LA CONSTRUCCIÓN DE ALTERNATIVAS*

PABLO GONZÁLEZ CASANOVA**

LAS CREENCIAS DEL pensamiento conservador más culto en ningún caso han dejado de dialogar y coexistir con las nuevas ciencias. Es más, en los proyectos de justicia social que no pretenden cambiar sino conservar al sistema capitalista, la unión del pensamiento neoconsevador y de las nuevas ciencias es indiscutible. En las medidas de “justicia social” reconoce formas de adaptación del sistema y de sus mediaciones. Lo importante es que de esa unión de pensamiento conservador y las nuevas ciencias se desprenden también experiencias útiles para la búsqueda y construcción de alternativas.

La construcción de alternativas por objetivos no sólo supone comprender, incluir o intuir los paradigmas de las tecnociencias y las nuevas ciencias sino considera a éstas como parte de la actual lógica del poder contra el que se lucha y en que se lucha. La vinculación de las tecnociencias y la lógica del poder encierran vetas riquísimas, sobre todo cuando se piensa que cualquier proyecto alternativo tiene como prioridad un proyecto de justicia social, y que también el sistema dominante posee importantes experiencias en la construcción de los proyectos alternativos para políticas de “desestabilización” contra los gobiernos que las emplean.

Las experiencias de los proyectos de justicia social plantean algunas dificultades que afrontan las fuerzas alternativas cuando buscan construir un sistema en que las inequidades sociales disminuyan o se desvanezcan lo máximo posible. Las dificultades aparecen en la historia de las políticas laboristas, de las políticas del Estado benefactor o socialdemócratas, en las del socialismo de Estado, o comunistas, y en las populistas o del nacionalismo revolucionario. Se dan en formas que varían de unos países a otros y que son significativamente distintas en los países del centro y la periferia del mundo, pues en ésta sus características más adversas tienden a acentuarse.


Fotos: archivo La Jornada

En todo caso, los proyectos de “justicia social” plantean dos tipos de contradicciones que los modelos de desestabilización registran con las categorías de las nuevas ciencias: uno es la amenaza a la acumulación de excedente y al orden establecido del poder, esto es, al “sistema”, que debe adaptarse al contexto y restructurarse, o adaptarse y restructurar al contexto. Ese primer tipo de contradicción (que en el lenguaje sistémico corresponde a un “desequilibrio”, o “desajuste” o “conflicto”) en el pensamiento crítico marxista se redescubre hoy en los intereses comunes de clase que unen a los empresarios, a los propietarios y a sus fuerzas político-militares de apoyo contra las fuerzas y políticas que amenazan su propiedad y su poder, a las que tienen que mediatizar, cooptar, corromper, desarticular, debilitar o destruir. Ese primer tipo de contradicción corresponde a lo que en el capitalismo clásico se perfiló como una lucha entre los trabajadores y los propietarios. En épocas recientes ha derivado en una lucha compleja que articula y redefine al conjunto del poder y la economía, a la producción de valor y a la distribución y transferencia del excedente en las empresas y las regiones, entre los complejos, las clases, los estratos, y éstos con elementos “marginados” o “excluidos”. De todos modos, los intereses de clase aparecen con gran claridad cuando un movimiento social amenaza la apropiación del excedente, la acumulación de la propiedad y el dominio de los medios de producción e insumo, de comercialización y especulación; o el poder de sus beneficiarios.

El segundo tipo de contradicciones, de desajustes, desequilibrios o conflictos es el que se da en el interior de las fuerzas alternativas y que los modelos de desestabilización utilizan de un manera mucho más sistemática y eficiente que el pensamiento conservador tradicional y su arte de emplear provocadores, o de dividir para vencer con una notable variedad de técnicas de manipulación, debilitamiento y destrucción, que aparecen en las doctrinas, guías y memorias de los políticos y los militares conservadores, particularmente cuando afrontan rebeliones e insurgencias; pero también cuando acometen procesos de expansión, conquista, anexión e integración1. El problema ha sido abordado a lo largo del pensamiento revolucionario y su expresión más famosa es la de “las contradicciones en el seno del pueblo”. Aparece también en las reflexiones sobre la formación de frentes y “bloques históricos” que unen fuerzas para luchar y construir un sistema alternativo o una política de transición. Para el pensamiento conservador y para el alternativo, los modelos de “desestabilización” y “guerra de baja intensidad”, que provienen de las nuevas ciencias, son fundamentales para el pensar-hacer de los actores sociales. Éstos pueden acercarse a las nuevas ciencias por medio de los modelos de desestabilización y de guerra, del conocimiento teórico y práctico de los mismos. Aun nivel de comprensión más concreto –o abstracto– necesitan conocer el papel que juega su propio comportamiento en las computadoras, y las formas en que está prevista la redefinición de cada uno de los actores en las pantallas. La posibilidad de nuevas creaciones históricas no previstas en los modelos es parte fundamental de la posibilidad teórico-práctica del cambio histórico y de la continuidad de la historia. Pero esa “creación” de una historia nueva se hace con una imaginación-acción que parte de la historia acostumbrada y de las “narrativas” de la imaginación-acción.

