Usted está aquí: martes 1 de abril de 2008 Política Chantal Sébire

José Blanco

Chantal Sébire

Seguramente muchos lectores esperábamos el artículo de Arnoldo Kraus –del pasado miércoles– sobre la desdichada francesa Chantal Sébire. Como siempre, nuestro sensible experto nos regaló una inteligente reflexión sobre ese caso patético y sobre la eutanasia en general, sobre la que escribe, nos dice, aproximadamente una vez al año. Una tacañería intelectual que amistosamente le reclamamos.

En ningún lado hallaremos cosas tan absurdas e inverosímiles como en la realidad social. Una de ellas es la oposición a ultranza y bajo cualesquiera condiciones a volver realidad el derecho a la eutanasia.

La desgarradora fotografía de Chantal pocos días antes de que con su suicidio demostrara que la negación a la creación de ese derecho es sólo estúpida contumacia, ha abierto nuevamente la polémica en Francia precisamente sobre la validez ética de la eutanasia y la necesidad imperiosa de preverla en las leyes. Chantal tuvo la suerte y alguien tuvo la suficiente sensibilidad, conmiseración e inteligencia para conseguirle una dosis más que suficiente del barbitúrico pentotabarbital, probablemente en Bélgica o en Suiza, porque en las farmacias francesas no está a la venta. Chantal fracasó frente a un Estado que le negó los medios para terminar con su abatida existencia, pero triunfó sobre su terrible dolor y sobre la indignidad a la que era sometida; también sobre la idiota inutilidad de tal clase de prohibiciones.

El neuroblastoma olfativo incurable que padecía la mujer de 52 años, le causaba dolores “atroces”, según su propio decir, y la había convertido en un monstruo (una cara de pescado que hubiera recibido un brutal garrotazo en pleno rostro), en una horrenda piltrafa cuya dignidad sus compatriotas ubicaban en el último escalón de los valores humanos. Muy por encima de su dignidad se hallaban y se hallan la “ética médica” y sobre todo, la “ética” religiosa, especialmente la católica.

La ética médica cuyo fundamento es defender la vida a toda costa, dice no poder estar, por esa razón, a favor de la eutanasia o del suicidio asistido. Esta ética plana entra en grave conflicto cuando sus actos objetivamente defienden no la vida, sino prolongan la agonía y el sufrimiento de pacientes terminales. Un médico alargando un sufrimiento inhumano hasta que la muerte venza al torturado médicamente, no puede alegar que está defendiendo la vida. En todo caso es claro que el derecho a morir dignamente queda fuera del campo de la ética médica, aunque haya, por supuesto, humanos antes que médicos, que sí están a favor de la misma.

La literatura del tema muestra a las claras que la posición de las iglesias cristianas, por supuesto, a escala mundial, es contraria a la eutanasia y al suicidio asistido: es el caso de la Iglesia Católica Romana y las iglesias evangélicas y pentecostales.

Benedicto XVI dijo en una carta dirigida a varios eclesiásticos estadunidenses en 2004: “no todos los asuntos morales tienen el mismo peso moral que el aborto y la eutanasia..., si un católico discrepara con el Santo Padre sobre la aplicación de la pena de muerte o en la decisión de hacer la guerra, no sería considerado por esta razón indigno de presentarse a recibir la sagrada comunión. Aunque la Iglesia exhorta a las autoridades civiles a buscar la paz, y no la guerra, y a ejercer discreción y misericordia al castigar a criminales, aún sería lícito tomar las armas para repeler a un agresor o recurrir a la pena capital. Puede haber una legítima diversidad de opinión entre católicos respecto de ir a la guerra y aplicar la pena de muerte, pero no, sin embargo, respecto del aborto y la eutanasia”. Vaya moralita: es brutalmente inhumana con las personas en condiciones como las de Chantal, y sirve al mismo tiempo para apoyar el asesinato de personas que esta sociedad engendró como criminales –criminal es una definición humana de cada código penal–, o para asesinar a más de un millón de seres humanos, como en Irak.

Si los humanos pueden disponer de la vida y hoy aun crearla, el poder omnímodo y absoluto sobre la vida del dios de los católicos, terminará pronto. La dantesca aflicción de enfermos terminales como Chantal y muchos miles, es preferible para los curas que la merma del poder de la Iglesia.

No todas las iglesias son iguales: las luteranas y metodistas, la mayoría de las afiliadas a la comunión anglicana, con dogmas propios, son en principio contrarias a la eutanasia, pero dan lugar a la decisión individual caso por caso. Otras iglesias, como las católicas afiliadas a la Unión de Utrecht favorecen el valor de la conciencia individual en cuestiones éticas.

Es claro que en un Estado laico la creación del derecho a la eutanasia o al suicidio asistido también queda fuera de la bárbara “ética” católica respecto de este tema trascendente. Se trata de un derecho relativo a la dignidad humana, a la dignidad de la persona, es un tema relativo a la libertad; médicos y curas no pueden dar el veredicto final sobre el respeto a la libertad de los individuos, incluido el respeto a la libertad de disponer de la vida propia.

Morir dignamente es morir libre de sufrimiento innecesario, con los medicamentos indispensables para el caso. Un par de médicos pueden certificar si el Estado y la sociedad están frente a un caso terminal (bajo el conocimiento actual), y suministrarle los medios para que autónomamente tome la decisión cuando la persona lo desee.

 
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