Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 30 de marzo de 2008 Num: 682

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Siete poemas
LEDO IVO

De intelectuales,
críticos y mafiosos

ANDREAS KURZ

La conciencia republicana de Gallegos Rocafull
BERNARDO BÁTIZ V.

Vivo por el arte
JAVIER GALINDO ULLOA Entrevista con JUAN SORIANO

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGUELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

La conciencia republicana de Gallegos Rocafull

Bernardo Bátiz V.

Chesterton, en alguno de sus chispeantes y simultáneamente profundos ensayos, quizás en “Ortodoxia”, al referirse a la Iglesia católica, cuya fe abrazó en su madurez, decía que esta institución milenaria es como una embarcación que navega por mares procelosos y, a veces, se sumerge y desaparece de la superficie, pero entonces se transforma en un submarino y sigue navegando sumergida para volver, tiempo después, a resurgir sobre las ondas como si nada. Algo así le esta sucediendo en nuestra época.

Se acusa a los prelados católicos, en todo el mundo, de nefandos delitos y, para escándalo del pueblo creyente, se les ve frecuentemente con un comportamiento muy alejado de las virtudes evangélicas y más bien cercano al de los magnates soberbios y arrogantes de nuestro tiempo. En México no es raro encontrar dignatarios de la Iglesia en la plaza de toros, con ropa pretenciosa y el puro en la boca, o en banquetes elegantes o en el hoyo 19 de los campos de golf, o bien, lo cual es más lamentable, interviniendo en política partidista con imprudencia indicativa de su olvido de las enseñanzas del pasado.

Por ello, en este tiempo en que la Iglesia que Roma encabeza parece sumergida en un mar de prácticas reprobables y de vanas preocupaciones financieras, políticas y hasta deportivas y de espectáculos, es bueno para ella y para el mundo en que actúa y al que pretende reformar y encaminar a la Civitas Dei, recordar a fieles y a pastores que en años no tan lejanos a los nuestros pensaron y actuaron con otros criterios y con otras actitudes laicos y religiosos comprometidos que respondieron a su tiempo y a sus circunstancias con rectitud, valor civil y pensamiento preclaro; católicos destacados por su pensamiento elevado, su amor a los pobres y su acción eficaz y oportuna.

Un caso de esta naturaleza es el del sacerdote español, filosofo de la historia, pensador concienzudo, escolástico profundo, que vivió en México muchos lustros de su existencia y aquí murió, pero también aquí impartió cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México y dejó abundante obra escrita.

En nuestro país fue, entre otras materias, catedrático de Filosofía de la Historia en la Facultad de Filosofía y Letras, donde tuve oportunidad y suerte de escucharlo como oyente, y en la Facultad de Derecho a la que yo asistía, vecina cercana a la de Filosofía, y varios motivos acercaban a estudiantes de derecho a las interesantes clases de Gallegos Rocafull: su brillantez y su profundidad, pero también su fama de hombre de pensamiento independiente. En nuestro país escribió buena parte de su sólida y abundante obra sobre temas de teología y filosofía, expresados en libros ahora difíciles de encontrar, como La allendidad cristiana, La nueva criatura, El don de Dios en la gran aventura del hombre. Pero también se ocupó en otros textos de temas económicos, de sociología y de política.

De estos temas sociales, destacan las obras Persona y masas, El orden social según la doctrina de Santo Tomás de Aquino y La visión cristiana del mundo económico, escritos en que expresa una posición en política y en economía contraria a los materialismos capitalista y marxista, que en los años cuarenta y cincuenta parecían las únicas opciones para México y el mundo; en ellos hace también, como para despejar dudas, crítica severa de los sistemas autoritarios cercanos al fascismo y al nacional socialismo alemán. No hay que olvidar que Gallegos Rocafull fue un sacerdote expulsado de España por el gobierno encabezado por Franco, precisamente por su posición ideológica partidaria de los republicanos y por su clara convicción democrática. Otras razones de su exilio fueron sus propuestas de avanzada en materia de economía, que se caracterizaron por una crítica al capitalismo y por la búsqueda de una solución al entonces llamado problema social, solución rastreada en la doctrina de los Evangelios, pero con una visión de avanzada que lo llevó a proponer una verdadera revolución por la igualdad y la distribución equitativa de la propiedad entre todos los hombres. Quiere, y así lo dice expresamente, que se devuelva al hombre su condición humana, y que “se humanicen a la vez la naturaleza y la cultura”.

