Usted está aquí: domingo 23 de marzo de 2008 Opinión El camino y la meta

Guillermo Almeyra

El camino y la meta

Por supuesto, al emprender un camino la meta en parte está implícita ya que, al menos, el caminante conoce el rumbo general que desea seguir. Lo que quiero decir, por consiguiente, es simplemente que el pragmatismo, la indefinición y la brumosidad teórica, el “caminemos y después veamos” sin tener una meta clara y definida, no sólo pueden hacer que el camino sea mucho más tortuoso y accidentado y muchísimo más largo, sino que también hacen correr el riesgo de que el mismo se pierda en algún pantanal histórico. En efecto, el pasado nos enseña que muchos de los primeros fascistas italianos deseaban acabar con el capitalismo y terminaron integrando el régimen corporativo del Duce, y que los obreros peronistas, objetivamente revolucionarios y que creían “combatir al capital”, acabaron siguiendo una dirección que fue el principal sostén del conservadurismo en Argentina. Por eso es importante una meta definida, clara para todos.

En el proceso bolivariano en Venezuela, por ejemplo, se da como objetivo final el socialismo (sin definir mucho qué quiere significar ese concepto, en qué se diferencia de los llamados socialismos anteriores o contemporáneos y con cuáles herramientas sociales habría que “construirlo”, noción que indica un constructor que tiene ya los planos del futuro y la técnica para hacerlo posible, y que debe, sin embargo, realizar aún un proceso político relativamente largo con los tampoco definidos peones de la obra).

Pero ¿cuál es, en cambio, la meta de los movimientos sociales bolivianos? ¿Edificar un nuevo modelo socioeconómico, el llamado capitalismo andino, mezclando las comunidades y los ayllus y markas con las pymes nacionales, cuando a lo que asistimos es a una aguda lucha de clases disfrazada de lucha étnica que libran la vieja Rosca y la oligarquía terrateniente unida a las trasnacionales y al capital financiero internacional, por una parte, y los campesinos, las comunidades indígenas, los pobres rurales sin tierra, los artesanos, los obreros, las clases medias pobres, indígenas y mestizas, por la otra?

En el enfrentamiento boliviano se mezclan la revolución descolonizadora (por la igualdad étnica y cultural de todos los pueblos), la revolución democrática (por la reconstrucción del Estado nacional criollo, reorganizando sus bases culturales y étnicas y el territorio político de Bolivia) y una revolución social rampante que enfrenta la contrarrevolución capitalista, esclavista, racista apoyada por el capital internacional y por el imperialismo. Por lo tanto, están por conquistar objetivos democráticos propios del capitalismo (construir un mercado interno, asegurar un Estado de derecho, imponer una redistribución equitativa de la riqueza nacional, hacer una revolución agraria que dé tierras a los sin tierra y medios de vida a los sin trabajo, destruir el racismo). Pero los mismos sólo podrán ser alcanzados si se aplasta, con los movimientos sociales, a las fuerzas de la reacción y se impone un regionalismo sí, pero que esté basado en las autonomías comunitarias y municipales confederadas nacionalmente para realizar un plan común de desarrollo humano y económico. O sea, si se deja atrás el marco del capitalismo, que no es un objetivo a alcanzar sino algo que hay que superar. En vez de capitalismo andino se debería, pues, pensar en un socialismo andino que recupere los elementos de cultura y de organización no capitalistas y haga hincapié en el papel autónomo y descentralizado de los movimientos sociales, en su dependencia de las asambleas, en su no dependencia de las instituciones y partidos y en su funcionamiento no como informe multitud sino como partido sui generis, multiforme y disciplinado desde abajo, desde las bases.

¿Qué meta tiene también el movimiento social en México? ¿Aplicar un programa nacionalista y democrático que el nacionalismo revolucionario del Estado nacido de la Revolución de 1910 no supo hacer triunfar? ¿O partir de la defensa de la separación entre la Iglesia y el Estado, de la defensa de los derechos constitucionales pisoteados, de la defensa intransigente de Pemex, la electricidad, la enseñanza pública, las libertades individuales para derrotar la alianza entre los terratenientes y el gran capital nacional y extranjero e imponer un gobierno democrático, popular, orientado hacia el socialismo y basado sobre las movilizaciones populares? ¿Y qué deben esperar los asalariados argentinos? ¿La acción paternalista del aparato estatal, la utópica solución desde arriba de todos los problemas sociales, económicos, ambientales, culturales? ¿La sumisión a los planes del capital internacional y a las leyes del mercado oponiéndoles algunas movilizaciones para moderarlos o frenarlos? ¿No es posible acaso construir un frente –ni kirchnerista ni gorila antikirchnerista– sobre la base de un plan antimperialista, obrero, con orientación democrática y socialista y con independencia del Estado capitalista? ¿No es posible que ese frente apoye las medidas gubernamentales que favorecen la independencia nacional y el desarrollo del mercado interno y, al mismo tiempo, tome distancias del decisionismo verticalista y de la corrupción que imperan en el aparato estatal, asumiendo, entre otras, la misión de enseñar democracia y elementos de socialismo a amplios sectores de los trabajadores? ¿No es posible pensar más allá de lo inmediato, construir conscientemente, en la medida de lo posible, el futuro no capitalista de nuestros pueblos, llámese éste socialista o como quiera llamarse?

 
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