Usted está aquí: miércoles 2 de abril de 2008 Política Medicina, ciencia y ficción

Arnoldo Kraus

Medicina, ciencia y ficción

Pienso que Julio Verne se hubiese fascinado con los avances que hoy suceden en la medicina y, quizás, siguiendo su línea, habría tomado la pluma para escribir acerca de los nexos entre ciencia y ficción. El auge de la biotecnología, el crecimiento sin límites de muchas ramas del conocimiento médico, la demanda de una sociedad cada vez más hambrienta por retrasar la vejez, y cuyo ideario es borrar del cuerpo humano las enfermedades, han devenido avances médico-científicos otrora inimaginables.

Junto a la biotecnología, como he escrito en otras ocasiones, crece la bioética, disciplina preocupada por la supervivencia del ser humano y por intentar fijar derroteros y límites al crecimiento, a veces sin cuestionamientos, de las ciencias. El vuelo de la sabiduría médica cada vez tiene menos fronteras; con vertiginosa velocidad la humanidad se entera de nuevos avances que hasta hace poco semejarían la audacia de Verne de darle “la vuelta al mundo en 80 días”. Los logros médicos conllevan inquietudes éticas. Los avances de las ciencias médicas plantean preguntas morales. La medicina alimenta a la ética, y ésta estimula el estudio y la reflexión. La obligación es vincular ciencia y ética.

La fascinación verniana por recorrer el mundo abrigaba dudas y emociones; la fascinación por la bioética laica subyace en la frecuente imposibilidad de responder con “verdades indivisibles” muchos cuestionamientos. La reproducción asistida, la creación de bancos de semen y de óvulos, la mayoría sin registros ad hoc, el derecho de saber quién es el padre biológico de los niños nacidos por úteros alquilados o por la donación de espermas o de óvulos, y la comercialización de la medicina, constituyen uno de esos vericuetos donde la ciencia, como en muchas otras circunstancias, marca su paso sin preocuparse demasiado por cuestiones morales.

La palabra ficción en el título de este artículo no sólo tiene como motivo desempolvar las lecturas juveniles de Verne sino atraer la atención de los lectores a lo que puede suceder, y de hecho sucede, cuando la ciencia y su comercialización caminan sin coto. Discutamos algunos ejemplos. Se sabe que en muchos sitios hay jóvenes que donan semen; en Europa, se paga la nada despreciable suma de 50 euros por “depósito”. Con frecuencia no hay registro de quién es el donante: ¿cómo asegurar que los “depositantes” no recorren diferentes bancos? ¿Cómo saber que en el futuro no se convertirán en certezas los hallazgos de los investigadores que sostienen que existen genes relacionados con la criminalidad?

De ser cierta la última cuestión, habría una camada de criminales familiares entre sí, engendrados por el uso sin restricciones de espermatozoides. Y si la ficción se apoderase de la realidad, Verne podría escribir una nueva novela en donde los criminales se pareciesen físicamente entre sí y, quizás, incluso, por la metodología para llevar a cabo sus actos delictivos. El final de la novela sería obvio: habría que encarcelar al donante y al dueño del banco de semen.

Otro ejemplo que suma ética y ficción es el siguiente: debido a que es imposible saber cuántos hijos nacen por cada donante, ¿qué sucederá si en la calle dos personas se percatan de que son físicamente similares? Podrían pensar, en caso de no saber cuál es su historia biológica, que su padre o que su madre fueron infieles, que fueron regalados, que fueron abandonados y recogidos en un basurero ante la imposibilidad de ser criados, o que el parecido es meramente producto del azar. En este apartado la biología podría estimular a la ficción.

Otro embrollo, no relacionado con la ficción, e imposible de responder en la actualidad, radica en la salud del semen donado. ¿Qué pasará si al cabo de los meses o de los años nacen personas con problemas de salud? De conocerse el paradero del donante y los sitios en donde “depositó” su semen, ¿se le pediría a las madres embarazadas que abortasen? ¿Se podría inculpar a los dueños de los bancos –como no sucede con los que manejan dinero– de las enfermedades producidas por sus depósitos, y exigirles indemnización? ¿Serían éticos los banqueros espermáticos y tirarían el semen a las alcantarillas?

Nada de lo escrito descalifica el derecho de las parejas que quieren ser padres pero que no lo consiguen por medios naturales a recurrir a la ciencia. No debe existir oposición entre ciencia y paternidad, pero es urgente que muchas cuestiones, como las aquí expuestas y otras, se discutan bajo la luz de una ciencia arropada por la ética, donde el saber de la ciencia tenga como propósito fundamental servir a la humanidad y no a los dueños comerciales de la medicina. Si ciencia y ética hablasen el mismo idioma, es probable y deseable que el Julio Verne del 2008 y los años venideros se quedase sin trabajo y que los banqueros espermáticos estableciesen un código de ética para manejar adecuadamente el semen y los óvulos.

 
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