En La visión cristiana del mundo económico, la doctrina a la que más fustiga es la del capitalismo individualista, que se presenta a sí mismo, dice textualmente Gallegos Rocafull, como un campeón de la libertad, pero que “a falta de una doctrina propia, cubre su desnudez con retazos de cristianismo”, pero que lo que en verdad profesa –agrega–, “lo va pregonando con sus actos”. Los actos del capitalismo son de atropello, abuso de los más débiles y codicia como actitud permanente en las relaciones sociales.

Hace hincapié el recio hispano, siempre vestido con sobriedad y siempre elegante en su expresión, en el falso dilema de su tiempo, que presenta al mundo sólo dos opciones: “O capitalismo o comunismo”; dilema que fue y es una falsedad bastante obvia, a pesar de que en nuestros días no falta quien quiera revivir la disyuntiva, no deja de recordar en su obra escrita que ambos sistemas, capitalismo y comunismo, este último motejado por él como hijo bastardo del primero, no son sino formas férreas y deshumanizadas del materialismo que rudamente pretenden dejar fuera de las relaciones del mundo económico una valoración ética de las acciones y los proyectos por encima de las reglas toscas de la ganancia o del control totalitario de los medios de producción.

Después de un erudito recorrido por las reflexiones de los padres de la Iglesia y de los doctores de la escolástica, verdaderas construcciones doctrinarias de una economía basada en la santidad del trabajo y en la fraternidad de todos, se topa y enfrenta con el capitalismo, para lo cual glosa la tesis de Webber, quien presenta a este sistema como heredero legitimo y directo del calvinismo y hermano gemelo del puritanismo estadunidense.

Frente a la tesis calvinista según la cual el éxito económico y, por tanto, la riqueza, son una señal de salvación, y la pobreza, por el contrario, una señal ineludible, opone Gallegos Rocafull citas tan contundentes como la de san Juan Crisóstomo, a quien cita textualmente: “No es justo que a muchos les resulte imposible, aunque se afanen y trabajen, llegar a ser propietarios. No es justo que los pocos que lo son administren su propiedad con un criterio tan cerradamente egoísta que ni de cerca ni de lejos beneficie a los demás.” O esta otra, más ruda y contundente, lo dice el mismo autor, de san Jerónimo en la Epístola Ab Hebridean: “No es justo que unos pocos se apropien de todo y priven de su uso a los demás [ … ] porque todas las riquezas provienen de la injusticia y lo que uno encuentra, otro lo ha perdido. Por lo que parece muy puesto en razón este proverbio que corre entre el vulgo: el rico o es injusto o heredero de un injusto.” O esta otra cita sin desperdicio, de Lactancio: “La división de los hombres en castas que abre un abismo insondable entre pobres y ricos, es incompatible con el concepto de justicia.”

Como se observa, el autor escogió citas de textos de la antigüedad cristiana entre aquellas reflexiones en las que se destaca la virtud de la justicia que es atropellada por quienes tienen en sus manos poder y riqueza; reflexiones apropiadas para los años en que Gallegos Rocafull enseñó y escribió, pero no menos apropiadas para nuestra época.

Gallegos Rocafull fue seguidor de esa añeja tradición que en nuestros tiempos recaló en las corrientes que ven en la redención de los pobres, empezando aquí y ahora, la esencia de un cristianismo que sea realmente la levadura con la que se fermenta la masa humana, y que preconiza el bien común como siempre superior al bien privado, y así lo expresa volviendo a su maestro principal Santo Tomás de Aquino, que escribió: “Lo que pertenece a una persona es poca cosa en comparación a lo que conviene a las cosas comunes, y el bien común es mejor y más divino que el bien de uno.” (Suma Teológica II-II).

Este señalamiento a favor de la solidaridad humana y del principio de cooperación y fraternidad, es a la vez un rechazo sin matices a los criterios individualistas que, como él mismo lo dice, ciegan a los hombres, y un rechazo a la acumulación de la propiedad en manos de unos pocos.

