Usted está aquí: sábado 5 de abril de 2008 Mundo Candidatos a prueba

Marta Tawil

Candidatos a prueba

El terrorismo sigue siendo la lente con la que se analizan todos los conflictos de Medio Oriente; el “proceso de paz” está desprovisto de dirección y mecanismos. Evoluciones como las parálisis persistentes en Líbano, la violencia incesante en Irak, los elementos de guerra civil en Palestina e Irak parecen haberse vuelto ininteligibles para los tomadores de decisiones estadunidenses (y europeos), que sin embargo pretenden conservar su papel de actores clave en la región. Los candidatos a la presidencia de Estados Unidos tratan de situarse con dificultad ante esta espiral de violencia; lo que parece distinguir a unos de otros es, ante todo, una diferencia en el lenguaje.

Sobre Irak, es conocido de todos que desde un inicio el senador demócrata de Illinois, Barack Obama, se opuso a la intervención y ha acusado al gobierno actual de provocar el avance de Al Qaeda en la región; su rival demócrata Hillary Clinton ha tomado posiciones firmes sobre la necesidad de reducir los efectivos militares en Irak, pero en 2003 apoyó la invasión. Cualquier candidato tendrá que saber maniobrar el legado perverso de la estrategia neoconservadora en el terreno iraquí y las contradicciones de las alianzas de Estados Unidos en la región, como la que no cesa de manifestarse con, por un lado, el interés en Turquía como pilar del flanco sudeste de la OTAN y, por el otro, en la protección de los kurdos.

Sobre Palestina, el consenso es fuerte en ambos campos. Hillary Clinton, con los precedentes que sentó su esposo, desea relanzar las negociaciones que desde 2001 están en punto muerto. Pero el precedente no es prometedor, porque Bill Clinton – a diferencia de Bush senior– apoyó abierta e incondicionalmente a Israel en todas las resoluciones de Naciones Unidas y bloqueó todas las críticas a su política de colonización. Especialmente durante el segundo mandato (1996-2000), Clinton adoptó una política difusa de “facilitador” y no de mediador entre las partes; su administración marginó las causas estructurales locales del conflicto y se concentró en el terrorismo, las armas de destrucción masiva y la transformación de la región sobre bases económicas. Sin ningún resultado de paz. Barack Obama es quizá el candidato que más se distingue de las posiciones de su principal rival en el campo demócrata, y no ha apoyado la incondicionalidad de la amistad con Tel Aviv. Ante la escena interna palestina, habrá que ver si el discurso de alguno de ellos seguirá o no basándose en un análisis simplista que reduce las tensiones entre Hamas y una fracción de Fatah que comenzaron en marzo de 2006 una lucha entre, por un lado, los militantes de Fatah, leales al presidente Mahmud Abbas (designados como los “moderados”), y, por otro lado Hamas, a las órdenes del primer ministro Ismail Hanniyeh (los “terroristas”).

El tema libanés se ha vuelto una batalla personal para todos los involucrados: sirios, sauditas y estadunideneses en Washington y especialmente en el Consejo de Seguridad Nacional. El candidato republicano John McCain recientemente acusó a Siria e Irán de paralizar al gobierno libanés de Fuad Siniora, e insiste, como los neoconservadores, en calificarlos de estados terroristas y tiránicos. Entre todos los candidatos parece haber consenso en torno a, por lo menos, dos aspectos de la crisis sirio-libanesa y el triángulo Siria-Hezbollah-Irán: primero, seguir por el camino de la internacionalización del desarme de Hezbollah, desarme que se inscribe en la lógica de debilitar a Siria; segundo, seguir adelante con la amenaza del tribunal internacional (pieza central de la estrategia de Estados Unidos hacia Siria con la que esperan que Assad “cambie de comportamiento”), destinado a juzgar los asesinatos políticos en Líbano cometidos desde 2005. Con excepción de Barak Obama, ningún candidato parece considerar el diálogo con Siria e Irán. La apertura ha ganado a Obama una avalancha de duras acusaciones y denuncias estrafalarias de parte de los neoconservadores y sus aliados en los lobbies cristiano y judío. Y si la “guerra global” contra el terrorismo exige encontrar apoyos en los actores y recursos locales, Estados Unidos sigue rechazando el apoyo sirio, a pesar de que el combate contra grupos como Al Qaeda converge con la lucha contra el islamismo radical que el régimen laico de Damasco libra desde 1980. Con Riad, el aumento vertiginoso de los precios del petróleo a partir de 2000 refuerza la importancia del reino y su papel en la estabilidad de los precios, sin contar las relaciones económicas (los sauditas son los primeros socios comerciales de Estados Unidos en la región, en particular en el jugoso mercado del armamento). A Egipto se le considera un factor de “estabilidad” en función de su “compromiso con la paz con Israel”, aunque desde hace años el papel regional de El Cairo se haya reducido al de simple bombero. Siria, por el contrario, si algo representa para Estados Unidos es la ecuación de “ni guerra ni paz” con Israel que molesta como lo hace la retórica siria, su insistencia en recuperar el Golán y en considerar a Líbano importante para su seguridad (del régimen y del Estado).

El rechazo de considerar a Hamas y a Hezbollah, la voluntad de no presionar al gobierno israelí en temas cruciales como la implantación de nuevos asentamientos, el mantenimiento del muro, el estatus futuro de Jerusalén, la situación de los refugiados palestinos, la naturaleza del siempre hipotético Estado palestino, son todas cuestiones que los candidatos parecen compartir en distintos grados. Probablemente un presidente demócrata beneficiará de un cierto tiempo de gracia, de una credibilidad de “mediador”, asociada, en el caso de Hillary Clinton, al recuerdo de la política de su esposo, y en el caso de Barak Obama a un mayor compromiso con las instituciones y la concertación internacionales. Obama ha reclutado en su equipo a hombres como Anthony Lake (quien fue consejero de Clinton para la seguridad), en su afán de desplegar una agenda de política exterior proclive al diálogo y más reticente al uso de la fuerza.

Cualquier candidato contará con una Europa complaciente. El alineamiento de los países europeos con Estados Unidos se ha confirmado con la falta total de discurso de la canciller alemana Angela Merkel durante su reciente visita a Israel, con la política apresurada del presidente francés Nicolas Sarkozy, o las declaraciones del representante europeo Javier Solana. Como lamentara perplejo un escritor israelí del periódico Haaretz, la amistad incondicional que estadunidenses y europeos ofrecen a Israel, carente de toda crítica, no obstante el sitio que el gobierno de Ehud Olmert ha impuesto a la población de Gaza y la muerte de cientos de palestinos, muestra, entre otras cosas, un total desprecio por sus opiniones públicas y por la seguridad futura de la población israelí. El grado de implicación de Estados Unidos en la región es tal que resulta inútil e irreflexivo pedir que tome distancia. Y si las posiciones de los candidatos tienden a ser predecibles, las políticas lo son menos; es en éstas donde el liderazgo hará toda la diferencia una vez que asuma las riendas de la Casa Blanca.

 
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