocasionada por el bombardeo colombiano a un campamento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en territorio ecuatoriano, que cobró la vida del comandante Raúl Reyes y de dos decenas de revolucionarios, entre ellos varios mexicanos, terminó de manera sorprendente. Al margen de las tibias gestiones de la Organización de Estados Americanos (OEA), los presidentes latinoamericanos en la reunión cumbre del Grupo de Río celebrada el viernes 7 de marzo en Santo Domingo lograron poner fin a una querella entre los gobiernos de la región que, acompañada de movimientos de tropas, apuntaba a empeorar antes que a mejorar. El motivo de la cuestión, el largo conflicto colombiano, antes que haberse atenuado se ha exacerbado. Todo indica que ha sufrido una elevación en su intensidad y sus alcances. Los presidentes no tocaron ni siquiera tangencialmente la necesidad de darle fin, pero dejaron en la opinión pública la conciencia de su importancia y de sus efectos en la política de la región.

Al conocido argumento de que “el mal de América” ha sido el intervencionismo de Estados Unidos y de las potencias europeas se ha agregado, desde que el profesor Camilo Barcia Trelles apuntó en su libro Democracia y cooperación internacional* que el verdadero mal de América está en la falta de solidaridad latinoamericana: “Esa es, repetimos, la verdad; mediten acerca de su alcance los americanos que miran invariablemente hacia Washington, DC, cuando quieren diagnosticar el origen del mal que padece el nuevo mundo. No parte, una gran parte de la responsabilidad de cuanto sucede y sucederá en el mundo hispanoamericano, está incuestionablemente en el norte; pero los que midan sin pasión y valoren objetivamente, deducirán con nosotros que, si el ademán parte del norte, es porque encuentra ambiente al sur del río Grande”. Innumerables ejemplos lo demuestran. Por sabidos y por no recordar episodios amargos, conviene omitirlos. Sin embargo, la explicación de lo ocurrido en Santo Domingo está allí. La solución fue posible porque Estados Unidos no estaba presente en la reunión.

No obstante, el excepcional momento ofrece dos oportunidades de valor inconmensurable para América Latina.

La primera consiste en que, justamente por la solución de la crisis diplomática, se abre nuevamente para Colombia la situación de negociación; aquella en que es posible para ambas partes negociar la paz con visión estratégica; vale decir, una negociación auténtica en que la paz es el objetivo real para ambos contendientes. Está más que demostrado que ninguno de los bandos está en posición de vencer ni en peligro de una derrota inminente; es igualmente sabido que la lucha se podría prolongar indefinidamente. De la misma manera que está en la conciencia del pueblo colombiano la necesidad imperiosa de acabar con el conflicto, debe estar en la opinión internacional la disposición a no estorbar los esfuerzos nacionales. Quizá las dos partes lleguen a la conclusión de que podrían reiniciar el proceso y quizá también requieran cierto acompañamiento internacional, pero son ellas y sólo ellas las que deberán tomar esa decisión. Hay que agregar que la propia actitud de los gobiernos latinoamericanos vuelve a poner de relieve el carácter político de las FARC como opción de poder. Entre los expertos existe la certidumbre de que el objeto central de la negociación estaría no en la democracia, como fue en los casos de El Salvador y Guatemala, sino en el poder local. Mencionarlo aquí no es una revelación, es algo conocido que surge primeramente de los estudiosos colombianos.

La segunda oportunidad que ofrece la circunstancia es la de constituir un organismo latinoamericano, con personalidad jurídica y de carácter incluyente. Hasta ahora América Latina es solamente un espacio de la cultura. No es una economía ni es un órgano político. A diferencia del concepto panamericano alrededor del cual se constituyeron la Unión Panamericana, primero, y luego la OEA, la organización que se propone debe ser exclusivamente latinoamericana. No se trata de sustituir a la OEA, que es el organismo regional reconocido por Naciones Unidas. Se trataría de un organismo de nivel subregional que encontraría su contraparte en la Comunidad del Caribe, la Caricom.

La iniciativa en ambos casos corresponde a los protagonistas directos. Aquellos en quienes recae en primer lugar la responsabilidad y el interés. En la guerra, los contendientes; en América Latina, en sus integrantes.

Ambas son tesis de política exterior del gobierno legítimo de México.

* Barcia Trelles, Camilo, Doctrina Monroe y cooperación internacional, Compañía Iberoamericana de Publicaciones, SA, Editorial Mundo Latino, Madrid, 1931, p. 702 y ss.

 
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