En un libro notable, Marcur Olson, de la Universidad de Harvard, registra las condiciones objetivas que dificultan el que se imponga la racionalidad colectiva del “interés general” y “el bien común”. En su opinión, esas dificultades convalidan “la opción racional” que lleva a los individuos o grupos de individuos a apoyar sus intereses particulares. El libro de Olson se inscribe dentro de la ideología conservadora; pero no es sólo ideología. Corresponde también a la racionalidad con que las fuerzas dominantes aseguran y fortalecen sus dominios e intereses, y al imperio que alcanzan sobre las clases subalternas, sobre las naciones, los estados, las empresas, los mercados y los recursos naturales. El libro de Olson se titula La lógica de la acción colectiva. Bienes públicos y teoría de los grupos2. En él no aparece la lógica de las ciencias de la complejidad, sino la lógica conservadora que las usa.

El sistema dominante –según Olson– distingue tres actores principales a los que jerarquiza por su mayor o menor “inclusión”, y clasifica como: grupos “privilegiados”, grupos “intermedios” y grupos “latentes” o marginados y excluidos. Las tesis principales de Olson son dos: 1) que cualquier “bien público” o “interés general” requiere una triple política de “incentivos”, de “coerción” y de “represión”; 2) que son de criticar, por “idealistas”, los proyectos alternativos de carácter “pluralista” o “anarquista”, pues es imposible que los “grupos latentes” (o las víctimas, los marginados y excluidos del sistema) por sí solos o asociados a los “grupos intermedios” de “trabajadores organizados manuales e intelectuales”, o a las “vanguardias” radicales, “se organicen para una acción coordinada (...) tan sólo porque tienen una razón para hacerlo”3.

La posición de Olson es conservadora; pero es exacta en la expresión de su “realismo”, del materialismo sin alternativa propio de los conservadores. Está equivocada –como los conservadores– al suponer que no hay alternativa; que otro mundo no es posible. Jürgen Habermas4 propone, en cambio, un camino acertado pero trunco para luchar por la solución a los problemas humanos: junto a la visión liberal y conservadora de la democracia, sostiene la que llama democracia procesal, o “democracia de los procedimientos”, mediante la cual los pueblos toman y hacen efectivas las decisiones que superan el particularismo, y encuentran los intereses que los unen en medio de la diversidad. Pero si Habermas tiene razón al privilegiar el diálogo y los procedimientos intercomunicativos para la toma de decisiones, y al enfrentar la lógica de los procedimientos a la razón instrumental, o a la “sobrecarga ética” de las elites que representan el bien, o a la sobrecarga estatista de las posiciones liberales y sus demandas de eficiencia administrativa en la solución de los problemas sociales, y –podríamos añadir– a las posiciones revolucionarias que piensan en términos de reforma o de toma del poder, en cambio sigue acordando una sobrecarga a la política dialogal y al “poder generado por la comunicación”, sin incluir los problemas ineludibles de la lógica de la seguridad de las comunidades y los pueblos frente a la “guerra interna” y “de baja intensidad”, ni los problemas de la lucha por la moral pública, y con ella frente a las “acciones cívicas” o “humanitarias” de los ejércitos y las oligarquías que cooptan y corrompen, y frente a las políticas clientelistas de los líderes y grupos que rompen la unidad de clases y de comunidades con concesiones especiales, paternalistas, humanitarias, también corruptoras. En todo caso el camino que propone Habermas es explorado con las prácticas que resuelven la más amplia problemática de solucionar los conflictos internos mediante de los “presupuestos participativos” brasileños y los municipios autónomos zapatistas. Pero Olson nos interesa porque encuentra –como conservador– las mismas contradicciones ineludibles que los nuevos movimientos sociales descubren desde su liberación, desde su autonomía, como rebeldes e insurgentes en busca de una alternativa democrática y social o socialista.