Cuando leemos a Gallegos Rocafull en su análisis del calvinismo, que divide con soberbia marcada a los hombres en salvos y réprobos, fatal y necesariamente por designio divino, y en donde el libre albedrío no tiene papel alguno que jugar, no podemos sino pensar en la moderna clasificación por la que el pragmatismo que impera pretende dividir a los hombres en dos categoría radicalmente separadas, la de los triunfadores, satisfechos y ricos por supuesto, y la de los demás, los perdedores, quienes, conforme a la doctrina calvinista, serán siempre pobres y derrotados según criterios crueles, utilitarios, fatalistas, pero infundados. Y es ese el calificativo correcto; la clasificación de todas las personas en un mundo de competidores, entre triunfadores (salvos) y perdedores (réprobos), nunca considera, y esto alarma a Gallegos Rocafull, que la pobreza pueda ser un infortunio y mucho menos consecuencia de la injusticia; es, la pobreza, para esos puritanos irracionales que él combate, sólo “la lógica consecuencia de la impreparación y de la abulia”, siempre el fruto natural de una conducta desarreglada y por ende un castigo. Todo parecido con las políticas neoliberales que hoy prevalecen, discriminatorias y racistas, abiertas o simuladas, no es pura coincidencia; hay una clara relación de causa y efecto entre el pensamiento neoliberal que ha ido abriéndose paso en nuestros días y la actitud de clases medias y altas frente a la pobreza y los movimientos sociales.

Este fundamento teórico, a veces expreso, a veces tácito, del capitalismo individualista, no tolera que en la sociedad existan procesos que sean diferentes a los competitivos que exalta y preconiza, y en los que necesariamente lo que unos ganan es lo que otros pierden; se rechazan y se ponen bajo sospecha en el individualismo moderno otros procesos sociales diferentes, no disyuntivos sino conjuntivos, como son los de colaboración y cooperación mediante los cuales se busca un fin social útil a todos, trabajando en común, pero también, una vez alcanzado, disfrutado en común. El principio participativo es aquel en el que el esfuerzo de la inteligencia y del trabajo de todos produce a su vez beneficios para todos.

Quienes piensan, con un criterio demasiado moderno impuesto desde las escuelas del éxito y de la competencia, que quieren poner a todos y a todo en escalas de exitosos y “certificados”, de un lado, y de derrotados y perdedores “no certificados”, del otro, debieran leer La visión cristiana del mundo económico o, al menos El orden social según la doctrina de Santo Tomás de Aquino, para que recuperen una perspectiva de la estructura social y de las instituciones que la integran, que pueden y deben estar iluminadas por criterios y valores de una larga y probada tradición. Estos valores no son otros que la solidaridad, la fraternidad, la justicia y, derivado de todo ello, la vocación y preferencia por los pobres.

Seglares que se dicen y se sienten cristianos, y clérigos de altos rangos y puestos en la jerarquía, podrán encontrar en pensadores de su misma línea doctrinaria formas y fórmulas para que la Iglesia resurja, si es que realmente quieren que así sea, para que ésta vuelva a navegar con señorío sobre las aguas agitadas y recupere su posición de guía hacia la justicia, la paz y la verdad.

José María Gallegos Rocafull murió lejos de la patria en que nació, en la ciudad mexicana de Guadalajara, capital de Jalisco, el año de 1963, a los setenta y cuatro años de edad. No volvió a su tierra natal, porque en ella no había espacio ni para la democracia en que él creía, ni para la justicia social que defendía y, por tanto, no había espacio para un pensador tan comprometido como él, tan congruente y tan sólido. Si en México encontró el ambiente y el clima para ejercer su libertad y expresar su pensamiento, es justo que en México se reconozca su papel de sacerdote fiel a su doctrina de maestro y de escritor. Quienes somos cristianos y nos ocupamos de cuestiones políticas, y quienes tienen interés en las ciencias económicas, lo recuerden si ya lo conocían, o lo encuentren si no habían escuchado de él o no lo han leído. Gallegos Rocafull es un ejemplo de cristiano congruente que, sin apartarse de su fe, luchó en su ambiente, el de la cultura y la universidad, por sus sólidas convicciones.