Usted está aquí: domingo 16 de marzo de 2008 Cultura Espejos. Una historia casi universal

Espejos. Una historia casi universal

Siglo XXI Editores pondrá a circular el próximo 15 de abril el nuevo libro de Eduardo Galeano: Espejos. Una historia casi universal. Para celebrar este gran acontecimiento literario y con autorización de la editorial, ofrecemos a los lectores de La Jornada un adelanto de esta primicia del colaborador de este diario, el maestro Eduardo Galeano

El amar de los amares

Cantó el rey Salomón a la más mujer de sus mujeres. Cantó a su cuerpo y a la puerta de su cuerpo y al verdor del lecho compartido.

El Cantar de los cantares no se parece ni un poquito a los más de 40 libros de la Biblia de Jerusalén. ¿Por qué está ahí?

Según los rabinos, es una alegoría del amor de Dios por Israel.

Según los curas, un jubiloso homenaje a la boda de Cristo con la Iglesia. Pero ningún verso menciona a Dios, y mucho menos a Cristo ni a la Iglesia, que nacieron mucho después de que el Cantar fuera cantado.

Más bien parece que este encuentro entre un rey judío y una mujer negra fue una celebración de la pasión humana y de la diversidad de nuestros colores.

Mejores que el vino son los besos de tu boca, cantaba esa mujer.

Y según la versión que llegó a nuestros días, ella cantaba también: Negra soy, pero bella, y se disculpaba atribuyendo su color a su trabajo, a pleno sol, en los viñedos.

Sin embargo, según otras versiones, el pero fue agregado. Ella cantaba: Negra soy, y bella.

Terapia de risa

Su nombre dio nombre a su profesión. Galeno empezó curando las heridas de los gladiadores y terminó siendo médico del emperador Marco Aurelio.

Creyó en la experiencia, y desconfió de la especulación:

–Prefiero el penoso y largo camino, antes que el hábil y corto sendero.

En sus años de trabajo con los enfermos, comprobó que la costumbre es una segunda naturaleza y que la salud y la enfermedad son modos de vida: a los pacientes de naturaleza enferma, les aconsejaba cambiar de costumbres.

Descubrió o describió centenares de dolencias y curaciones, y probando remedios comprobó:

“No hay mejor medicina que la risa.”

Sócrates

Varias ciudades peleaban de uno y otro lado. Pero esta guerra griega, la que más griegos mató, fue sobre todo la guerra de Esparta, oligarquía de pocos orgullosos de ser pocos, contra Atenas, democracia de pocos que simulaban ser todos.

En el año 404 antes de Cristo, Esparta demolió, con cruel lentitud, al son de las flautas, las murallas de Atenas.

De Atenas, ¿qué quedaba? Quinientos barcos hundidos, ochenta mil muertos de peste, una incontable cantidad de guerreros destripados y una ciudad humillada, llena de mutilados y de locos.

Y la justicia de Atenas condenó a muerte al más justo de sus hombres.

El gran maestro del Ágora, el que perseguía la verdad pensando en voz alta mientras paseaba por la plaza pública, el que había combatido en tres batallas de la guerra recién terminada, fue declarado culpable. Corruptor de la juventud, sentenciaron los jueces, aunque quizá quisieron decir que era culpable de haber amado a Atenas tomándole el pelo, criticándola mucho y adulándola nada.

Huelga de piernas cerradas

En plena guerra del Peloponeso, las mujeres de Atenas, Esparta, Corinto y Beocia se declararon en huelga contra la guerra.

Fue la primera huelga de piernas cerradas de la historia universal. Ocurrió en el teatro. Nació de la imaginación de Aristófanes y de la arenga que él puso en boca de Lisistrata, matrona ateniense:

—¡No levantaré los pies hasta el cielo, ni en cuatro patas me pondré con el culo al aire!

La huelga continuó, sin tregua, hasta que el ayuno de amores doblegó a los guerreros. Cansados de pelear sin consuelo, y espantados ante la insurgencia femenina, no tuvieron más remedio que decir adiós a los campos de batalla.

Más o menos así lo contó, lo inventó, Aristófanes, un escritor conservador que defendía las tradiciones como si creyera en ellas, pero en el fondo creía que lo único sagrado era el derecho de reír.

Y hubo paz en el escenario. En la realidad, no.

Los griegos ya llevaban veinte años peleando cuando esta obra fue estrenada, y la carnicería continuó siete años más.

Las mujeres continuaron sin tener derecho de huelga ni derecho de opinión, ni más derecho que el derecho de obediencia a las labores propias de su sexo. El teatro no figuraba entre esas labores.

Las mujeres podían asistir a las obras, en los peores lugares, que 46 eran las gradas más altas, pero no podían representarlas. No había actrices. En la obra de Aristófanes, Lisistrata y las demás protagonistas fueron actuadas por hombres que llevaban máscaras de mujeres.

Fundación de la música

Cuando Orfeo acarició las cuerdas de la lira, los robles bailaron, por gracia de sus sones, en los bosques de Tracia.

Cuando Orfeo se embarcó con los argonautas, las rocas escucharon la música, lengua donde todas las lenguas se encontraban, y la nave se salvó del naufragio.

Cuando el sol nacía, la lira de Orfeo lo saludaba, desde la cumbre del monte Pangaeum, y charlaban los dos de igual a igual, de luz a luz, porque también la música encendía el aire.

Zeus envió un rayo, que partió en dos al autor de estas arrogancias.

 
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