Foto: Cuba Libre, Digna y Solidaria / ecuador.indymedia.org/images/2007/01/17976.jpg

Olson refuerza y comprueba su tesis sobre la necesidad de la violencia en cualquier política redistributiva. Invoca la historia del movimiento obrero, particularmente en Estados Unidos. Podría confirmarla también con la historia de la Unión Soviética y de su “sociedad informal”, como lo ha hecho Larissa Lomnitz5, o con la historia de los regímenes socialdemócratas, nacionalistas revolucionarios, populistas y con la inmensa mayoría de los comunistas. Es más, la tesis de Olson se confirma viendo la forma en que la triple política de “incentivos”, “coerción” y “represión” es aprovechada por las fuerzas conservadoras para debilitar y destruir a las fuerzas democráticas, de liberación y socialistas. Las fuerzas conservadoras estudian las contribuciones de los pueblos para manejarlos. El clientelismo tiende a surgir en cualquier gobierno popular, democrático, socialista, que busque diseñar y construir una política equitativa en una sociedad de recursos escasos. El radicalismo superior a las fuerzas que se dispone tiende a surgir en cualquier movimiento contestatario e insurgente.

El oportunismo y la negociación o alianza con concesiones de “principio”, que debilitan a las fuerzas para alcanzar los objetivos que se propone un movimiento democrático, liberador o socialista, causan tan graves estragos como la cooptación y la corrupción de individuos y grupos del movimiento. Al impulso que las fuerzas conservadoras dan a ese fenómeno se añaden los que inducen a los representantes y gobiernos a usar y abusar de los “incentivos económicos” que el Che critica, y de la “coerción” y “represión” que derivan en dictaduras “populistas” o “proletarias”, de nuevas oligarquías con sus jefes y burocracias. Impedir estas contradicciones al máximo posible implica una política de conjunto en que destaca Cuba. La necesidad de estudiar la experiencia cubana en materia de contradicciones “internas” y “externas”, de intraclase o de interclase, va mucho más allá de cualquier idealismo o ejercicio retórico. A partir de un planteamiento teórico en que se reconozca que todas las soluciones son contradictorias y que todas las contradicciones entran en proceso de negociación es fundamental como ha logrado Cuba, en ambos fenómenos, soluciones y negociaciones que mantienen y renuevan la lucha por la democracia, la liberación y el socialismo.

En cualquier movimiento liberador, democrático y socialista aparecen coincidencias y rupturas dialécticas entre el pensamiento más o menos radical de los participantes. La solución a las luchas internas se da en medio de conflictos y negociaciones, de enfrentamientos y acuerdos, de agresiones y diálogos.

Las coincidencias dialécticas se activan cuando los movimientos empiezan a construir un régimen, una sociedad, una cultura o una política alternativa, democrática, redistributiva, descolonizadora. En ese momento, los movimientos se topan con problemas parecidos a los que se enfrentan los gobiernos conservadores y liberales en las reformas sociales que les imponen los laboristas, los socialdemócratas, y que en la historia llamada poscolonial les impusieron los gobiernos nacionalistas, populistas, desarrollistas. Sindicatos o gobiernos “reformistas” o “revolucionarios” descubren “la necesidad implícita de la coerción en los intentos de proveer bienes colectivos a grandes grupos”6.

La violencia represiva acompaña a los movimientos alternativos incluso cuando éstos reconocen derechos como el de asociación y el de huelga. La lógica de la resistencia y de la supervivencia los lleva a organizarse para afrontar la violencia externa e interna, contra el pueblo y “dentro del pueblo”. No ven alternativa. El problema se complica en muchos estados socialdemócratas o populistas porque a los sindicatos de trabajadores les enfrentan sindicatos blancos, y para mantener la unidad sindical los líderes y sus grupos de apoyo recurren a coacciones como la “cláusula de exclusión”. Los grupos de apoyo forman clientelas, y éstas gozan de beneficios especiales con prestaciones y empleos. Los disidentes son excluidos de la comunidad y del empleo.

