Usted está aquí: sábado 29 de marzo de 2008 Mundo Irlanda: adiós al imperio

Robert Fisk

Irlanda: adiós al imperio

Ampliar la imagen Protesta de republicanos irlandeses por la visita a Armagh, Irlanda del Norte, de la reina británica Isabel II y el príncipe Felipe. La policía norirlandesa montó una guardia de seguridad durante esta semana en ese territorio en prevención de manifestaciones y un intento de atentado a la soberana Protesta de republicanos irlandeses por la visita a Armagh, Irlanda del Norte, de la reina británica Isabel II y el príncipe Felipe. La policía norirlandesa montó una guardia de seguridad durante esta semana en ese territorio en prevención de manifestaciones y un intento de atentado a la soberana Foto: Ap

En noviembre de 1974 iba yo de Dublín a Belfast a más de 160 kilómetros por hora cuando me detuvieron en un retén policiaco. “Disculpe la velocidad –le dije al oficial de la Garda* que me marcó el alto–. ¡Se me hace tarde para el funeral de Childers!” El policía me miró –esto ocurrió mucho antes de que el exceso de velocidad se volviera delito grave en la república– y repuso: “Estará usted tan muerto como Childers si maneja a esa velocidad”.

En realidad, la muerte de Erskine Hamilton Childers –presidente protestante de Irlanda e hijo del autor de The riddle of the sands (quien sería sacrificado en la guerra civil irlandesa)– no era la verdadera causa de mi prisa. Quería echar una ojeada al último vínculo con el nacionalista Padraig Pearse, el símbolo final del liderazgo de la rebelión de 1916 contra el dominio británico, la batalla que creó el republicanismo irlandés, el sacrificio del siglo XX. Y, sí, en una hora estaba yo sentado en la catedral de San Patricio en Dublín, que data del siglo XII, mirando a través del pasillo la figura de Eamon de Valera (Dev)**, tan derecho y alto como una torre redonda, ciego detrás de sus gafas tamaño luna, deprimido por su avanzada edad. Eso, por lo menos, es lo que sus consejeros más cercanos revelaron después.

Pero lo que capturó mi mirada fueron los estandartes que colgaban sobre la cabeza de Dev. Eran los colores de los largamente olvidados regimientos irlandeses del ejército británico, desbandados en 1920, que combatieron por la corona y cuyos veteranos de la guerra de 1914-1918 fueron cruelmente despreciados en la nación recién independizada que los vio nacer. Pero San Patricio era una catedral protestante y los clérigos leyeron el servicio funeral con acento impecablemente inglés. Y los estandartes, como tantos detalles de la ambigua historia irlandesa, sugerían que quizás Irlanda nunca se sacudiría la sombra del imperio.

Supongo que sólo me di cuenta del gran cambio histórico ocurrido en Irlanda cuando el país reconoció por primera vez ese pasado ambivalente y peligroso: mientras irlandeses como Dev combatían y morían por la república en la Pascua de 1916, decenas de miles más combatían y morían por proteger a la Francia católica y liberar a la Bélgica católica de la Alemania del káiser, protestante en su mayoría, junto con la 36 división del Ulster, protestante también.

Unos cuantos periodistas irlandeses recordaron el sacrificio de Irlanda por el rey y la patria antes que hacerlo se pusiera de moda. A principios de la década de 1970, cuando era yo corresponsal del Times en Irlanda del Norte, escribí acerca de los viejos regimientos irlandeses-británicos. Pero mi artículo no generó ni un ápice de interés en una época en que el ERI Provisional proclamaba continuar el sacrificio sangriento de Dublín en 1916, en que paramilitares protestantes proclamaban continuar el sacrificio sangriento del Somme en 1916, y en que los británicos, creyendo que Irlanda del Norte era parte “integral” del Reino Unido, hacían una afirmación que de pronto hoy, después de Irak, parece vagamente familiar a nuestros oídos: que una retirada británica de Belfast significaría… sí: la guerra civil.

En esta Pascua, en el 92 aniversario del levantamiento, es interesante examinar los paralelismos que conectan a Irlanda con Medio Oriente. Los “negros y bronceados”, a los que Churchill apoyó cuando cobraron venganza en los civiles irlandeses, en 1920, fueron enviados más tarde –otra vez con apoyo de Churchill– a Palestina, donde se convirtieron en la “gendarmería británica” y continuaron sus represalias contra civiles árabes y judíos, con efecto considerable. Decenios después, John Hume (único estadista irlandés vivo) escribió en The Jerusalem Post que Israel y “Palestina” deberían tomar una página del Acuerdo del Viernes Santo de Irlanda. Es una lección en transacciones, dijo.

Estaba equivocado. Los asentamientos israelíes en tierra árabe palestina en los territorios ocupados eran tan ilegales como los protestantes y el despojo a los católicos en la Irlanda del siglo XVI. Un símbolo histórico más cercano era Fallujah. No mucho después de que la división 82 aerotransportada estadunidense dio muerte a 14 civiles iraquíes en una protesta, en 2003, el pueblo de Derry quiso hermanarse con Fallujah. ¿Acaso el regimiento británico de paracaidistas no dio muerte a 14 civiles irlandeses en Derry (13 el “domingo sangriento”, otro murió de las heridas) en 1972? La oferta nunca fue aceptada, pero el mensaje tenía validez: antes de buscar “transacciones” hay que lidiar con la injusticia.

Los deudos de los muertos del domingo sangriento recibieron una investigación que costó millones de libras. Los deudos de los muertos de Fallujah fueron puestos dos veces bajo sitio, hasta que su ciudad quedó casi destruida.

Sin embargo, si Irlanda está hoy en paz, sospecho que no es sólo por las razones sencillas: la abrumadora conciencia de sí que tienen los asesinos, el reconocimiento de todos (incluidos los británicos) de que no podía haber una victoria militar, y el surgimiento del “tigre celta” al sur de la frontera. Me parece que lo “diferente” de Irlanda tiene también algo que ver en ello, no menos que su neutralidad tradicional.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Dev mantuvo en la neutralidad a los 26 países. Cierto, se hizo a un lado del gran conflicto moral de nuestros tiempos. También presentó sus respetos –en un gesto tonto y profundamente hiriente– a la legación alemana en Dublín por la muerte de Hitler. Pero devolvió al Reino Unido soldados británicos que habían quedado varados y nunca –pese a las consejas británicas– recargó de combustible un submarino alemán. Aunque los aliados boicotearon la solicitud inicial de Erie de ingresar a Naciones Unidas, su neutralidad le permitió desempeñar un noble (y costoso) papel en operaciones posteriores de la ONU. Era mejor mantener la paz mundial, consideró Irlanda, que invadir otros países. De ahí que en esa nación el quinto aniversario de la guerra de Irak sea analizado con calma distante, aunque con ligera complacencia.

Irlanda se unió a la “sociedad para la paz” de la OTAN sin una promesa de referendo, y ahora su ejército lleva uniformes que casi no se distinguen de los británicos. “Neutralidad” se estaba volviendo una palabra vergonzosa hasta que Irak nos mostró lo peligrosas que pueden ser las alianzas. Los hombres y mujeres de Irlanda deben considerarse afortunados de haber permanecido al margen de la “guerra al terror”, como lo hicieron en el conflicto de 1939-1945.

Bajo la bandera de la ONU, el ejército irlandés ha prestado servicio en casi tantas naciones como las que constituyeron el imperio británico. Y eso es lo que se puede decir de los estandartes en la catedral de San Patricio.

* Policía nacional irlandesa. (N. del T.)

** Artífice de la independencia de Irlanda y autor de su Constitución (T.)

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

 
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