Usted está aquí: viernes 14 de marzo de 2008 Opinión ¡Viva la UNAM! ¡Viva la juventud!

Jaime Martínez Veloz

¡Viva la UNAM! ¡Viva la juventud!

Algo anda mal en nuestro país cuando diversos segmentos sociales se unen en una campaña de linchamiento en contra de un grupo de jóvenes que, equivocados o no, encontraron la muerte en la selva ecuatoriana en medio del bombardeo del ejército colombiano, apoyado y asesorado por personal y tecnología estadunidense.

Si dichos jóvenes hubieran perecido en acciones ajenas a cuestiones ideológicas, pero ligadas a acciones mafiosas o de narcotráfico, hasta corrido les hubieran compuesto y lo hubieran subido a youtube.com. Ésa es la hipócrita moral de los linchadores modernos, para quienes ser narcojunior o mafioso es sinónimo de “estatus”, en tanto un luchador social o quien abraza una causa ideológica es sinónimo de estupidez y degradación social, concepción que abunda en amplios sectores de la sociedad mexicana que parecen imposibilitados para revisar el porqué de las inquietudes de la juventud mexicana, que cada día ve reducidas sus expectativas de vida, resultado de un sistema incapaz de ofrecer alternativas a los jóvenes.

Además de la edad, hay un común denominador en todos los jóvenes de los diferentes universos: en ningún caso se ha desarrollado una política de atención integral para atender sus problemas y aspiraciones. Sociedad y gobierno comparten la misma responsabilidad por esta ausencia. Partidos, medios de comunicación y gobierno los ven como un mercado que hay que conquistar a través de diferentes productos, o bien como clientela política que puede ser cooptada.

Demasiado viejos para ser niños y demasiado jóvenes para opinar y ser tomados en cuenta, pero no para ser puestos a trabajar, para ser utilizados como objetos sexuales o para ser considerados carne de presidio, tal es la tragedia moderna de nuestra juventud. Sus opciones se reducen a la maquila, el subempleo, irse de mojados, caer en adicciones o deslumbrados por el narcotráfico.

Una doble moral que con su hipocresía y discursos esconde la desventura de ser joven en los tiempos del sida y de lo que algunos llaman transición democrática. La juventud, esa suma de conjuntos heterogéneos, no reacciona de igual forma ante el impacto de los fenómenos sociales, económicos y políticos. Dada su complejidad, tampoco está sujeta a un solo calificativo sea positivo o negativo. La realidad siempre está más allá de las calificaciones (o descalificaciones) maniqueas. De esta manera, la juventud es al mismo tiempo rebeldía, imaginación, que indiferencia, despersonalización o consumo de drogas. Hoy los jóvenes se debaten en la contradicción, pues buscan definiciones en medio de influencias, a veces extrañas a su cultura. Por la singularidad de su edad, afrontan múltiples preocupaciones y angustias, pero se atreven a potenciar conflictos y cuestionar tradiciones.

Que todas las y los jóvenes vivan esta etapa con plenitud depende en gran parte de que existan las condiciones adecuadas para que cada joven pueda expresar sus inquietudes y cuente con las oportunidades que le permitan resolver sus necesidades. Lamentablemente, día con día, miles de ellos enfrentan la exclusión en todos los órdenes: económico, escolar, laboral, político y social.

Se les priva de oportunidades reales de accesos a un trabajo digno y remunerador, lo cual los condena a una vida llena de carencias y limitaciones. A muchos otros se les restringe el acceso a la educación. La escasa preparación y capacitación de estos jóvenes los coloca en puestos de trabajo transitorios o mal remunerados que ofrecen pocas perspectivas de superación personal y social.

La juventud ve con impotencia cómo sus necesidades, expectativas y sus posibilidades de participación están limitadas por la ausencia de una política pública hacia los jóvenes. Siente lejana a la autoridad, pero cercano el autoritarismo, que se manifiesta en el despliegue de acciones de la fuerza policiaca, que más que buscar proteger a la juventud pareciera encaminada a hostigar a los jóvenes, sobre todo de las colonias populares.

Ésta es la realidad que hemos heredado a nuestros jóvenes, a los cuales, como en el caso de quienes murieron en el Ecuador, no nada más se les condena, sino que, en el colmo del cinismo, hay quienes se atreven a señalar responsable de sus inquietudes políticas a la UNAM, donde encontraron el cobijo que en muchas partes les negaron, empezando por los partidos y las instituciones.

Aparte de morir bajo un bombardeo criminal del ejército colombiano, ya fueron condenados en la plaza pública por los quienes son incapaces de condenar la acción asesina de los que condujeron la acción criminal. La corta memoria de los linchadores olvida que partidos y gobierno mexicano tuvieron relaciones públicas y abiertas con las FARC; ahí están las fotos, los documentos y las acciones que lo prueban. ¿De dónde a acá la sorpresa? Pregúntenle a Vicente Fox. ¡Hasta oficina tuvieron durante su gobierno!

Estoy convencido de que la lucha armada no es la vía para la transformación democrática de la sociedad, mucho menos justifico acciones que al amparo de la acción revolucionaria lastimen a terceros; el secuestro es abominable en cualquier sociedad y circunstancia. El ascenso al poder de los sectores de la izquierda latinoamericana se han producido por la vía electoral. También respeto a quienes han optado por la vía insurreccional en nuestro país, pero creo que para derrotar la vía de las armas es indispensable construir una institucionalidad democrática que, entre otras cosas, brinde cabida a los sueños y anhelos de la juventud.

Todo el afecto y cariño para los padres y familiares de los jóvenes mexicanos asesinados por el gobierno de Uribe mientras dormían.

 
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