Los problemas se agravan cuando la pobreza es mayor y es más numerosa la población de los pobres. Hay menos que repartir y más a quienes repartir. Los sistemas de clientelas operan con grupos reducidos encabezados por sus respectivos líderes. Unos y otros se ven más expuestos a la represión, o a la cooptación y a la corrupción compartida.

Las bases de lo informal y de lo inequitativo resurgen en la propia alternativa junto con racionalizaciones que dan pie a la autodestrucción de los movimientos laboristas, libertarios o justicieros de los “países de acumulación” y de los “países periféricos”. Todos los miembros de las organizaciones obreras, campesinas o populares se convencen de que no se obtienen concesiones mayores o salarios más altos con base en la pura persuasión moral o jurídica. Los pronunciamientos en ese sentido son abundantísimos.

Los problemas de la cooptación y la represión, de la corrupción y el autoritarismo, del ultraizquierdismo y el oportunismo, requieren más que la censura y el castigo, esfuerzos combinados de contención y regulación que dependen de la disciplina y la autodisciplina, del sentido de la vida y de los valores, y de la pedagogía de esos valores y ese sentido, con un reforzamiento sistemático de la relación o igualación de las palabras con los actos. Todos los movimientos y gobiernos que luchan por los trabajadores, por una democracia universal, por el socialismo y el comunismo, por la liberación de las colonias formales e informales, se topan con el problema de la formación de grupos de apoyo que exigen concesiones especiales, y son susceptibles de cooptaciones y corrupciones. Esas polémicas y experiencias se dan en las organizaciones de los trabajadores, en las organizaciones de los pueblos y las naciones, y en las organizaciones de los ciudadanos. Los “ciudadanos” se insertan en sistemas de mediación y cooptación individual y clientelar que operan en las elecciones, en los partidos y en los puestos de representación popular, como en los parlamentos o los gobiernos locales, provinciales y nacionales dirigidos en formas unipartidistas o pluripartidistas. En todos esos casos, individuos y grupos hegemónicos fijan las normas de la selección de representantes y de concesionarios privilegiados. La experiencia se vuelve tanto más dramática cuanto la proporción de población no organizada es mayor, y cuanto más grande es su pobreza, su exclusión, su marginación, su explotación y desposesión.

El problema no sólo se da con los “incentivos” sino con la “coerción” y la “represión”. A los “incentivos” legales y que se asignan según reglas universales, se añaden los incentivos clientelistas y populistas que caen en el marco de las leyes con aplicaciones a grupos privilegiados en función de parentescos, vecindades, grupos étnicos, etcétera, o que quedan en el campo de lo ilegal con compañías colectivas e individuales. Con la “coerción” y la “represión” ocurre algo semejante: hay una que se da con reglas universales, y en ese caso su legitimidad depende de que la inmensa mayoría de la población las haga suyas en la legislación y aplicación, y hay formas de “coerción” y “represión” que no por ser legales pierden su carácter autoritario, y en que la “ilegalidad” acentúa el problema en formas críticas. En uno y otro caso, a la legitimidad que les da a esas medias el apoyo universal de la comunidad en que se aplican se añade otro problema relacionado con la pedagogía universal de los derechos humanos y sus contradicciones en la historia del capitalismo, del colonialismo, del imperialismo y del socialismo de Estado. La posibilidad de manejar estos derechos como propaganda descalificadora del enemigo sólo se enfrenta a la de una pedagogía que se comprometa con esos derechos expresando su valor y que luche por ejercerlos en formas concretas y en situaciones específicas, a sabiendas de que la solución siempre será contradictoria y de que en ella se tendrá que tomar posición responsable por cada actor colectivo o individual.

