Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de marzo de 2008 Num: 680

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La música en el aire
JOAQUÍN BORGES TRIANA

De la dramaturgia al teatro
ESTHER SUÁREZ DURÁN

La danza y los bailarines
ISMAEL ALBELO

Una mirada al cine
ENRIQUE COLINA

La diversidad poética
ALEX FLEITES

El desánimo narrativo
ARTURO ARANGO

Arte cubano: mercado, mutación y diversidad
RAFAEL ACOSTA DE ARRIBA

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Alonso Arreola
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De la música elevadoriana

Vilipendiados eternamente, el pecado de los elevadores fue entender qué sonidos eran, si no los mejores, los más “adecuados” para ese momento de tránsito en el que, tanto melómanos como gente con oído de herrero, se combinan por decisión propia en un breve encarcelamiento. Siendo más exactos, diremos que la idea “música de elevador” es imprecisa, pues son pocos los artefactos de esta especie que cuentan con bocinas y programación. De cualquier forma, lo cierto es que han sido referente mundial para describir peyorativamente a esos proyectos en los que todo parece anodino, falto de compromiso.

En los elevadores, ritmo, melodía y armonía se suavizan con miel para no interferir en la calma del pasaje, pero también para borrar el incómodo silencio de la intimidad forzada. Según sus defensores, las piezas sujetas a este envilecimiento han de ser bien conocidas, pues el objetivo es que la mente reconozca un asidero con el cual se abstraiga momentáneamente de la realidad, apenas lo suficiente para reconocer su llegada y abandonar la nave.

No imaginamos lo que sucedería si en un elevador sonara de pronto, con un volumen que se imponga a cualquier murmullo o conversación, algo como La consagración de la primavera, de Stravinsky, o como “ Giant Steps ” por el saxofonista John Coltrane. Sin duda, más de un visitante permanecería ahí, engañando al resto y a sí mismo, viendo pasar el número de su piso en más de una ocasión hasta que, vergonzosamente, fueran dos o tres quienes intentaran una actuación simultánea quedando al descubierto.

Maestros de este universo elevadoriano, los jazzistas “fusión” de los años ochenta y noventa ampliaron su dominio en las amables cápsulas de movimiento vertical, bautizando su obra como easy listening (de fácil escucha) o smooth jazz (jazz ligero), una de las peores herencias del cool que, contra su propia naturaleza relajada, también robó lenguajes y clichés al rock, al funk y al pop. A ello se suman grandes estrellas cuyo trabajo es susceptible de amoldarse al gusto de gerentes y uniformados de diversa jerarquía. ¿Ejemplos, nombres? A continuación algunos de los más preeminentes autores de obra para elevador, supermercado, baño de hotel y aeropuerto.

Desde luego y antes que nadie, The Beatles. Autorizando a una insondable caterva de arreglistas, las piezas de Lennon y McCartney aparecen en cualquiera de estos espacios en versiones sin batería, sin voz, con mayor sutileza armónica, y claro, con una duración que puede prolongarse indefinidamente hasta la siguiente “melodía” –lo único más o menos intacto– muy probablemente del mismo cuarteto de Liverpool.

En segundo lugar se halla la pareja del pop amoroso por antonomasia, los “Romeo y Julieta” de la balada, ambos en la cima de esa lista de popularidad para la que se encuesta a usuarios de baños en hoteles de cuatro y cinco estrellas. Claro, no son otros que Celine Dion y Michael Bolton.

Detrás de ambos se amontonan, ahora sí, aquellos “fusioneros” de color pastel y sonrisa imposible.

Dave Grusin, Mike Mainieri, The Crusaders, Tom Scott, David Sanborn, Dave Koz, Lee Ritenour, Fourplay, Bob James, Grover Washington Jr., Spyro Gyra, Larry Carlton, The Rippingtons y los Yellowjackets (quienes pisarán suelo azteca a inicios de abril dando pretexto de esta nota), todos siguen dominando el aire en estaciones de camiones, aeropuertos, misceláneas de cadena y diversos ambientes hechos para la espera democrática, ésa en la que a nadie se favorece con repertorios especiales.

Finalmente, existe otro género muy socorrido en tales circunstancias, menos grato para quienes pasan los sesenta años de edad, pero que hoy se impone como signo de vanguardismo en hoteles donde no existen las curvas, las maderas, ni una temperatura mayor a los quince grados Celsius. Sí, la electrónica esnobista (no la buena); ésa que, en sentido contrario, no tiene melodías, sino un sólo ritmo al que se suman pocos bordados armónicos.

Contados son los casos en que el malinterpretado Esquivel contribuye con su lounge o en que Diana Krall nos auxilia con un jazz acústico sereno, más valioso. Mucho menos aún son los lugares en cuya fonoteca se puede hallar clásicos de los años cincuenta, empolvados entre lo peor de la farsa vernácula para turistas. Así pues, música que la mayoría de las veces no cumple con los elementos esenciales de lo que llamamos música, la de elevador tiene a su favor que escuchada en vivo eleva su calidad. Atreverse ya es cosa de cada cual. Aquí nos bajamos.