Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de marzo de 2008 Num: 680

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

La música en el aire
JOAQUÍN BORGES TRIANA

De la dramaturgia al teatro
ESTHER SUÁREZ DURÁN

La danza y los bailarines
ISMAEL ALBELO

Una mirada al cine
ENRIQUE COLINA

La diversidad poética
ALEX FLEITES

El desánimo narrativo
ARTURO ARANGO

Arte cubano: mercado, mutación y diversidad
RAFAEL ACOSTA DE ARRIBA

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Naief Yehya
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De la cura del agua al waterboarding (I DE II)

TABLAS DE EMOCIONES

Snowboarding, skateboarding y waterboarding. Nada puede sonar más divertido y excitante que estos tres términos que parecen evocar deportes extremos: deslizarse sobre la nieve, el asfalto y quizás el agua a alta velocidad. Pero la intensa segregación de adrenalina y emociones que producen las dos primeras actividades es muy distinta del efecto de la tercera. El último de estos términos no se refiere a una actividad digna de los x Games, sino a una brutal forma de tortura aparentemente inventada por la siempre ingeniosa Santa Inquisición española. La toca o tortura del agua consistía en acostar al sujeto boca arriba, meterle un trapo u otro objeto en la boca para obligarlo a mantenerla abierta y verter agua sobre su cara para que sintiera que se ahoga. Actualmente hay muchas variantes de este suplicio, pero en todas el objetivo es crear la sensación de ahogamiento, la agonía de respirar agua. Es de imaginar que para los inquisidores la idea del agua evocaba limpieza, purificación del cuerpo y espíritu de los pecadores. La realidad era mucho menos pulcra; se trataba de un procedimiento espantoso que provocaba un dolor devastador (según quienes lo han experimentado, soportar más de quince segundos parece intolerable), podía causar daño cerebral y una agonía que podía concluir con la muerte. Los torturados se inflaban “como sapos”, y cuando estaban a punto de estallar, el torturador les apretaba el vientre para hacer salir el agua y volver a empezar. Lavarle las entrañas a un hereje no podía ser considerado como una tortura, sino como un remedio para el espíritu. De ahí que se le rebautizara como la cura del agua. Dado que se trata de una tortura que no deja huellas visibles y que en esencia no es sangrienta, algunos la consideran como una práctica light, un tormento más humano que la “muerte de los mil cortes” china, que los desollamientos, las castraciones, la doncella de hierro, los calderones de aceite hirviente y los toques eléctricos en los genitales, entre otros. Quizá por eso el gobierno de Bush decidió reincorporarla al arsenal de recursos para buscar la verdad. En algún momento de la historia el nombre de esta práctica que se ha empleado desde Camboya (por el Khmer Rouge), hasta Chile (a manos de los verdugos de Pinochet), pasando por las tropas francesas de ocupación de Argelia, llegó a rebautizarse: waterboarding, un nombre a la moda, pegajoso y moderno, justo lo que no debería ser ninguna forma de tortura.

OTROS TIEMPOS


Imagen: cortesía de El País

En 1898 el gobierno de Estados Unidos decidió llevar sus ideales de libertad y democracia más allá de sus fronteras. El tiempo de los imperios había terminado, por lo que eu decidió liberar a dos colonias del imperio español: Cuba y Filipinas. El comodoro George Dewey se encargó de transportar de regreso a Filipinas al revolucionario exiliado Emilio Aguinaldo, quien con el apoyo de sus protectores derrotó a las tropas españolas invasoras en tierra y creó un gobierno. Después de un tiempo, los estadunidenses decidieron que los filipinos todavía no podían gobernarse a sí mismos (en particular cuando se dieron cuenta de que esas islas eran un trampolín perfecto para China y el sudeste asiático). Así que los liberadores que habían sido recibidos con flores y dulces se convirtieron en los nuevos invasores, decididos a liberar al pueblo del gobierno de Aguinaldo. Esto dio lugar a una insurrección popular que los soldados estadunidenses contrarrestaron a sangre y fuego, con encarcelamientos masivos, quemas de aldeas, matanzas de civiles y, por supuesto, grandes dosis de tortura. Una investigación respecto de la conducta de las tropas concluyó afirmando que las acusaciones de tortura de los nativos habían sido infundadas o gravemente exageradas. Como escribe Paul Kramer en su artículo “The Water Cure” ( The New Yorker, 25/II/08), el secretario de guerra, Elihu Root, declaró que era la insurgencia filipina la que se comportaba con la “crueldad bárbara común entre las razas no civilizadas”. Según Root, la campaña estadunidense había sido llevada a cabo “con escrupulosa atención de las reglas de la guerra civilizada, con consideración cuidadosa y genuina para el prisionero y los no combatientes, con mesura y con humanidad nunca rebasadas, y tal vez no igualadas en ningún conflicto, merecedora únicamente de elogio y capaz de reflejar crédito en el pueblo estadunidense”. Sin embargo, algunos “negaban, debido a su raza, que los filipinos merecieran los límites protectivos de la guerra civilizada”, escribe Kramer en un sórdido eco de lo que hoy se dice de los militantes islámicos.

(Continuará)