El problema puede derivar en procesos contrarrevolucionarios, particularistas, en que el discurso de la acción colectiva y el interés general-democrático, socialista, patriótico se vuelva cada vez más incoherente, añadiendo a la violencia lógica las contradicciones de lo formal y lo informal, de la ética solidaria que se pregona y de la que se practica, paternalista o populista; de la representación social que actúa y manda sin obedecer a los representados en los actos de “concesión”, de “coerción” y represión que se ejerce. En esos procesos, pueblos y gobiernos parecen regresar a los puntos de partida, sólo que luchando ahora contra sus explotadores y opresores tradicionales y también contra los que se les sumaron y salieron de las propias filas de “las víctimas”, de las organizaciones de ciudadanos pobres, de trabajadores superexplotados y excluidos, de “condenados de la tierra”, de movimientos de pueblos colonizados. A los antiguos opresores se suman los liberadores cooptados y corrompidos, que no toman las decisiones con consulta y apoyo de las bases y que resuelven las contradicciones internas sin que las bases hagan suyas las soluciones por contradictorias que sean. Los procesos regresivos llevan a la formación de grupos y líderes privilegiados que se insertan en los sectores medios y en las mafias, elites y oligarquías ampliadas. En nuestro tiempo esos procesos llevan a la recolonización trasnacional y globalizadora en que se combina con las deudas adquiridas con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, con los golpes militares y de cuerpos de elite entrenados en las escuelas especiales de la guerra sucia, o con los políticos modernos de las “universidades de excelencia” que realizan la transición a una democracia de las minorías, con la “libertad de comercio” considerada como esencia de la libertad humana, y con las corporaciones y complejos militares-industriales- financieros reconocidos como los verdaderos soberanos.

El problema adquiere nuevas características para los movimientos alternativos que se hallan en proceso de formación desde finales del siglo XX, y a los que se aplican en forma creciente la “guerra de baja intensidad” y sus tácticas de restructuración del Estado global, tanto en la periferia como en el centro del mundo. Las coincidencias y diferencias entre el sistema dominante y el sistema alternativo se plantean de una manera distinta con una guerra que incluye la negociación y con un neoliberalismo que incluye la guerra. El debate sobre las alternativas se ve obligado a superar las propuestas maniqueas, como “reforma o revolución”, “lucha pacífica o lucha violenta”, “participación en el poder del Estado” o “toma del poder del Estado”, “estatismo o sociedad civil”. El proyecto alternativo plantea en todo momento, de una manera aún incipiente, las simpatías y diferencias de “un movimiento hecho de muchos movimientos”. Las que parecen coincidencias con el proyecto democrático y con el proyecto reformista, son diferencias con el nuevo proyecto de democracia. Ninguna negociación debe incluir los principios. Ninguna debe renunciar o restar fuerza a la autonomía de las organizaciones y las personas. El proyecto busca construir espacios con reformas que aumenten la autonomía y satisfagan las demandas de grupos que no son particularistas ni discriminatorios o excluyentes. Frente a las reformas y las revoluciones –o con ellas– postula la construcción de fuerzas autónomas en todos los territorios y los sectores, en las organizaciones y las redes. Al mismo tiempo que la lucha contra el autoritarismo, contra la represión y contra la cooptación de los movimientos alternativos y de sus dirigentes, plantea la organización desde la base de módulos y redes, de pueblos, trabajadores, ciudadanos organizados que sean capaces de contribuir a la resistencia y construcción de las alternativas, con una política-moral articulada a los procedimientos para la toma de decisiones y para el monitoreo y auditoría pública de las acciones de los gobiernos ciudadanos. Esa organización redefine las relaciones de los dirigentes y sus grupos de apoyo con base en el diálogo, que encuentra los puntos de consenso y de interés general en el debate regulado. La lucha de clases no aparece sólo como una lucha entre propietarios de los medios de producción y trabajadores, sino en la medida en que las demandas de los ciudadanos, los pueblos y los trabajadores afectan los intereses de las clases y complejos dominantes.

Las contradicciones necesarias en que incurren los movimientos son objeto de una pedagogía-política-moral, que en el caso de América Latina tiene su máxima expresión en Cuba, en los movimientos populares de los Sin Tierra y del Partido de los Trabajadores de Brasil, y en la insurgencia de los pueblos indígenas de Ecuador y de México.

Tras el “periodo especial”, a la caída del bloque soviético, Cuba redefinió el sentido de sus luchas y pasó de ser la última revolución del periodo anterior, a ser la primera del nuevo periodo: sus contribuciones teórico-prácticas al triunfo del proyecto democrático, liberador y socialista se enriquecieron con el énfasis creciente en la democracia procesal y participativa, y con el control de las nuevas contradicciones a que dio lugar el impulso del turismo en una amplia zona dolarizada que requiere una política muy difícil y original contra los peligros de restauración sicológica, cultural consumista que esa zona representa.

