Usted está aquí: sábado 12 de abril de 2008 Opinión Jenůfa o el amor de repuesto

Juan Arturo Brennan

Jenůfa o el amor de repuesto

Ampliar la imagen Ensayo general de la ópera checa que se escenifica en el Palacio de Bellas Artes Ensayo general de la ópera checa que se escenifica en el Palacio de Bellas Artes Foto: Guillermo Sologuren

La noche del jueves dio inicio la versión 24 del Festival de México en el Centro Histórico con el estreno en el país (con apenas 104 años de retraso) de la ópera Jenůfa, quizá la obra más importante del compositor checo Leos Janácek. Al hacer de esta ópera no sólo su función inaugural, sino también su plato fuerte, el festival ha hecho una apuesta riesgosa (y por ello admirable), en el entendido de que Jenůfa se aparta claramente, tanto en su música como en su drama, de los caballitos de batalla preferidos del público que suele frecuentar Bellas Artes.

A primera vista, el argumento de Jenůfa está formado por situaciones y conflictos que son materia común en numerosas óperas de repertorio. Sin embargo, el perfil individual de cada momento dramático y la forma en que se engarzan unos con otros hacen de Jenůfa un drama bastante más potente y complejo de lo que pudiera parecer.

Esta puesta en escena de la Jenůfa de Janácek resultó, en su función inaugural, un acierto en varios niveles. El mérito principal corresponde a la dirección de escena de Juliana Faesler (su primera en Bellas Artes), planteada con un trazo teatral unitario y coherente, adecuado inteligentemente a la materia narrativa del libreto y al entorno escenográfico y lumínico creado por ella misma.

Una de las virtudes de esta puesta en escena fue la claridad como línea de conducta, una claridad que se mantuvo incluso en las escenas en las que participó el coro, que tuvo momentos de muy buen rendimiento tanto en lo teatral como en lo musical.

Jenůfa es una obra sustentada en los usos y costumbres de la Moravia rural del siglo XIX, y como tal pudiera generar la tentación del folclorismo turístico. Venturosamente, la puesta en escena de Faesler evitó caer en la postal decorativa y el pintoresquismo, pero sin perder la componente de tradición que es uno de los pilares de la ópera.

Esta escenificación de Jenůfa tuvo otro de sus méritos en marcar con toda claridad la enorme carga de atavismos morales, sociales y religiosos que constituyen, junto con las disfuncionales relaciones familiares, los resortes dramáticos de la narración. Lo más destacado, sin duda, fue el buen manejo de la progresión narrativa del segundo acto, potenciando una admirable estructura dramática sustentada en los encuentros sucesivos de Kostelnicka (madrastra de Jenůfa) con tres personajes y luego consigo misma.

En lo vocal, lo más destacable de esta Jenůfa de estreno corrió a cargo de la soprano neoyorquina Catherine Malfitano, quien hizo una Kostelnicka sólida y profunda a lo largo de toda la ópera. Malfitano ya no es, ni en su voz ni en su presencia escénica, aquella casi legendaria Salomé de hace años (Covent Garden, Deutsche Oper), pero su experiencia vocal y su colmillo teatral le permitieron dominar ampliamente las tablas de Bellas Artes, en contraste con la Jenůfa de Helena Kaupova, correcta en lo musical pero poco convincente en el desarrollo de su personaje. En las primeras páginas del primer acto, las cantantes protagonistas tuvieron problemas con su registro grave, que por momentos se perdió, pero los fueron superando a medida que la ópera avanzó.

En cuanto a los dos hombres entre los que se debaten los afanes amorosos de Jenůfa, destacó la caracterización de Gianluca Zampieri en el papel de Laca, actuado y cantado con un buen énfasis en las contradicciones sociales y morales de un pretendiente cuyo arrebatado gesto de amor apache lo convierte fatalmente, al final de la ópera, en el amor de repuesto de Jenůfa

Los cantantes mexicanos convocados para esta ópera checa tuvieron un rendimiento a la altura de las circunstancias, especialmente Belem Rodríguez, Irasema Terrazas y Armando Gama. La dirección musical, a cargo de Jan Chalupecky, evidenció un conocimiento profundo de la partitura y una buena capacidad para el armado de la continuidad sonora. Chalupecky obtuvo de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes buenos momentos de solidez y empaque, contrastados con otros (sobre todo en el tercer acto) en los que las cuerdas agudas tuvieron serios problemas de precisión.

 
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