Usted está aquí: lunes 7 de abril de 2008 Opinión Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Ángel Velázquez
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■ El placer de prohibir

■ En riesgo, otras libertades

Es seguro que el placer de fumar acarrea enfermedades que causan la muerte, dicen algunos médicos, y también es seguro que la prohibición ha liberado los sentimientos más oscuros de quienes dictan las leyes y encuentran en el prohibir su propio placer.

La legislatura actual de la Asamblea del Distrito Federal será señalada, al tiempo, eso sí, como la de los representantes populares dedicados a limitar y aplastar libertades, y no sólo nos referimos a la ley antifumadores, sino a los intentos que se realizan para, por ejemplo, sancionar y reprimir la protesta callejera que exhibe los malos manejos o las injusticias gubernamentales, y que reclama cambios, cuando percibe que el camino se ha errado.

Y es que para algunos legisladores el imponer una ley prohibitiva como la del fumar, parece todo un experimento, una provocación para saber hasta qué punto podía soportar la gente, sin mayores problemas, otra u otras imposiciones.

Hasta ahora, cuando menos en la ciudad de México, el experimento parece tener éxito. No hay protestas masivas, no se han reportado incidentes violentos, y los intolerantes fumadores prefieren abandonar los lugares públicos antes que defender con violencia el derecho a ejercer su placer.

Y es curioso, hubiera sido muy fácil decidir por ley que existieran, como puede enseñarnos la razón, dos ámbitos perfectamente bien delimitados, es decir, lugares para fumadores y otros para quienes aborrecen el tabaco, pero no fue así.

Se prohibió porque el asunto, en realidad, busca someter voluntades y derechos. No se pretendió proteger al no fumador, sino dictar sobre muchos ciudadanos un impedimento para sondear los límites de la reacción ciudadana, y con ello pisar sobre seguro en el camino de las siguientes prohibiciones.

Porque nadie puede pensar que uno al que no le gusta el tabaco, o le hace daño, fuera obligado a ingresar en los lugares donde se fuma. No se puede pensar que los no fumadores sean seres descerebrados que concientes de lo que no les gusta o les enferma, se expusieran dócilmente al malestar.

La medida fue, entonces, algo más que defender los pulmones del no fumador, y todo parece indicar que viaja en el camino de limitar las libertades de la gente, y ensancha las de los políticos que suponen su quehacer como un legado dictatorial.

En el caso de las manifestaciones callejeras a punto de ser sometido a la discusión de los legisladores del DF, los panistas de la Asamblea, en connivencia bastarda con algunos perredistas, tratarán de hacer que la protesta en la vía pública se convierta en un acto fuera de la ley.

Se trata de vedar otro derecho, se trata de convertir al ciudadano en títere de las reglas con las que se quiere ocultar la verdad de algún gobierno que va al despeñadero, y acallar también la voz de la calle que no hace otra cosa que diagnosticar el grado de descomposición que viven los gobiernos.

Por eso, fumadores y no fumadores deberían tener en cuenta que en un régimen de prohibiciones, con el tiempo la veda alcanza a unos y otros, y si se deja pasar sin mayor protesta una limitante al derecho del otro, pronto la misma protesta será prohibida, y ya no habrá ciudadanos con derecho, así que ojo, mucho ojo.

De pasadita

Se llama Ramón Aguirre y el mejor lugar que le encontró Marcelo Ebrard para evitar que siga hablando sin sentido es en las profundidades del drenaje de la ciudad de México. Es tan confuso para explicar lo que piensa que en más de una ocasión el jefe de Gobierno le ha tenido que arrebatar el micrófono para evitarle tropezones, así que su mejor sitio es allá, en las cloacas del DF, donde nadie lo escuche. Tal vez en ese lugar sí pueda hacer las cosas bien. Tal vez.

 
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