Brasil contribuye al proceso con la redefinición del Partido de los Trabajadores, que no es sólo un partido electoral y parte del sistema político y del Estado, sino un partido socio-cultural, capaz de organizar, desde la base, nuevos gobiernos colectivos que tomen decisiones en la distribución del excedente presupuestal. Las contradicciones de ese partido, de los gobiernos que encabeza y de las soluciones que aporta, son de interés universal7.

Los zapatistas y los pueblos indios replantean la redefinición del mundo y de la sociedad desde sus comunidades, su cultura y su exclusión, para construir alternativas que ni en el corto o en el medio plazos se proponen la toma del poder del Estado, o la participación en los aparatos gubernamentales, sino presionar sobre ellos mientras construyen las comunidades y redes de comunidades sus autonomías, indígenas y no indígenas, potencialmente nacionales, regionales, globales, dispuestos también a enfrentarse –con el mundo– a la resistencia frente a las nuevas empresas colonizadoras del imperialismo asociado. La contribución de los zapatistas a los nuevos movimientos sociales tiene una influencia y un reconocimiento universal7.

A la radicalización y expansión de los nuevos movimientos alternativos se añaden reformulaciones cada vez más agresivas del neoliberalismo de guerra. La nueva guerra, decretada por Estados Unidos en septiembre del 2001, implica en escala mundial los modelos de la guerra de baja intensidad. Los movimientos alternativos cobran consciencia creciente –y tienen cada vez más información oficial al respecto y un pensamiento crítico que radicaliza sus planteamientos alternativos8. Saben que la guerra de baja intensidad no sólo incluye las acciones militares sino las de diálogo y negociación; no sólo las de represión sino las de “acción cívica”; no sólo las de terrorismo estatal o paraestatal, sino las de cooptación, negociación y corrupción de líderes y grupos de base; no sólo las de guerra con desalojos y masacres colectivas, sino las de guerra sicológica, viral, bioquímica y “humanitaria”, que acabe con la salud, la conciencia y la voluntad de individuos y colectividades, con su coherencia y su perseverancia, e incluso con su existencia. El problema del genocidio y del ecocidio se plantean con creciente agudeza en el campo de los hechos y en el campo del derecho.

En medio de un cuadro mundial de intimidación y terror, en que las fuerzas dominantes se niegan a preguntarse sobre la verdadera forma de acabar con el terrorismo, que no es otra que el cambio político negociado del capitalismo al socialismo democrático respetuoso de la soberanía y la autonomía de todos los pueblos y personas, las tecnociencias de la propaganda y de la guerra sicológica anuncian un Imperio del Terror en el mundo, encabezado por el complejo militar-empresarial de Estados Unidos. Invocan a Dios en forma amenazadora, y se presentan como representantes del Bien contra el Mal apoyados en los más avanzados aparatos de guerra. Olvidan todo lo que las nuevas ciencias tienen de positivo y creador, y se enrocan en la retórica falsamente newtoniana de que el libre mercado es una ley natural de la economía, y el “Dios” que ellos invocan en la base de una nueva guerra de conquista patológica que “puede acabar con la humanidad sin acabar con ellos” (!). Su comportamiento es idéntico al de todos los imperios decadentes que están a punto de morir. Lo que los diferencia es el peligro obvio de que ellos mismos desaparezcan destruidos por las armas que construyeron para destruir a los demás9.

Las fuerzas alternativas buscan redefinir la inteligencia humana como una capaz de superar a la inteligencia artificial y a la bestial. Al hacerlo por donde quiera que incursionan, encuentran a la democracia, al socialismo y a la liberación como el único camino para dar un sentido realmente humanista a las nuevas ciencias y a las tecnociencias. La solución va más allá de lo ideológico y de las posiciones particulares. Corresponde a una posición en que el humanismo sólo puede realizarse como democracia, como liberación y como socialismo. En ese compuesto o complejo, la autopoiesis o creación de nuevas relaciones sociales tiene un atractor general: una democracia organizada en que la moral pública triunfe frente a todos los intentos de intimidación, corrupción y cooptación del neoliberalismo y de la “acción cívica” que manipula la “guerra de baja intensidad” como nueva tiranía, como nuevo imperialismo y como un nuevo capitalismo autodestructivo.

La creación de las relaciones sociales de una democracia organizada, con el poder de los pueblos para decidir en materia de políticas económicas, modos de dominación y apropiación, modelos de solución de conflictos y logro de consensos, nuevos modelos de producción y consumo, es un problema complejo de redefinición de las relaciones de dominación y acumulación. Exige la organización del poder y los procedimientos intercomunicativos para la toma de decisiones por los pueblos, los trabajadores, los ciudadanos, en una economía que elimine la obtención y maximización de utilidades para la inversión y el gasto. Exige el respeto a las autonomías del pensar, el creer y el hacer dentro del respeto general que en la práctica define y redefine los intereses universales. En esa práctica, el conocimiento de las nuevas ciencias y las tecnociencias, el de las grandes luchas por la liberación de los pueblos, los trabajadores y los individuos, y el de la narrativa y el diálogo de cada pueblo, trabajador y persona, pueden sentar las bases de una meta principal: negociar con el capitalismo para que se desestructure sin destruir a la humanidad, a sabiendas de que su única alternativa a esa propuesta es que el capitalismo se destruya destruyendo a la humanidad.

La victoria de los seres humanos es posible como lo es luchar por ella con toda la herencia del pensamiento crítico y del pensamiento tecnocientífico, a sabiendas de que no habrá soluciones sin contradicciones, ni contradicciones sin negociaciones, ni luchas que enfrenten a la democracia, la liberación y el socialismo en vez de combinarlas y articularlas con las prioridades, énfasis y adaptaciones que los tiempos y las fuerzas exijan. Unos darán más importancia a un objetivo, otros a otro, pero todos en uniones crecientes y no necesariamente lineales, de ciudadanos, trabajadores y pueblos.


* El texto completo de la edición publicada en este Cuaderno es parte de la antología de Pablo González Casanova, De la sociología del Poder a la sociología de la explotación, Buenos Aires, CLACSO. Antología y estudio preliminar de Marcos Roitman (en prensa). Las notas fueron renumeradas respecto de la versión original para facilitar su lectura en el contexto de este suplemento.

** Pablo González Casanova nació en Toluca, México (1922). Doctor por la Universidad de París con estudios de especialización en sociología. Director del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades (UNAM). Fue rector de la UNAM y presidente en dos periodos de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS). Conjugó su desarrollo académico con un activo compromiso político junto a los movimientos sociales y otros sectores de la izquierda latinoamericana. Autor, entre otras obras, de: Sociología de la explotación (1969); Imperialismo y liberación en América Latina (1978); La democracia en México (1984), y Las nuevas ciencias y las humanidades. De la Academia a la Política (2005).

1 Harry Howe Ramson, “Covert intervention”, Peter J. Schraeder, 1992. Intervention intro the 1990s. U.S. Foreing Policy in the Third World, Boulder, Lynne Rienner, pp. 113-129. Schraeder (ed.), pp.131-151, 1992.

2 Marcur Oslon, The Logic of Collective Action: Public Groups and the Theory of Groups, Cambridge Mass, Harvard University Press, 1971.

3 Ibid., p.65.

4 Jürgen Habermas, “Three normative models of democracy: liberal, republican, procedural”, en R. Kearney y M. Dolley ediciones: Questioning Ethics: Debates in Contemporary Philosophy, Routledge, Londres, pp. 135-144, 1999.

5 Larissa Adler Lomnitz, “Informal exchange netwoks in formal systems: a theoretical mode”, American Anthropologist, vol. 90, Nº 11988, pp. 42-55. Edición en español “Redes informales de intercambio en sistemas formales: un modelo teórico”, Comercio Exterior, vol. 40, Nº 3, México, marzo de 1990, pp. 212-220; Redes sociales, cultura y poder: Ensayos de antropología latinoamericana, México, Miguel Ángel Porrúa- FLACSO (1994), pp.135-166.

6 Ibid., p. 71.

7 Ubiratan De Souza, “Lê Budget participatif: l’expérience du Rio Grande do Sul”, Alternatives Sud, vol. VIII, Nº 2, 2001. Boaventura de Sousa Santos, “Orçamento participativo em Porto Alegre: para uma democracia redistributiva”, en Boaventura de Sousa Santos (comp): Democratizar a democracia. Os caminhos da democracia participativa, Río de Janeiro, Civilização Brasileira, pp. 455·559, 2002.

8 Giovanni Arrighi, T.K. Hopkins y I. Wallerstein: Antisystemic Movements, Londres, Verso, 1989.

9 Rémy Herrera, Georges Labica et al: L’Empire em Guerre. Le Monde après le 11 septembre, París, Temps des Cerises-EPO, 2001.